Joaquín Carbonell, a sangre y fuego

Por Matías Uribe

    El cantautor aragonés celebra sus cincuenta años de vida musical con un emotivo concierto en el Teatro Principal de Zaragoza y un opulento libro-disco con textos, letras de las canciones y dos cedés del concierto

 

50 años. ¿Cómo llegas a este jalón crucial? ¿Con un resoplido de alivio, de incredulidad, de asombro, de furia…?

De incredulidad por encima de todo. De asombro. Realmente no tenía muchas ganas de celebrar este concierto. ¿Para qué? me decía, aquí nunca pasa nada, y además no importa. Tengo la sensación de ser de casa, de estar siempre ahí…

¿Cuál es tu resumen en plan ‘tuitero’ de este medio siglo de música?

Yo me he esforzado mucho por hacer buenas canciones, pero el mundo no se ha esforzado por escucharlas.

Medio siglo en el que habrá habido momentos de hinchar el pecho, muy satisfactorios…

Pocos. Aquellos conciertos, al principio, de los tres cantautores a pabellones llenos, eran muy divertidos y emocionantes… Los más destacados, aquellos días en que he llegado a un pueblo pequeño, a menudo con la compañía de un solo músico, y me he emocionado con el entusiasmo y agradecimiento con que me han recibido.

También otros de abatimiento…, quizá tu retirada en los inicios de los 80, o una cierta envidia sana, si no enfado, por ver, tras tu retorno, cómo unos cardaban la lana y otros se llevaban la fama…

La envidia no la he sentido nunca. Siempre tuve la certeza de que lo fundamental no era “triunfar” sino hacer buenas canciones. Creo que cuando uno llega a ser una gran figura, como es el caso de algunos de mis colegas, siempre está justificado. Es imposible engañar al mundo durante muchos años, así que algo habrá. Yo no he tenido habilidad para componer canciones “vendibles”, comerciales… Decidí retirarme tras un concierto en un pueblo de Guadalajara, una tarde de agosto; allí encima de un remolque en una plaza a pleno sol… Me dije: “Hasta aquí hemos llegado, Carbonell”.

¿Cómo viste y viviste aquella desbandada de los cantautores a finales de los 70?

Era lógico. El país cambió de rumbo y cambió de estilo. Entrábamos en la modernidad y nosotros éramos el testigo de otro tiempo periclitado.

Sin embargo, le hicisteis un gran trabajo a los políticos, que luego, y en especial el PSOE, no solo no le pagaron factura alguna sino que se desentendieron de vosotros. ¿Fue duro? ¿Hubo rencor? ¿O fue algo que vosotros mismos os buscasteis al no evolucionar musicalmente y artísticamente?

Es cierto, nosotros hicimos un gran papel a la clase política en la Transición. En realidad, abonamos un sentimiento de solidaridad a través de nuestras canciones, que luego fue utilizado. Yo me retiré discretamente y me dirigí al periodismo, que me apasionaba. Pero muchos compañeros no tenían nada, no sabían hacer otra cosa y lo pasaron terriblemente mal. Apuntas a algo que es cierto: tendríamos que haber evolucionado, pero no hubo tiempo. Fue todo muy precipitado. Y, por otra parte, la propia audiencia no nos permitía esa evolución: solo querían escuchar esas canciones reivindicativas… o nada. Pero cuando murió el general, aquello ya no tenía sentido y todo el mundo siguió el indicativo del alcalde Tierno Galván: “Ahora a colocarse y ¡al loro!” Salíamos de la negra noche y se abría el paraíso de la verbena y el sexo. Y no lo digo con segundas… No tengo nada que reprochar, la vida es así.

En estos 50 años has tenido como compañeros destacados de viaje a Labordeta y La Bullonera. ¿Qué te dieron uno y otro? ¿Qué guardas fundamentalmente en tu memoria de aquel viaje?

Me dieron mucho, sobre todo afecto. De Labordeta aprendí mucho, fue el primer profesor que me trató como a un adulto. Y me enseñó que se puede componer de lo cercano. De La Bullonera me admiró su entrega, su entusiasmo. Eran el mejor grupo de folk de España.

Pero tú no ibas para cantautor. Empezaste con nueve años tocando la armónica subido a unos sacos de trigo para animar el baile dominical de los vecinos de tu pueblo natal, Alloza. Una de tus novelas plasmó tus deseos, querías ser ‘artista’… ¿Sientes cumplidos esos deseos?

Realmente yo no he sido el “artista” que soñaba en Alloza. De jovencito cantaba canciones de Los Brincos, de El Dúo Dinámico, de Adamo… Yo quería ser ese tipo de artista. Luego, ya, la vida me llevó por otros caminos.

El Colegio Menor San Pablo fue un gran revulsivo para impulsar aquellos deseos. Con la perspectiva de hoy es un hecho tan histórico como insólito, una isla en el paisaje cultural español…

Sin duda; a menudo lo tengo que comentar con personas que están interesadas en estos alardes pedagógicos. Fue una gran rareza. Una milagrosa coincidencia el que nos juntáramos allí alumnos tan avispados y profesores con tanto entusiasmo por enseñar. Se ha escrito mucho de ellos y supongo que algún día se estudiará en una tesis…

Luego fuiste camarero en Sitges y Caldetas, donde te impregnaste de la brisa pop mientras atendías a los turistas en hoteles de tercera…

Yo trabajaba de camarero en los veranos y durante el curso estudiaba en Teruel. Y claro, en esos lugares escuchaba a Los Beatles y grandes americanos; no puedo mentir: en la página que escribía en Lucha sobre música, ahí se ve que recomendaba escuchar a Aretha Franklin, Bob Dylan, todo el blues o el soul de la época, el folk-rock americano, desde Mamas & The Papas o Bee Gees, repertorio que me suministró Césareo Hernández, de sus veraneos en Benidorm… Éramos una gran rareza en aquella época en Teruel. Y para más inri, cada mes me compraba el Salut les copains, la gran revista de música pop francesa…

Las sesiones radiofónicas del Club de Folk, de Plácido Serrano en la hoy COPE, fueron determinantes para desviar tu camino del pop al folk y a la canción popular, ¿fue un giro natural o forzado por las circunstancias políticas?

Fue forzado por las circunstancias. Tuve que hacer un esfuerzo para componer canciones “aragonesas”. Pero ese era el ambiente que nos rodeaba en los primeros años 70. Plácido me invitó a ser telonero de todos los que pasaban por el Pax, desde Nuestro Pequeño Mundo a Patxi Andión. Cantaba mis temas y alguno de Labordeta, que se había quedado en Teruel, y eran recibidos con entusiasmo. Por otra parte, gracias al acompañamiento de Javier Mas, que fue mi primer guitarrista, aquellas melodías simples me sonaban a más altura; era la primera vez que alguien trabajaba sobre mis modestas canciones.

Una de las sorpresas de esos 50 años fue tu vuelta brasseniana a los discos en el 96, o sea, unos 15 años después de irte. ¿Qué te impulsó a ello?

En efecto, me fui después de aquella tarde agosteña en Guadalajara. Guardé la guitarra en un armario casi 13 años. Pero nació un club musical, La Saganta, y me invitaron a cantar algo de Brassens. Lo hice y poco a poco sentí ganas de volver a componer. Sin darme cuenta tuve nuevo disco, Tabaco y cariño. Y ya no lo dejé.

Carbonell no solo es música. En estos 50 años te ha dado para hacer televisión y radio, escribir novelas, biografías, libros ‘pretos’ de ironía aragonesa… y decenas de columnas periodísticas televisivas y entrevistas… ¿De dónde nació esta admirable faceta? ¿De las ganas de contar cosas o de buscarse la proteína?

Primero, de buscarse las habichuelas. Me vi en medio de la desolación y me pregunté qué sabía hacer para ganarme la vida. Sabía hacer muy pocas cosas, porque no tengo estudios universitarios. Me surgió lo de hacer televisión, y propuse realizar Musicaire, aquel espacio por el que pasaron todos los músicos aragoneses de los años 80. Realicé 65 programas, y hoy son un documento valiosísimo y único para conocer el pop aragonés, desde Héroes a Mauricio Aznar, Los Enfermos Mentales o Distrito 14. Todo está ahí. Luego ya seguí con el periodismo en varias facetas. No soy periodista y no ejercí de periodista sino de entrevistador y comentarista.

Portada del libro disco de Joaquín CarbonellMatías Uribe

Y del niño armonicista y batería a hoy. Un concierto y un espléndido libro-disco celebran estos cincuenta años. Llenaste el Principal y ahora el libro-disco testimonia aquel concierto y tu carrera en sí. ¿Es muy arriesgado señalar que es lo mejor que has grabado nunca?

Creo que es lo mejor, sí. Salvedad hecha de Con la ayuda de todos que, dadas las circunstancias, creo que es mi mejor disco. Una rareza. Aún me asombro de que, en aquellos años, con aquella ingenuidad, con la escasa preparación que tenía, fuera capaz de componer Me gustaría darte el mar, Canción del olivo, Pascual (letra de Labordeta) o Con la ayuda de todos. Son grandes hallazgos en todos los sentidos que apenas he sabido repetir luego.

El sonido es limpísimo, la voz nítida, la instrumentación cristalina… Como dirían sarcásticamente Sabina y Krahe, cuando una noche escuchaban en Madrid a Eric Burdon, eso no vale: tú sabe cantar…

Pues es cierto, siempre me he considerado un buen vocalista, alguien capaz de cantar cualquier composición. Me viene de mi época de vocalista de la Orquesta Bahía, de Alloza. En una orquesta se aprende mucho. Y todavía tengo muy buena voz, algo que me sorprende a mí mismo…

Y encima te acompañas de una banda de lujo en esta tierra y fuera… juegas con ventaja.

En cualquier parte ya hay buenísimos músicos. Hoy, la gente que quiere tocar un instrumento con vocación profesional, sabe que debe prepararse mucho, porque existe mucha competencia. Mis músicos son de primera y casi todos están a mi lado hace más de 20 años; y por encima de sus cualidades musicales, son mejores personas, algo fundamental para soportarse tanto tiempo.

El añadido, por cierto, del violín ha sido uno de los mejores hallazgos de este concierto y de este disco. Dices en el recital, con tu socarronería habitual, que Kalina Fernández ha estudiado más para aprender a tocar el violín que para ser obispo… ¿Cómo descubriste a esta ‘canóniga’ del instrumento?

Indirectamente, porque es la novia de mi hijo pequeño. La he visto tocar mucho desde hace años, y además tiene mucha desenvoltura en el escenario, algo que también ayuda. Se acaba de incorporar a un mundo prácticamente nuevo para ella, y estoy seguro de que crecerá sin límites. Estoy muy contento de su aportación, que en algunas canciones le da una evocación melódica muy intensa.

En este disco está el Carbonell más genuino, con sus variados trajes musicales, desde el blues al reggae, el vals, el corrido, la rumbita, la balada… y Dylan, Brassens, Cohen, J. J. Cale… latiendo en esas canciones. ¿Eres hombre de mil chaquetas musicales por devoción, por aprendizaje o por necesidad?

Soy un músico de muchas leches, como lo somos todos los que nos hemos educado con la radio. En aquellos años de aislamiento, la radio era nuestro único aporte emocional. La radio sonaba todo el día y emitía todo tipo de estilos. Me encantaba Juanito Valderrama, como me encantaba Jorge Negrete. ¡Y de Peret ni hablemos! Pero luego surgieron Los Brincos y fuimos capaces de asimilarlos sin causarnos traumas. En el fondo estamos hablando de melodías potentísimas y de unas letras que, a menudo, eran sencillas pero muy bien escritas. Todo ese bagaje está en mis canciones de la manera más simple y natural, sin hacer malabarismos. Me resultaría imposible tener que prescindir de alguno de estos ritmos.

Hay un repaso a tu repertorio discográfico, a esos doce discos que has dejado en estos 50 años de vida musical. ¿Sientes haber dejado alguna canción en el tintero o están las justas? Sorprende que ninguna de las canciones del segundo, tercer y cuarto álbum haya presencia. Hay reservas hacia ellos ¿o es un olvido justificado de resquemor -dicho sea con ironía o enfado real- hacia la RCA por nunca reeditarlos, por haberlos apartado de circulación incomprensiblemente?

Ja, ja, ja. Lo de RCA está bien. A ver si logro que, al menos, cuelguen esos discos en Spotify. Esos tres discos que mencionas tienen canciones de su tiempo, que hoy han envejecido mal. Son muy circunstanciales. Apenas hay perlas. Con el resto tuve que elegir de entre 150 canciones compuestas, estas 25. Sin duda, la grabación contiene lo mejor de mi repertorio, incluida esa Canción para un invierno que nunca había cantado en directo.

Asoman, sin embargo, dos canciones nuevas que brillan con esplendor en línea con Dylan y Cohen y siguiendo la estela de una de tus grandes canciones, Con las luces encendidas. ¿Cómo nacen estas canciones y en general todas las tuyas, con esas letras tan ingeniosas y poéticas, de trabajar muchas horas o de chispazos creativos que ni tú mismo controlas o sabes de dónde vienen?

Celebro que me preguntes por esas dos nuevas, Amor, tú dónde estás y Ven a verme. A mí me cuesta mucho componer. No puedo hacerlo como un ejercicio rutinario. Necesito la necesidad para escribir, una cierta inspiración que me invite a hablar de algo que me motive. Amor, tú dónde estás tan solo es una pincelada sobre estos tiempos tan caóticos. Es una pincelada porque una canción dura cuatro minutos y solo puedes aspirar a mover algunos sentimientos. El caso de Ven a verme es más curioso: escuché esa canción en un CD, ¡que no contenía el nombre del cantante! Me gustó mucho la música y de inmediato imaginé otra letra, esa que habla de cierta gente que siempre se está quejando: “No me sueltes la vieja monserga de la mala suerte”, digo. ¡Me costó tres meses dar con el autor! Era un cantautor aragonés de nombre César Mingueza. Le propuse mi oferta y aceptó encantado. La música de esa canción es preciosa, entre Dylan y Cohen…

Los dos discos se acompañan con un opulento libreto, exquisitamente diseñado por tu hijo Nicolás, de 100 páginas, letras, fotos y textos explicativos de tu vida y de los cantautores en general… Oye, esto es un tiro a las multinacionales que siguen por lo general amorrados al tradicional CD. ¿Cómo es posible tanto lujo desde los sótanos de la autoedición, una acción fulminante, por cierto, para acabar de verdad con la piratería?

(Risas) El evento se merecía una celebración a esta altura, ¿no crees? Todo lo he acarreado yo solo. Y en efecto, el “producto” es muy caro porque el libro es de lujo. Pero no está hecho para ganar (algo sacaremos, claro) sino para empatar. Para darme ese gustazo. Pienso superarlo, eso sí, en el concierto de los 75 años.

Esa foto con Jiménez Losantos de delantero centro y tú de defensa central o haciendo teatro son un documento curiosísimo. Dice Eloy Fernández en su magnífico texto que Losantos era listísimo… ¿Cómo lo recuerdas tú?

Lo recuerdo mucho porque éramos íntimos, muy amigos. Vivimos cinco años juntos, así que puedes imaginar. En efecto, Federico era el más listo del curso. Y lo recuerdo como un chico muy cariñoso y con muchas ganas de que le quisieran. Desde entonces ya no nos hemos vuelto a ver…

La pena es que el libro-disco no se haya acompañado, ya metidos en harina y gastos, con un DVD del concierto emitido por la TV aragonesa…

No te preocupes. En cuanto nos despejemos un poco de trabajo, lo colgaremos en Youtube. Hoy, en realidad, puede hacerlo cualquiera desde que se emitió por TV.

Dios le libre a uno de sacar el gel de la adulación para enjabonarte, pero estamos ante una de las producciones musicales más notables que se han hecho no solo en Aragón sino fuera. La enhorabuena más sincera. ¿Eres consciente de ello? ¿Qué respuesta esperas o estás teniendo?

Yo te agradezco mucho esas palabras. Realmente desde el concierto solo he recibido felicitaciones. No me pesa decirlo: fue un gran concierto a la altura de cualquier escenario de España. Y a pesar de todo, apenas ha tenido repercusión fuera de Aragón. A estas alturas ya no me voy a amargar; las cosas son así y en mis manos ya no está lograr que tenga más repercusión. Desde fuera de Madrid es casi imposible lograr cierta resonancia. En su día pude desplazarme a vivir a Madrid y afrontar el reto de “triunfar”, pero hice cuentas y no me compensaba. No vale la pena; total, solo son cancioncillas…

Salir de las tinieblas para ir a un luminoso disco

Salir de las tinieblas de un largo retiro musical de trece años para enfilar una nueva discografía, fecunda e imaginativa, tiene su mérito, si no es de récord. En 1976, Joaquín Carbonell debutaba discográficamente con RCA (hoy en manos de Sony) y el mejor LP de aquella etapa inicial, Con la ayuda de todos, de bellísima portada de Natalio Bayo y doce canciones de arreglos austeros e instrumentaciones completamente acústicas, con los músicos catalanes de La Rondalla de la Costa y el gran Javier Mas a su lado, articulando un poemario musical entre la gravedad y la ironía, entre la amorosa hondura de los textos y la broma socarrona. Me gustaría darte el mar, Con la ayuda de todos, La beata o el tintineo duramente sarcástico de Doña peseta fueron sus faros más luminosos y reconocibles. Hasta Sabina, que todavía era una incógnita ecuacional, cayó rendido. En la triada siguiente, que él minusvalora quizá injustamente, se contagió del fervorín político-social de la época y la lucha contra la dictadura (Dejen pasar/1977) y luego del swing y la música tradicional aragonesa (Semillas/1978) y su afán por rendir tributo a Serrat cuya estrella fue la guía inicial de sus sueños para un día ser cantautor (Sin ir más lejos/1979).

     Allí se acabó el carbón y Carbonell. O eso parecía. Cual madero náufrago en las aguas desbocadas de los nuevos tiempos de la Movida y la llegada de la democracia, la riada se lo llevó, como a tantos. Trece años anduvo en el dique seco, pero observando, psicoanalizándose a sí mismo, a los cantautores y oyendo los maitines de la moda. La conclusión fue que había un tipo de canción urbana y trazas pop, abierta por Dylan o Leonard Cohen, e importada ya por Sabina a España, que los viejos camaradas y ni él mismo supieron adaptar a la taxonomía musical española de los tiempos pasados. Y con aquella nueva reformulación -Brassens soplándole el cogote y sus ‘mil leches musicales’, como él dice, posibilitando el transformismo- saltó de nuevo al ruedo. Salto arriesgado e insólito, pero productivo. Desde entonces, desde 1996, es dueño de una serie de discos repletos de poesía, imaginación literaria y sólidas músicas blasonadas por el pop, la balada, el reggae, el swing o cualquier otro estilo que le sirva de percha compositiva, géneros que nunca maltrata o se sirve de ellos descaradamente; simplemente los sugiere como acompañantes de su potencialidad creativa y de su excelente voz, timbrada, tierna, nítida, matizada. No es la primera vez que uno lo certifica: es el mejor cantautor nacional de este milenio, y ESTÁ AQUÍ, que es su mayor pecado: ser el vecino de al lado y de ese Teruel que no existe. Este nuevo trabajo, este opulento libro-disco sacado a sangre y fuego a la luz pública, es su palanca reactiva, la mayor confirmación de su talento.    

Carbonell 50 años. 1969-2019

  • Editado por Voces del Mercado con la colaboración de Barna Sants 25 Cançó d’autor y Fundación Autor SGAE.
  • Contiene dos CD’s que recogen íntegro el concierto que Joaquín Carbonell ofreció en el Teatro Principal de Zaragoza el lunes 2 de diciembre de 2019. 25 canciones.
  • Músicos acompañantes: José Luis Arrazola (guitarra), Roberto Artigas (guitarra, ukelele, banjo, voces), Coco Balasch (bajo), Quique Casanova (batería), Kalina Fernández (violín), Richi Martínez (teclados, voces y dirección musical).
  • Tapa de cartón y 100 páginas con las letras de las canciones, fotos de diversos autores y textos de Joaquín Carbonell, Eloy Fernández Clemente, Matías Uribe, Alberto Sabio y Roberto Miranda.
  • Diseño y maquetación: Nicolás Carbonell.
  • com

Fuente: https://www.heraldo.es/noticias/blog/2020/02/11/joaquin-carbonell-a-sangre-y-fuego-1358196.html?fbclid=IwAR2tiU1jXycsEUwBNetiglcnBC9lWMvAoX2jVhvjya7lEi-mFoS_nzWRnCI