Ixo Rai! En el Pabellón Príncipe Felipe,

Por Alejandro Elías y Ángel Burbano

     El concierto de regreso de Ixo Rai del pasado sábado fue mucho más que un concierto, mucho más que un puñado de músicos tocando canciones en directo encima de un escenario.

     Fue un acto capital, un punto de inflexión del que muchos de los asistentes -y de los propios protagonistas sobre el escenario- quizá no se percataron. El concierto que presenciamos y lo que allí se vivió significó la invocación por un instante de una forma de vida perdida y a su vez quizá su canto de cisne definitivo. Porque Ixo Rai significa pertenencia, arraigo, tierra, tradición (buena), lucha, cambio. Y hoy en día ninguna de esas palabras son esenciales en el imaginario colectivo de las generaciones más jóvenes. Aunque ellos dejaron un legado trascendental, ya no es tendencia. Hoy no se vive, se sobrevive. El capitalismo y la globalización todo lo han engullido ya. Se dijo sobre el escenario que “todo por lo que Ixo Rai luchaba hace 20 años sigue igual”, pero no es verdad. Ha ido a peor.

     Hace 20 años, cuando ellos dieron su último concierto, no había “parques” eólicos matando los campos y paisajes de cientos de pueblos aragoneses. No había patinetes de Glovo esquivando peatones para llegar a tiempo a la entrega de una hamburguesa con patatas frías (no fritas). No había Sálvame. No había reguetón. Había cultura, no solo entretenimiento. Había reflexión, no solo prisa. Se vivía en la realidad, no solo en las redes sociales.

    La noche se caldeaba aún con las luces encendidas y la música enlatada de La Ronda de Boltaña y, poco después de las 22 horas y tras un emocionante vídeo introductorio con palabras de Labordeta, comenzó el esperado momento con un despliegue de música y efectos visuales a la altura de los más grandes. La ocasión lo merecería y así se iba a corroborar durante el show. Doce personas sobre el escenario, instrumentos tradicionales, gaitas, vientos, guitarras,… y “J” con el micro en ristre y camiseta de Camarón. El sonido apabullante y sin fisuras desde el minuto 0, grandísima labor de los técnicos. Y los músicos, en contra de lo que muchos podían prever en un principio, en una forma sobresaliente.

     Hacía tiempo que no se oía una batería tan bien afinada como la de Miguel Isac, que en todo momento fue el soporte no solo rítmico, sino también emocional de unos Ixo Rai en plenas facultades musicales. No hubo fallos, no hubo dudas, no hubo titubeos: no parecía que hubiera pasado el tiempo. El repertorio, canción tras canción, hizo las delicias de un público que sabía a lo que iba. Se alternaron todos sus grandes clásicos (a falta, inexplicablemente, de “Jódete y baila”) con diferentes versiones que en su día fueron importantes en la trayectoria del grupo. Es el caso de “Hasta siempre, Comandante” o “Zarajota blues”, un guiño más de los muchos que se sucedieron a J.A. Labordeta, el que fuera sin duda guía espiritual de Ixo Rai. Tras “Mosica & Mondongo” con las 4.700 personas bailando y brincando, se dio paso a unos bises antológicos, en los que la carga emocional de “Un país” volvió a unir en una sola voz y miles de puños en alto a todos los aragoneses, estuvieran o no presentes. Y para finalizar, ese “15 d’Agosto” ya inmortal.

    Este concierto pasará sin lugar a dudas a la historia de nuestra música, y significó para muchos un golpe en las entrañas tan contundente como emotivo. Así se pudo comprobar en las lágrimas que se deslizaban por la cara de cientos de espectadores. Lágrimas de alegría, de nostalgia, de gozo. De rabia. Por ese amigo ausente, por ese hermano que te los descubrió, por ese padre que te habló de Labordeta. Por esa bandera de Aragón que, como anteayer, sobrevuela por encima de nuestras cabezas y de la que poco nos acordamos en nuestro día a día. Lágrimas también de esperanza, porque siempre la habrá mientras haya una voz que cante a la libertad.

Fuente: https://www.aragonmusical.com/2022/04/
Fotos del muro de: David Langa Juste

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