«Honra de España» / Guillermo Fatás

Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial de Heraldo de Aragón

 

A mi amigo, con razón, le parece descortés que una tienda barcelonesa de ropa se dirija al cliente en cuatro lenguas , incluida la rusa, pero no en español. No es que los propietarios sepan lenguas, ya que la frase en francés traduce “no asseure´s”  (no sentarse) como “ne pas rester” (no quedarse), así que la propiedad de ese comercio es ignorante y majadera, pues pide al cliente francohablante  que no se quede. Quien conoce el percal sabe que la exhibición multilingüe de tontería se ha montado solo para subrayar la exclusión del español.

En los excitados medios separatistas catalanes, el rito y el mito de la nación pasa ya por delante de los agudos problemas socioeconómicos. Ayer, Artur Mas dio una engolada lección sobre el sujeto y el objeto político  -blanco y megro, o todo o nada-, sin matices, apta para feligreses y párvulos políticos. Incluso ha hecho del universal Día del Libro un ritual de la “nació”, estrecho y localista. La fiesta letrada es, en su boca, una exaltación del soberanismo. Peroró en si televisión, ante el “señal real” de Aragón, modernamente adoptado por la Generalitat como bandera, que antes unía y ahora, ya no. Su discurso, con fáciles tropos escolares sobre la rosa, las espinas y el derecho a decidir, ignoró del todo la otra lengua de Cataluña, de la que precisamente nació esta fiesta.

Se cita mucho la gran lisonja que Cervantes hizo a Barcelona por boca de Don Quijote: “Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valiente, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”. No le fue bien al hidalgo en la Ciudad Condal, pero, aun siéndole “de mucha pesadumbre” esos trances , los dio por buenos “sólo por haberla visto”.

No fue un cumplido ocasional. Ocurría que el más universal de nuestros escritores estaba prendado de los catalanes  y de su “cap i casal”. No se parecía en eso a Quevedo, que, unos años más tarde, los zahirió acremente por oponerse a las recias embestidas antiforales del conde-duque de Olivares.

Barcelona, “honra de España”. Si el citado elogio apareció en la segunda parte del Quijote, editada en 1615, dos años antes había publicado otro, en una de sus “Novelas ejemplares”, titulada “Las dos doncellas”. Es una historia de amor entre jóvenes  de grandes prendas y belleza. Al final del relato, los protagonistas entran en Barcelona cuando estalla una refriega sangrienta entre  marinos recién arribados y gente que trabaja en el puerto. Pero Cervantes sortea la anécdota  ambiental y prefiere subrayar cómo a los jóvenes protagonistas, nada más llegados, “admiróles el hermoso sitio de la Ciudad y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curiosa deseo”

En honor de esta alma grande  que así ensalzó a Barcelona y a los catalanes, se creó el Día del Libro. La iniciativa partió de un valenciano, fue arropada de inmediato por el ilustrado gremio barcelonés  de libreros y, en fin, asumida por el Estado. Hoy a desbordado las fronteras, incluso las muy  anchas de nuestra lengua común.

Artur Mas, al omitirlo, incurre en típica zafiedad, si sabe estas cosas más aún que si las ignora. La superestructura política catalana está encabezada por una coalición poblada de sujetos encausados por la justicia y las toneladas de retórica nacionalista que ahogan la raíz de la fiesta quieren disimular esa lacra. No hay nada de “finor” en este buscado desprecio por Cervantes el día de su aniversario. Como decía su famoso maestro, será que “ara no toca”.

O –acaso también- que el ánimo abierto de Cervantes, castellano amoroso de Barcelona, no ha penetrado ni siquiera un poco en el blindado caletre de Artur Mas.

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