Demasiada realidad / Daniel Arana

Por Daniel Arana

    Dice el poeta Eliot, en sus Cuartetos, que la especie humana no puede soportar demasiada realidad.

   Algo de eso, como ocurre siempre con la mejor literatura, hay en todo el panorama existente. En la vida misma. Y si no, para muestra un botón. Hagan un repaso del circo malsano en el que ha devenido la política, nacional y autonómica. Eso incluye dogmatismos, mentiras, odio a los pueblos, a los estados, españolismo, auge de la extrema derecha, indisimulados latrocinios en la izquierda y la derecha… ¿quién da más?

   Siendo el panorama nada ejemplarizante, lo que queda, por tanto, es lo que hubo siempre: la calderilla del politiqueo y la burocracia más mediocre, supina debacle de la razón y la inteligencia. Un post barthesiano grado cero de la inteligencia.

   En España, en un momento en que casi nadie puede ofrecer garantías verdaderamente democráticas –un partido gobernante enfangado por la corrupción, un partido socialista del que ya no queda más que el nombre o, directamente, un grupo de convencidos leninistas jugando con becas universitarias, vocabulario trasnochado y fallidas políticas municipales- la única garantía de libertad y tolerancia que nos queda es el Arte y la Cultura como necesarias trincheras. También la Justicia.

   Al menos para terminar de una vez por todas con esas ínfulas de superioridad moral que se arrogan los cuatreros de esta democracia terminal. Para que deje de contarse en millones y millones de euros el latrocinio llevado a cabo por amigos y cercanos, cuando no directamente cargos electos, del partido gobernante. Recuerden que, este enero pasado, un empresario afirmaba haber pagado millones incluso a alcaldes comunistas a cambio de la construcción de vivienda  pública. Es decir, que vótese lo que vótese, estaremos suscribiendo y apoyando esos delitos.

   Pero digámosle también al nacionalismo de las autonomías que no puede robar a su propio pueblo y después erigirse en mesiánico salvador con cuenta en Suiza. La burguesía nacionalista y clasista lo único que salvará será su cuenta corriente. Y, por si fuera poco, para algunos, la solución pasa por darle el voto a un nuevo partido que se dijo adalid primero de la honradez y hoy suscribe todas las políticas del gobierno de Mariano Rajoy.

  Ojalá un viento enorme se llevase todas las banderas del mundo.

   Tratemos de no seguir, pues, dando pasos inciertos, tan embriagados por la nada. Créanme que esta vez la resaca será para siempre. No continuemos votando programas electorales que son mera hecatombe: cambiarlo todo para que nada cambie. Ya conocemos la capacidad de los pueblos de España para conformar extraños héroes. Ahora convendría pensar en algo que empiece a significar mayor prosperidad para el país.

   Por desgracia, y con independencia de la flagrante mendicidad política, la otra lacra es el asesinato, casi cada día, de mujeres sólo por el hecho de serlo. Vemos cómo sus verdugos sonríen para la prensa, sabedores –a esto hemos llegado- de que, para algunos jueces, no hay para tanto. Uno de los aspirantes a presidir el gobierno de la nación, socialista, decide en esta vorágine de crímenes, que es el momento de terminar con la prisión permanente revisable. Legislar con Rousseau antes que con Hobbes no nos llevará muy lejos.

   Debemos elegir entre tener las calles con asesinos disfrutando de su libertad o apoyar una reforma en condiciones del Código Penal, con objeto de que la cadena perpetua revisable sea el castigo que debe aplicarse a los sujetos más dañinos del país: feminicidas, violadores, pedófilos y demás asesinos.

   Quizás no reduzca el índice de delitos tanto como a algunos nos gustaría, pero, al cabo, sí que nos evita al resto la no menos penosa experiencia de pasear, como hasta ahora, junto a criminales por las hermosas avenidas del país. Víctimas y verdugos jamás deberían, en justicia, tener que transitar el mismo territorio. Los primeros ser ayudados y compensados, y los segundos, en cambio, castigados sin miramientos ni justificaciones banales ni melindrosas compasiones.

   Y es que un buen número de los crímenes cometidos en este país, se podrían evitar si quienes luego reinciden, tal como queda patente, no hubiesen salido jamás de prisión. Estoy pensando en Diana, pero también en muchos nombres más de esas infortunadas víctimas de criminales a los que se les concede una inmerecida suelta de las prisiones o, directamente, la no condena.

    Difícil soportar tanta realidad.

    En una universidad española, un grupo de muchachos decide banalizar en un chat sobre la posibilidad de violar a alguna desdichada, al estilo de la repulsiva Manada. Algún juez, brillante servidor de la ley, ya ha avisado de que no ve indicio de delito. Yo me pregunto si es sólo un problema de miopía o es que la ética se ha ido, definitivamente, por el sumidero.

   Tampoco parece que aceptar sobornos, como es el caso de algunos representantes de la ley que frecuentaban un prostíbulo de Lugo lleno de menores, sea significativo. Me pregunto, y vuelvo a citar a Eliot, si no será el futuro un canto desvaído.  

Querida lectora y querido lector, todo esto, que va más allá de meras intuiciones y transitorios enojos, lo creo preocupante. Nadie llámese a engaño, porque son simples constataciones de que la revuelta ciudadana está mal enfocada. No debe hacerse para desocupar asientos políticos y sustituirlos por otros incompetentes similares, sino para vencer la mediocridad dignificada por los partidos y los tribunales y formular mejores leyes de convivencia y políticas sociales.

    Derrotar la corrupción y la mediocridad pasa, ante todo y nunca sin ello, por vencer primero el crimen y hacer pagar también a los que, velados por vaya usted a saber qué impúdica y ciega tolerancia, lo consienten.

   Este 2018 ya conocemos el nombre de la primera víctima del asesinato machista en España, cuya primera denuncia fue, por cierto, archivada por un juez.

   Dejémonos ya de malsanos discursos políticos, de patrias, fronteras y mancilladas banderolas. A cambio, impóngase de una vez la justicia contra quien asesina a otra persona e inviértase en educación y valores, si de verdad queremos acabar con la infame lacra de todos los crímenes que se cometen a diario.

   ¿Por qué querría odiar nadie a su prójimo si, y dejo que sea Eliot quien termine estas palabras por mí, solamente vivimos, suspiramos, consumiéndonos dentro de un fuego u otro fuego.

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