Por Esmeralda Royo
La casa del jurista e intelectual José Gaos era toda una instutición en Valencia.
El escritor Max Aub, enamorado de esta familia exponente de la burguesía ilustrada, divertida y con su dosis de extravagancia, les dedicó una monografía y retrató al matrimonio y a sus nueve hijos en algunas de sus novelas, cambiando los nombres para preservar su identidad. La menor de todos ellos era Lola, una adolescente enjuta y de voz ronca que quería estudiar medicina.
No es corriente que en una misma familia coincidan filósofos, poetas, músicos o artistas en general. Era el caso de los Panero, Goytisolo, Baroja y Gaos, con una diferencia: los vencedores de la guerra fueron implacables hasta la crueldad con estos últimos.
El padre murió en un hotel del Pirineo francés en circunstancias no esclarecidas, mientras algunos de sus hijos fueron condenados a muerte, condena que sería conmutada. Puede ser (aunque no está demostrado), que Ortega y Gasset, con cierto sentimiento de culpa por ver que sus alumnos defendían la legalidad republicana (algo a lo que él había renunciado), intercediera para que no mataran a uno de los más brillantes: José Gaos hijo y a sus hermanos.
La familia, devastada, se rompe y todos acaban en el exilio. Algunos en el interior (una cárcel para los que, como ellos, habían sido la élite cultural republicana) y otros en México. Allí comenzó Lola a trabajar en el teatro y en él seguirá cuando regresó a España con 24 años, sola y con un apellido que pesaba como una losa pero que se negó a cambiar como le aconsejaron. Las compañías de teatro de Mercedes Prendes y Mary Carrillo se convirtieron en su escuela y casa.
Fue una actriz secundaria o actriz de reparto, da igual como se les denomine, porque lo importante es dar vida a personajes que brillan por sí solos y merecerían una trama aparte. Es el caso de Saturna, la criada de “Tristana”, o Enedina, que en “Viridiana” se levanta la falda en la cena de mendigos (trasunta de la última cena), escena por la que a Franco y al Vaticano les sangraron los ojos al unísono.
Trabajó con los mejores: Bardem, Berlanga, Borau, Forqué, Armiñán, Camus o Buñuel y participó en las películas que han hecho historia en el cine español, siempre interpretando personajes oscuros, desgarrados, deudores de su peculiar físico y voz. Era la rara, cuando no la mala, que inspiraba antipatía en el espectador.
Desde que rodara en 1949 su primera película, “El Sótano”, con guión de Camilo José Cela, mantuvo con él una buena relación. Así, cuando éste y el director Gutierrez Aragón preparaban la serie “Don Quijote de la Mancha”, al negarse Fernán Gómez a protagonizarla, el gallego dijo:
– ¡Ya lo tengo!, que lo haga Lola Gaos.
– Es una idea estrafalaria, le contestó el director.
Estrafalaria o no, era una idea genial (tanto como Ismael Merlo interpretando a Bernarda Alba) que, de cualquier forma, no era posible porque Lola Gaos ya estaba muy enferma.
En 1975 José Luis Borau le dio el único papel protagonista de su carrera en “Furtivos”, película emblemàtica de la transición española que agrandó, todavía más, su imagen de mujer dura y terrible que nada tenía que ver con la realidad.
Lola Gaos interpreta a Martina, la madre incestuosa, en el retrato despiadado de un régimen moribundo y carroñero. El primer plano de su rostro, mientras espera arrodillada a que su hijo le pegue un tiro, es uno de los momentos más poéticos y a la vez salvajes que se han visto en el cine. La escena con violencia real en la que Martina apalea a un lobo, tras haberle echado su hijo de la cama, fue objeto de todo tipo de críticas hacia el director y la actriz. “Ha tenido más atención la muerte de un perro que los muertos que ha habido este último año en España”, dijo Borau(“el francotirador” y “director fuera de la norma”), aludiendo a los últimos fusilamientos ordenados por Franco. Afortunadamente hoy esa escena no se rodaría de esa forma.
La tenacidad aragonesa de Borau hizo posible que la película se estrenara. Se negó a suprimir las 40 escenas que le exigía la censura, paseó con ella por medio mundo y logró exhibirla en EEUU, la Concha de Oro en San Sebastián, ser candidata a los Oscar y una crítica del New York Post considerándola una de las diez mejores películas estrenadas ese año, además de acaparar premios para Lola Gaos.
Indignada antes de que los indignados acamparan en las plazas, Lola fue la voz ronca contra el régimen y una mujer afable con alergia a los majaderos. Con Franco todavía vivo fue una de las organizadoras de la primera huelga de actores, apoyada por 2.700 profesionales. Las autoridades supieron que se habían pasado de frenada cuando celebridades y figuras del teatro nacional, poco sospechosas de pertenecer al “contubernio judeo masónico y comunista internacional”, comenzaron a desfilar por las comisarías pidiendo la liberación de los detenidos. Fue el caso de la siempre generosa Mary Carrillo que, a pesar de tener compañía propia, se había unido a la huelga y gracias a la cual Lola Gaos no durmió en la cárcel, hecho que tampoco le hubiera importado demasiado. “Nunca le tuve miedo al régimen. Me habían quitado todo lo que me importaba. ¿Qué más podían hacer?”.
La menor de la familia Gaos murió en 1993, olvidada y arrastrando una salud y economía precarias. Diez años antes su amigo Francisco Umbral había publicado en El País una carta escrita por ella misma denunciando su situación y solicitando alguna ayuda para que ella y su hija, la periodista Inés Castelló, pudieran subsistir.
“Esa pareja feliz”, comedia rodada en 1953 por Bardem y Berlanga, tenía un solo y breve personaje dramático, el de Lola Gaos. Daba vida a una digna reina que se tiraba de un castillo al grito de “¡Muera conmigo el honor de Palencia!”. Ella era la integridad de esa reina.