La función pública, palanca fundamental  en el  secesionismo catalán / Dionisio Sánchez


Por Dionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net

     Últimamente, con cara de haba, hemos estado conociendo que a propuesta del Sindicato de Estudiantes de los Paises  catalanes (SEPC)…

…se ha pedido a la Asociación Catalana de Universidades  Públicas (ACUP) y a las direcciones de institutos que se posicionen públicamente en defensa del derecho de autodeterminación para garantizar la movilización de los estudiantes sin penalización académica.

     Es decir, los muchachos que así lo deseen no irán a clase ni realizarán exámenes porque la patria catalana exige que todo el esfuerzo se concentre en materializar las demandas del independentismo popular y, por tanto, garantizar que los alumnos puedan escoger una evaluación única.

    Es decir, todo el carbón a las estufas pese a que son casi 200.000 el total de estudiantes provenientes de toda España en Cataluña y tan solo 3.000 (según parece) los independentistas activos aunque eso sí, los unos favorecidos por el stablishment universitario (mayoritariamente pro independentistas   y los otros jugándose el esfuerzo de sus familias  por  que puedan acabar sus estudios  o, al menos, seguir normalmente unos carísimos cursos que hacen rascarse el ajustado  bolsillo a  sus padres por dar a sus hijos una educación que, tal vez, no pudieran  recibir en sus provincias respectivas.

    Así pues, aquí ya empezamos a intuir una situación de privilegio nacionalista frente a los ciudadanos periféricos y no solo en cuestión de regalías en materia de exámenes (¡qué no es poco en la vida de un estudiante!).

     Según fuentes del Registro Central de Personal del Ministerio de Hacienda, consultadas en Octubre de 2017, la administración autonómica catalana está compuesta a vuela pluma por 260.000 funcionarios. Es decir, más de un cuarto de millón de personas que cobran nómina del estado según pertenezcan a la propia administración autonómica, la docencia no universitaria, los servicios sanitarios, los mossos, la Universidad (con sus docentes, investigadores y personal de administración y servicios), la permeabilizada administración local o la docencia no universitaria. No hay que ser muy espabilado para imaginar de dónde surge el fuego principal que prende el carbón de  la locomotora independentista.

    Y hay otro factor a tener en cuenta: En Cataluña existen, según fuentes del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), 1,7 millones de pensionistas que no sabemos en qué proporción estarán inclinados o no al independentismo,  pero que, conocido el temor ancestral del receptor de una pensión, a su futuro más inmediato fácilmente podríamos adivinar  la inclinación que tomarían sus creencias.

     Una propuesta: casi con un mes que el estado retrasara un par de días su paga (aludiendo, simplemente a un error transferencial para no caer en ilegalidades administrativas por parte de la opresora España hacia los sufridos pensionistas del Este de Aragón) casi podríamos asegurar que la balanza incorporaría  1,7 millones de híbridos catalano-españolistas al partido  que ahora solamente parece que juegan los “indepes”

    No sé si ustedes se están percatando de la digresión. En todo caso sería una humorística táctica mensual (con dos meses sería suficiente) para complementar  una estrategia que nos llevaría a conseguir la rápida desaceleración de los objetivos independentistas  y reordenar nuestra convivencia en común.

     Y como hoy me siento generoso y estando como estamos en época electoral, quiero brindar a nuestros políticos, en especial a los dirigentes de los grandes partidos con opciones de gobierno ya que en nuestra ciudad, al menos, hemos visto que los nuevos partidos no sirven para nada que no sea que sus dirigente logren nóminas de gran impacto obrero, luego de su paso por la vida política, una reflexión que ya coloqué en esta sección de “Opinión” en octubre de 1992, después  de toparme con un amigo mío, pastor moncaíno en Soria, quién me abrió la mente y les entrego gratis a ellos (los políticos)  y a mis lectores, las conclusiones que de sus iluminadas y bucólicas  apreciaciones deberíamos sacar tanto de ellas, los artistas de la res pública, como los ciudadanos que estamos llamados a votar. La cosa comenzó así …

       El otro día estaba yo dirigiéndome hacia un carrascal que poseo con la sana intención de hacer una limpieza del entorno y podar algunas ramas.

       En mitad del paseo me topé con un amigo que últimamente pastorea un buen rebaño  de royas bilbilitanas, esta oveja tan apreciada y que en cierto modo no dejan de ser  una claras  representante de lo que podríamos denominar “reducto genético”, bien diferenciado – sobre todo de la “rasa aragonesa”-,  sometido a un natural proceso evolutivo y perfectamente concretado en una determinada área ambiental, y como consecuencia muy interesantes de  conocer, conservar y mejorar.

     En una solana del camino, nos paramos a echar un trago y, como es natural, a charlar sobre los últimos acontecimientos políticos que están ya consiguiendo dormir a casi todos los asistentes a este circo en el que dicen que nos hemos metido por propia iniciativa. La opinión de mi pastor preferido es contundente: “Mira, Dionisio, el asunto es muy simple. Aquí de lo que trata es  de que  los partidos tradicionales  dejen de tenerle miedo a los nuevos, se junten y, ¡hala!, otros cuarenta años por delante en paz y en gracia de Dios. ¡Como en Alemania, hostia! ¿Son tontos los alemanes? ¿No son los que mejor viven de Uropa? ¿Por qué nosotros no aprendemos de una puta vez y nos dejamos de pijadas ?”

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     Al volver de mis tareas camperas rumbo al bar del pueblo para tomar vermú,  el rabadán  que regresaba  de colocar su ganado bajo una buena  sombra vigilada por un moderno “pastor eléctrico” me invita a subir a su vehículo. “Sánchez, ¿qué diferencia crees que hay entre la CDU y el PP o Ciudadanos? ¿Y entre el SPD y el Psoe?”- me espeta apenas apoyé mi culo en el polvoriento asiento de la furgoneta. “Realmente creo que ninguna, amigo mío”- le respondí. “Y, ¿entonces?”-me miraba fijamente. “Creo que lo que lo mejor que podemos hacer es meternos unos berberechos y unos botellines y dejarnos de política, ¿no te parece?”-le dije

     No solo berberechos, sino  que nos atizamos varias banderillas de langostillos, unas de olivas y piparras y otras de escabeche y varias de arenques con pimiento rojo y pepinillo. ¡Y quince botellines por barba! ¡Qué trompa, machos! Y respecto a la situación política…. ¡que inventen ellos, quió!

   Pues eso, amigos, ahí queda este artículo en modo de doble parábola: “el que tenga oídos, que oiga” aunque debería corregir a San Mateo para, en este caso, aseverar que “el que tenga ojos, que lea”

     Amigos, compañeros y camaradas, ¡A caballo! ¡Yihiiii! Salud!

 

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