El Director de la Sinfónica

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Por Daniel Clemente

      El Director de la Orquesta Sinfónica tiene cita con su psicóloga.  No le preocupan las notas, le preocupan los silencios. Últimamente tiene pesadillas: una noche el primer violín liga todas las notas de la partitura.

    Otra ladran perros en cada Do sostenido, una tercera noche la Sinfónica ameniza un crucero y el repertorio es un Vals continuo, un vals eterno que parece titularse Chin-chin. Brindis tras brindis acaba recogiendo su batuta y da una vuelta al ruedo-carrusel, que no para de girar, y en el que en cada burladero alguien le saca la lengua. Pero esta última noche ha tenido su peor pesadilla: ya no era Director de la Sinfónica, era el cantante de un grupo de música popular y defendía sus canciones en una plaza pública, donde cinco niños abandonados vociferaban y daban golpes en la tarima del escenario; fuertemente y fuera de compás. Apenado ante tanta criatura rubia de ojos azules, cabellos  y dientes azules, apenas podía cantar pensando: ¿Dónde dormirán estas criaturas? ¿Habrán comido? Embebido en ese pensamiento en cada Do sostenido ladran los perros, y los farloperos se escuchan sus vidas. Ya no puede más y se desvanece, y amanece y hay que recoger el equipo de sonido. Un doctor con tres ojos le da palmaditas en la mejilla y le insiste: despierte señor, está todo manga por hombro, como el mundo del Cómic.

    Su psicóloga pregunta: ¿Escucha usted música popular? ¿Asiste a conciertos de música popular? Él responde: He visto cientos de conciertos, no he podido escuchar ni la mitad, ni un cuarto. No importa el precio de la entrada, aún menos el aprecio, en el futuro contaremos lo importante; YO ESTUVE ALLÍ.

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