Cría cuervos / Eugenio Mateo

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Por Eugenio Mateo Otto
http://eugeniomateo.blogspot.com.es/
     
Se hace más evidente cada día que el futuro está en entredicho. Y no por mefistotélicas amenazas de hecatombe, ni siquiera, que también, por la imparable deriva del planeta hacia cambios climáticos que no deparan nada bueno; tampoco por el ardor guerrero que el hombre lleva en sus tripas.

    No, por nada de eso habría que temer al futuro, aunque en todo caso, son tan serias como profundas estas amenazas para no perderlas de vista. Lo impreciso del futuro está, principalmente, en la actitud de desarraigo de las nuevas generaciones, esto es, los niños y los jóvenes. Lo difícil de tratar de asegurar el futuro nace precisamente de que esa dificultad forma parte de nosotros, de manera que no son causas exógenas lo que nos amenazan, sino causas endógenas que viven de, con, y contra nosotros.  Cantidad de futuros recambios, o sea, de nuestros sucesores, vienen con tara; eso, se quiera o no, condiciona peligrosamente en tanto la cantidad de tarados aumente como todo indica.

    En las marchas de los Boy Scouts, recuerdo que se nos decía con frecuencia por parte de los scouters una frase de su fundador, Baden Powell: El niño no aprende lo que los mayores dicen, sino lo que ellos hacen. Y este axioma cobra cada vez más dimensión en tanto en cuanto se deteriora el modelo en el que deberían mirarse los futuros actores de la sociedad. Si el espejo en el que se miran los jóvenes es el de los adultos de hoy día, ¡Houston, Houston, tenemos un problema! No somos el mejor ejemplo, desde luego.

   Y no hay que irse muy lejos, ni buscar en sociedades remotas. Los informativos de la tele vomitan cada día sucesos, que aparte de ser rocambolescos, son tristes, realmente desazonadores y cruelmente premonitorios. Niños que en la escuela se dedican, además de a no aprender, a ensañarse con otros por los motivos más peregrinos: debilidad, sensibilidad, tener un tic, llevar ropa de una marca odiada, seguir al equipo de futbol equivocado, ser más guapo; qué sé yo, por cualquier capricho que a los matones en ciernes les salgan de las pelotas. Niños, que con las mismas violan en grupo a una pequeña que pasaba por ahí y lo graban para que se haga viral. Niños que pegan a sus padres; que coaccionan violentamente a sus profesores; que odian a todo aquel que les lleve la contraria. Claro, los huevos de la serpiente eclosionando. Poco se podrá esperar de estos energúmenos el día de mañana porque en el hoy ya muestran la patita por debajo de la puerta. Que soy el lobo, coño. De lobos y corderos va la cosa, y de educación. ¡De educación! Muchos de los padres confundieron su papel y por aquello de los derechos, les dieron ración diaria de los mal entendidos junto con la sopa. Allá ellos, si no fuera porque el resultado que han cosechado nos afecta tan directamente que habría que denunciarles por allanamiento de morada e intromisión en nuestra intimidad. No deberían irse de rositas estos que atentan contra la humanidad, que aun pareciendo exagerado, permítase la ironía, es la triste verdad, desde el momento que crían monstruos que se comerán por los pies a los que no lo sean. Por ser justos, no se debe cargar toda la culpa en los papás con síndrome de Dr. Frankenstein. La culpa está tan repartida que ya ni sabemos reconocerla porque vivimos con ella haciéndonos los inocentes, y como no se trata de agobiarnos demasiado con lo empírico, vamos a cruzar los dedos en la espera de que a estos malvados pequeños les asista el ángel de la guarda. – Ay, la fe—

    Hablando de fe, aquel filósofo francés, Ernest Renan, al que faltó poco para que no le lapidaran por atreverse a llamar anarquista a Jesús, cuando en realidad lo que hizo fue compararlo, dijo algo que sintetiza mucho mejor estas líneas: La clave de la educación no es enseñar, es despertar.

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