Por Sara Muñoz Rando
Realmente es para quien lo lea, sea madre o no lo sea. Eso sí, especial dedicación para todas esas madres que nos contaron todos esos cuentos que un día pudimos o podremos llegar a contar.
En especial a Eva, la mía, a la que miré como la peor en mi adolescencia y la mejor después, cuando adquirí conciencia.
Lo que ella me ha enseñado, entre otras muchas cosas, es que los cuentos de niños no son tan para niños como se piensa y que los adultos no son tan maduros como parecen. Ilusa de mí que creía que el desarrollo ético, cívico y moral iba aumentando conforme lo hacía la edad. Ella me enseñó que todo es relativo, exceptuando que estás vivo. Después me lo contó Kase.O en “Libertad”.
Actualmente, a los cuentacuentos acuden progenitores con sus churumbeles, además de procreadores que un día llevaron a sus peques para que se los contasen, pero ahora van sin ellos porque ya han crecido. También asiste alguna poca gente sin descendencia y más de un pimpollo sin escolta.
Personas con canas escuchan atentas relatos para retoños mientras recuerdan cómo era su cabellera monocromática.
Canicas, chapas y tabas.
Pan con aceite, azúcar y anís.
Bollicaos en casa por la tarde con mucha Pili y poca Mili.
Noches de rulos y sillas de paja abajo en la plaza.
Gafas de pasta.
Fotos que huelen a Ducados Negro y Winston Largo atardecen naranjas conforme el tiempo aplica su magia.
Puedo escuchar el sonido de la peseta entrando por la rendija y cayendo casi al unísono, las bolas del billar pensando en la recaudación, porque ella me lo ha contado.
También cuento porque ella me contó que jugar a la goma, no pasa de moda. Tampoco los futbolines.
El Barrio recuerda los cuentos que un día les habían contado y que después nos contaron a los que ya no vamos con ellos a los cuentacuentos.
Madres coraje escuchan con orgullo nuevas historias de chicas valientes mientras desean que hubieran existido en su niñez. Sin vosotras ninguno de estos cuentos que hoy leemos hubieran sido escritos.
Gracias, mamás. Por muchas más.