NO SÉ / María Dubón

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Por  María Dubón
Vivimos en un mundo de “listos”. Gente que lo sabe todo, que tiene un criterio sobre cualquier cuestión, que regala consejos a diestro y siniestro.
Parece que exista un miedo, un temor generalizado a admitir que uno no sabe algo.

Por eso compramos opiniones, suponemos, adoptamos puntos de vista. Cualquier cosa antes que reconocer que no se sabe nada en un mundo donde “el conocimiento es poder”.
Pasar por ignorante es una humillación no apta para cualquier ego y para evitarlo adoramos a Google como oráculo de la verdad y fuente de sapiencia.
La ignorancia resulta peligrosa, cierto. Pero es posible combatirla con el aprendizaje humilde de quien se reconoce ignorante.
No sé. Decirlo con franqueza y sin vergüenza, con la actitud positiva de quien desea aprender, es un requisito imprescindible para conocer y comprender.
Admitir que no sabes te convierte en discípulo y aprendiz en una sociedad de arrogantes incapaces de asumir que nadie sabe nada.
Durante siglos se pensó que la Tierra era plana. Al descubrir que era redonda, la situamos en el centro del universo. Hoy tenemos la certeza de que nuestros sentidos son engañosos y lo que percibimos a través de ellos no es la verdad absoluta. La ciencia renueva cada cierto tiempo sus explicaciones sobre los fenómenos. Transcurre el tiempo y una nueva teoría desbanca a la anterior.
No sabemos nada. Ni quiénes somos, ni por qué y para qué estamos aquí. No sabemos por qué enfermamos y morimos. No sabemos cuál es la finalidad de la vida, si existe un dios. La filosofía intenta resolver estas dudas desde el inicio de los tiempos, pero ha avanzado muy poco desde entonces.
Nadie sabe nada, por qué respira o siente, si estará vivo mañana, si alberga un alma. No sabemos quiénes somos, pero nos atrevemos a juzgar a los demás, a tener razón.
Declarar: no sé, nos coloca en el buen camino, libera nuestra mente de prejuicios y deja un espacio a lo que sentimos, pues no solo se aprende con la mente, también el corazón nos enseña.

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