La alcaldesa republicana


Por Esmeraldo Royo

     Cuesta imaginar en qué pensaba María Domínguez Remón, política, periodista y poetisa,  aquel 7 de septiembre de 1936 y si sabía que esa iba a ser su última noche.

   Puede que contemplara a la niña de Pozuelo de Aragón aprendiendo a leer de la única forma que podía, deletreando todo lo que caía en sus manos, ya fueran romances de ciego, vidas de santos o periódicos viejos.  Todo valía con tal de dar esquinazo al destino que le esperaba: jornalera, pobre y analfabeta, tres características que siempre iban acompañadas en la España de finales del XIX,

    ¿Se vió a sÍ misma en la vendimia, la espiga y el arranque de la cebada o recordó al primero que la llamó María La Tonta, el mote que le acompañaría toda su vida porque, siguiendo los consejos de su madre, miraba al suelo cada vez que se cruzaba con un hombre?  Es igual, pudo pensar, si hubiera mirado a los ojos de los hombres me hubieran llamado María La Puta.  Le importó tan poco que, junto con Imperia, fué el seudónimo que utilizó al escibir.

    Quizás recordaba el día en que su padre le dijo que se casaría con Bonifacio Cercé y los 27 kms. que caminó de Pozuelo a Cortes, siete años despúés, para coger un tren a Barcelona y huir de las palizas y humillaciones.  También de la busca y captura por abandono de hogar a la que tuvo que hacer frente porque, según su marido, se había marchado con otro hombre.  

– ¿Sabe de alguna forastera que haya llegado hace poco al barrio?, le preguntó el policía que la encontró en una calle de Barcelona

– La única forastera que conozco soy yo, contestó.

– Si es usted María Dominguez tendrá que acompañarnos hasta Pozuelo.  Su marido la reclama.

– Yo estoy aquí sirviendo, soy una mujer honrada y no voy a ir para que acabe matándome, contestó, ahora sí, mirándole a los ojos.

    El policía asintio, le dió la espalda y se fue por donde había venido. 

      Sirviendo en casa de los Sarriá, una familia republicana, socialista y con una excelente biblioteca, descubre el Siglo de Oro español, a Perez Galdós y una primera edición de “La Tía Tula” que leyó de un tirón.  Nunca sería Gertrudis, pensó, aunque se ocupara de los hijos de otros, y jamás estaría con un hombre como Ramiro.

     Todavía se recuerda comprando una máquina para hacer medias y así dejar la servidumbre.  O marchando al Valle del Baztán, donde descubrió una de sus pasiones, el magisterio.  Caminaba todos los días dos horas para que el maestro titular le ayudara a preparar las clases.

     Cuánto te ha costado todo, María, seguro que se decía a sí misma aquella noche.  Empiezas a escribir en El País, el Ideal de Aragón, Vida Nueva y cuando estás a punto de aprobar Magisterio en la Escuela Normal de Pamplona, aparece una mala gripe que te tiene entre la vida  y la muerte más de un año.  Pero también saliste de ésta porque las supervivientes encuentran recursos y tú tenías tu máquina de coser medias, libros para leer y páginas para escribir.

   ¿Pensaría esa noche en Arturo Segundo, el esquilador socialista con el que se casó al pasar Bonifacio a mejor o peor vida, según creamos o no en el infierno del más allá?.  También él,  ese 7 de septiembre y aunque María no lo supiera, estaba viviendo una de sus últimas noches. Con él se fue a Gallur y allí, además de seguir escribiendo, funda la sección local de la U.G.T y adquiere tal protagonismo que el Gobernador Civil le designa a ella como presidenta de la Comisión Gestora del Ayuntamiento.  María, a la que llamaban “la Tonta”, se convierte en la primera alcaldesa de la Segunda República española, gestionando un presupuesto de 156.613 pesetas, cuya mayor parte dedicó a la creación de una escuela.

   En 1.934 se publica “Opiniones de Mujeres”, donde se recogen cuatro de sus conferencias y que es prologado por Hildegart Rodríguez Carballeira, la abogada y periodista de 18 años que había sido asesinada un año antes por su desquiciada madre.

  Puede que también recordara en esa noche las palabras que le dirigió su hermana el 18 de julio, cuando hizo lo que hicieron muchos: volver al lugar en el que habían nacido o tenían a su familia .  Regresar a la tierra de los padres y recorrer de nuevo las calles junto a caras conocidas.  Buscar, al fin y al cabo e instiivamente, la seguridad, sin saber que para ellos ya no era posible. 

– Para qué has vuelto?  – le dijo- Aquí no estás segura.

– No tengo nada que temer porque no he hecho nada malo, contestó. 

    ¿Por qué corría peligro?  ¿Por crear una escuela unitaria y contratar limpiadoras para que los niños no tuvieran que limpiar las aulas? ¿Por subvencionar sacos de carbón y así los alumnos no los tuvieran que acarrear desde sus casas?  ¿Por crear bolsas de trabajo rural y paliar el desempleo?  ¿Por creer que la Magistocracia, colosal obra de la Segunda República, crearía generaciones de españoles libres? 

   Sí, corría peligro en aquel Aragón dividido, literalmente, por la mitad.  Era maestra, republicana, socialista y había sido alcaldesa.  Había escrito, dado conferencias y se había negado a bajar la mirada ante cualquiera.  Motivos más que suficientes para que una bala llevara el nombre de María Dominguez Remón.

   Su último viaje en vida fue de Pozuelo a Fuendejalón, donde le esperaban, acompañada de tres hombres de su mismo pueblo,  las tapias del cementerio.  

    Ahora solo queda la excavadora que la libere de una tierra que nunca le fue leve y el cedazo que nos devuelva a todos, porque no hay familia a la que devolver, los restos de una mujer, María Dominguez Remón,  fusilada a los 50 años, que da nombre a un colegio de Gallur, una fundación y  una calle.

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