Por María Dubón
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Hace tiempo que los amantes de una prosa cuidada y profunda no pueden disfrutar leyendo este tipo de narrativa.
La finalidad de un texto narrativo es cautivar al lector, trasportarlo a un escenario, a una época, a una situación determinada y, además, ofrecer un contenido artístico, que provoque una emoción estética.
Cada lector realizará una valoración única de la obra, que poco o nada tendrá que ver con las motivaciones por las que se creó. Dicha valoración dependerá de la personalidad de quien lee, de sus experiencias, de sus conocimientos, de su sensibilidad, de su nivel de exigencia, de su espíritu crítico… En la actualidad, el perfil del público lector es, mayoritariamente, el de alguien no iniciado en el hábito de la lectura, carente de una amplia sensibilidad receptora, poco exigente, que no busca el placer que emana de una narrativa hecha con esmero, más preocupado por el fondo que por la forma, por lo que ocurre que por la manera en que es contado.
Cada vez menos obras actuales provocan el deleite de penetrar con hondura en la trama expuesta, ni de lograrlo por el modo artístico en que se presenta al lector. Por eso me pregunto si los grandes clásicos de la literatura universal tienen hoy la misma repercusión estética por la que son valorados, si el lector medio aprecia las imágenes, los símbolos, el lirismo, las sensaciones que suscitan.
El espacio sensorial, es decir, la recreación visual de objetos, la descripción emocional de los personajes asociada a las circunstancias que viven, crean la atmósfera y dan sensación de realidad. La narrativa actual suele adolecer de esta atmósfera, necesaria para sumergirse en la historia, para recrearse en los detalles y disfrutarlos. La superficialidad y la inconsistencia son dos características que posiblemente devienen de la influencia ejercida por los medios audiovisuales. El lector busca con avidez la sucesión acelerada de acontecimientos que mantengan su atención y su interés, hay poco gusto por el arte literario, se devora el bets-seller de turno con ansia por llegar al desenlace, sin disfrutar por el camino de una buena retórica ni de unas descripciones que marquen el contexto. No hay tiempo para detenerse en la profundidad de una obra ni para dejarse seducir por las palabras. Solo se espera un final impactante que justifique el tiempo dedicado a la lectura.