Matemática y maestra


Por Esmeralda Royo

    El “Tyrocinio Arithmético” de 1738 está firmado por Casandro Mamés de la Marca y Araioa, que no es sino un anagrama del verdadero nombre de su autora, María Andresa Casamayor de la Coma.

   Era condición obligada en la época que una mujer ocultara su verdadero nombre si quería ver publicados sus escritos.

    Para mayor confusión, durante 200 años y debido a un error tipográfico de la “Biblioteca nueva de los escritores aragoneses” de Felix Latassa, se creyó que el nombre de la matemática, científica y escritora era el de María Andrea pero tirando del hilo se descubrió que las letras del anagrama no coincidían porque faltaba una “s”. En otro acertijo genial, todavía no solucionado, la autora sitúa la obra en Almodóvar del Pinar, provincia de Cuenca, lo que resulta imposible porque María Andresa no salió de su ciudad.

    Nació en 1720 en una Zaragoza que se recuperaba del castigo de la Guerra de Sucesión y que vió un siglo después como la recuperación quedó frenada por una nueva guerra que la dejaría exhausta. De entre los escombros saldrían años más tarde figuras de la Ilustración, como Pignatelli o el Conde de Aranda, pero esa es otra historia.

   Lo que conocemos de ella está en los documentos públicos: archivos del Pilar, censos vecinales, protocolos notariales y otros listados. Así sabemos que nació en la calle del Pilar (en la ribera del Ebro), con lo cual tuvo que pasar su infancia viendo el trajín de masones varios: maestros de obra, albañiles, canteros y vidrieros trabajando en las obras de la iglesia que todavía no había sido ascendida a catedral y basílica.

    Pertenecía a una de las 12.000 familias francesas (su padre era de Oloron) que se dedicaban, previo permiso del Rey, al comercio en la ciudad y su educación, al estar la escuela pública restringida a varones, quedó en manos de dos tutores que acudían a su casa: el dominico Pedro Martínez y el escolapio Juan Francisco de Jesús, con la presencia, para evitar suspicacias, de la madre. Es una privilegiada porque no solo aprende a rezar y a realizar las labores “propias de su sexo”, sino también gramática y aritmética.

   Es tal su pasión por las matemáticas que a los 17 años publica “Tyrocinio Arithmético”, primer manual científico escrito por una mujer en España. Este libro de prácticas se encuentra en la Biblioteca Nacional y con multitud de ejemplos facilitaba la vida y la subsistencia de aquellas personas que, dedicándose al comercio y a duras penas leían y escribían, tenían que dividir los doblones en libras y multiplicar los cuartillos de vino para poder sacar las onzas. No existía el Sístema Métrico Decimal pero sí las libras, reales, sueldos, dineros de plata y menudos. Además, por si fuera poco, en cada localidad podía haber una medida de peso.

    Como dice el ilustrador David Guirao: “Ser pionera es abrir camino. Ser educadora es sembrar” y aunque el Tyrocinio estaba pensado en un principio para comerciantes, el auténtico deseo de María Andresa era que, tras aprender a leer y escribir, todos los niños y niñas supieran las cuatro reglas aritméticas que en realidad eran cinco: sumar, restar, multiplicar, medio partir y partir. Una ilusión que los ilustrados tendrían cincuenta años después.

    Para que nos demos cuenta de la importancia de este sencillo manual baste con saber que todo lo que ella escribió en él queda reflejado en un Tratado de tres tomos publicado en Zurich nueve años después de su muerte.

   A los 18 años empiezan sus desgracias y vienen todas juntas. A la muerte de su padre, único sostén de la familia, se une la de uno de sus tutores, Pedro Martínez y el otro, Juan Francisco de Jesús, es trasladado a Valencia. Por si esto no fuera suficiente, la familia materna se arruina y abandona Zaragoza.
De su mentalidad e independencia tenemos constancia gracias al censo vecinal de 1766, según el cual vivió sola y alquilada en un piso de la calle Palomar, esquina Plaza de San Agustín, y que en algún momento dejó de pagar el alquiler.

    Ni se casó ni entró en la iglesia, que era la otra opción para las mujeres de la época, sino que fue, según consta en el listado de maestras, educadora de niñas en el Seminario Viejo, más tarde sede de la Sociedad Aragonesa de Amigos del País (fundada por Ilustrados y a la que pudo pertenecer), que el urbanismo zaragozano se llevó por delante a cambio de dejarnos la calle de la Yedra, ahora San Vicente de Paúl.

   Su segunda obra es “El Parasi solo” (Prepara tu suelo), manuscrito de aritmética avanzada en el que introduce cálculos geométricos. No se llegó a publicar ni se ha encontrado pero sabemos de su existencia gracias a las referencias que de él hace Latassa, con el que necesariamente tuvo que relacionarse. En un tiempo en que las calculadoras eran los logaritmos, ella tiene una idea revolucionaria: tablas de raíces cuadradas para poder realizar operaciones matemáticas sin utilizar el álgebra.

   El primer sello de la serie dedicada a “Mujeres en la Ciencia”, emitido por Correros en 2020, es para María Andresa Casamayor de la Coma. El Ayuntamiento le ha dedicado la biblioteca del barrio zaragozano de Rosales del Canal, así como las antiguas viviendas sindicales “Grupo Girón”, que llevan ahora el nombre de María Andrea Casamayor. Puede que dentro de otros 200 años se subsane el error y pongan su nombre correctamente. Lo que no se ha conseguido es la colocación de una placa conmemorativa en la casa de la calle Palomar en la que vivió y todavía está en pie.

    La matemática tuvo que ser conocida en la ciudad tanto a nivel intelectual, por ser citada en otras obras, como a nivel popular por su labor de maestra de niñas, algo inusual para la época. Esta mente maravillosa murió en 1780 y fue enterrada en el mismo lugar de su bautismo: la Iglesia, años después basílica, de El Pilar

Artículos relacionados :