Historias a cuatro manos

Por Esmeralda Royo

     Ahora nos resulta incomprensible que quien ha participado en la producción, dirección, montaje, guión, vestuario, doblaje, decorados y casting en más de 50 películas, no aparezca en ningún título de crédito.

    También es cierto que esto no parecía importarle mucho a Alma Reville, hasta el punto de permitir que Raymond Chandler se llevara los honores por la adaptación al cine de “Extraños en un tren”, cuando en realidad éste se había ocupado de la primera parte del guión y Alma de la segunda y la revisión del texto completo.

    Aunque trabajó con otros directores, como Viertel o Elvey, sabía que el poder de decisión que tenía con su marido no lo tendría con otros.  Él dependía totalmente de ella porque era la única que sabía que mientras en público se mostraba como un narcisista petulante, en privado era un hombre  inseguro, incapaz de exorcizar sus demonios, con miedos y fobias que cargaba desde la infancia.

    Fue determinante en la creación de los legendarios MacGuffin (trampas creadas para mantener una linea argumental y la alerta del espectador pero que al final pueden no tener relevancia en el desenlace de la trama) y contribuyó a que nosotros supiéramos cosas que el protagonista de la película ignoraba, que al fin y al cabo eso es el suspense.

   Antes de casarse con uno de los diez mejores directores de la historia del cine (el genio que necesitaba dos asientos: uno para él y otro para su ego), ella ya tenía una sólida carrera como montadora en la Paramount inglesa. Allí conoce a un joven tímido y taciturno que recorre los estudios ofreciendo sus servicios como diseñador gráfico y que, aunque se fija en ella, es incapaz de cruzar una palabra. Cuando le ofrecen ser ayudante de dirección llama a Alma para que lo acompañe en el trabajo de montaje.  Habían nacido con unas horas de diferencia y permanecerían juntos 54 años.

    Aunque para el público siempre era la mujer menuda y sonriente que aparecía detrás de su marido en los estrenos (imágen con la que se sentía muy cómoda porque le permitía trabajar con tranquilidad), todo Hollywood sabía que si a ella no le gustaba una historia, no se filmaba y si no le convencía el corte final, se cambiaba.

    La elección de la actriz para el papel de la señora Danvers, el personaje siempre inquietante y a veces terrorífico de “Rebeca”, fue una pesadilla para el director durante meses.  Alma Reville, harta de sus insomnios y mal humor, recurre al archivo personal con nombres de actores y actrices que en algún momento habían llamado su atención y descubre a Judith Anderson, a la que había visto en Londres representando a Lady Macbeth.  Rebeca ya tenía su ama de llaves en una interpretación que ha pasado a la historia.

   Cuando la Paramount se negó a financiar “Psicosis”,  convencidos de que una película en la que la protagonista es asesinada a los 30 minutos desnuda en la ducha,  no sólo sería un fracaso sino que no pasaría la censura, el matrimonio decide producirla arriesgando toda su fortuna.  Lo único que puede pasar, pensó Alma Reville, es que “tengamos que volver a vivir en una casa sin piscina”. Elige personalmente a dos estrellas emergentes: Anthony Perkins, que la cautiva con su imágen de infantil fragilidad y Janet Leight a la que convenció de que esos 30 minutos serían definitivos en su carrera.  Una vez finalizada la película, Alma no está convencida con el resultado y contrata al músico Bernard Hermann, dispuesta a que los espectadores no tuvieran descanso.  Si no podían soportar ver la escena de la protagonista acuchillada, la oirían porque los chirriantes violines, violas y violonchelos les acompañarían mientras apartaban la vista de la pantalla.  Con la pelicula ya montada Alma observó que el pulso en la garganta de la protagonista seguía latiendo una vez muerta.  Sin un dólar más y ante un equipo exhausto, dijo “creedme, después de lo que han visto, nadie va a reparar en ello”.

   Eran tiempos en que las actrices que sufrían acoso permanecían calladas si querían seguir trabajando. Si bien es cierto que el director siempre conservó la amistad de Grace Kelly e Ingrid Bergman, no lo es menos que trató con desprecio a Joan Fontaine, intentó acabar con la carrera de Vera Miles porque prefirió quedarse embarazada a hacer una película, para Kim Novack fue un hombre detestable y amargó la carrera de Tippi Hedren.

   Alma Reville siempre mantuvo una relación de complicidad con Kim Novack y solucionó lo de Vera amenazando a su marido con que si ella no estaba en “Psicosis”, la película no se haría. Sin embargo, lo de Tippi Hedren fué diferente. El maltrato llegó hasta el punto de rodar la escena final de “Los Pájaros”, y sin que la actriz lo supiera, con animales vivos que le produjeron heridas de consideración.  Tú eres la única que puede acabar con esto,  le dijo a Alma y aunque ésta la escuchó, no hizo nada. Sólo cuando encontró las fotografías que él, voyeur enfermizo, robaba a sus actrices a traves de un agujero escondido en la pared, amenazó con abandonarlo.

     Cuando Hitchcock invitó a George Bernard Shaw a cenar a su casa, le ofreció los libros que tenía de él para que los firmara.  El autor de “Pigmalión” puso en todos la misma dedicatoria:  “Para Alma Reville, a la que tanto admiro”.

    El crítico Charles Champlin escribió:  “El toque Hitchcock tenía cuatro manos y dos eran de Alma Reville”.

   Ya anciano y retirado, Alfred Hichcock reconoció por primera vez en público el trabajo de su mujer: “Si Alma no me hubiera aceptado hace tantos años, puede que yo estuviera en esta sala, pero como uno de los camareros que estaría sirviendo sus mesas. Y seguramente sería el más lento”.

     Según Patricia Hitchcock su madre tuvo el buen juicio de sobrevivir dos años a su padre. “Si hubiera sido al revés, él no lo hubiera soportado”.

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