Persona y democracia, de María Zambrano


Reseña de Javier Úbeda Ibáñez y Jorge Cervera Rebullida

     María Zambrano nació el 22 de abril de 1904 en Vélez (Málaga, España) y murió en Madrid (España), el 06 de febrero de 1991

  Zambrano se exilió en enero de 1939 y ejerció su magisterio en universidades de Cuba, Puerto Rico y México. Tras residir en Francia y Suiza, tornó a España en 1984.

    Obras destacables de Mª. Zambrano:

    Horizonte del liberalismo (1930), Filosofía y poesía (1939), La agonía de Europa (1945), Hacia un saber sobre el alma (1950), El hombre y lo divino (1955), Persona y democracia. La historia sacrificial (1958), El sueño creador (1965), La tumba de Antígona (1967), Claros del bosque (1977), Delirio y destino (1989), Algunos lugares de la pintura (1989).

    Para entender Persona y democracia (libro publicado por primera vez en 1958) debemos entender antes a su autora, María Zambrano Alarcón, intelectual, filósofa y ensayista española, enmarcada en una extensa obra de compromiso cívico y pensamiento poético, que fue, por fin, reconocida a finales del siglo XX cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1981 y el Premio Cervantes en 1988.  

    El pensamiento de la autora, constantemente envuelto de un humanismo y vitalidad que recuerdan a los más clásicos, pero luego retoman un cierto protagonismo a principios del siglo XX, resulta inspirador y rico, abriendo todo un mundo a nuevas formas de pensar. Antes de lanzarse a la composición de esta obra de arte, Zambrano ya había criticado desde su idea de la razón poética, el racionalismo e idealismo modernos, no por ser ella más irracional sino, todo lo contrario, por considerar este movimiento sostenido en una razón muy incompleta y poco integradora, siendo nada más que, en palabras suyas, un infierno de luz.

    Por otra parte, el pensamiento político que desarrolla, se construye mucho antes de cualquier obra o teorización filosófica al respecto, y lejos de querer estudiar lo que estos enfocan, únicamente pretende abismarse en la motivación del cambio tan radical de la política occidental, del absolutismo a la democracia, lo cual es para Zambrano lo que nos permite sostener la realidad de la Historia y de que esta sea la salida a los dilemas que suscita en sí misma.

    La formación del pensamiento de Zambrano está fuertemente influenciada en la visión poética por su padre Blas José, gran amigo de Antonio Machado, y en la filosófica por Ortega y Zubiri. Más tarde se encontrará con Leibniz, de quien tomará un pensamiento teológico cristiano, con Bergson, de quien reconocerá las teorías sobre el tiempo, Simmel y Max Scheler, San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, Unamuno y, finalmente, Louis Massignon. Se hace imprescindible asomarse, por tanto, a la literatura y la poesía para conocer bien a la autora, aunque su principal maestro y de quien realmente se sintió discípula fue José Ortega y Gasset, particularmente en toda su noción de razón histórica, y a quien, de hecho, nombra en varias ocasiones en el texto al cual este estudio hace referencia.

     Por otro lado, es digna de mención la trágica esperanza que empapa toda la filosofía de Zambrano, un optimismo dramático inevitable que a pesar del sufrimiento es también una confianza siempre renovada, y muy ligado a esto, un interés continuo, una motivación por el conocimiento que cultiva la inteligencia, y que así refleja en Persona y democracia en sus capítulos «El Alba de Occidente» y «La Historia como Tragedia». También es importante ahondar en la visión zambraniana del ser humano, visto como conato, impulso, ávido, un ser que padece su propia trascendencia, como alguien a medio vivir, alguien que necesita nacer de nuevo, afianzando la necesidad que todos tenemos de ver y ser vistos, de ser, pero siendo plenamente, lo cual sería el anhelo originario donde nace la esperanza elemental constitutiva de lo humano.

    Con relación a su ética, se debe rescatar la fatalidad, pero en la lucha que esta suscita, el no resignarse a la tragedia, el constante buscar de lo imposible a pesar de las dificultades, estando siempre ética y política muy unidas. Y así, es como se une todo su pensamiento, reflejándose, de hecho, en el texto analizado, el compromiso de Zambrano con la política.

   Finalmente, para concluir con su descripción, la filosofía de Zambrano suele resumirse en la expresión de razón poética, considerando el espíritu como una creación continua y un renacer constante del mundo dentro de nosotros mismos.

    Una vez que conocemos a la autora, podemos aventurarnos a la lectura de la fascinante obra que da título a este comentario, y que refleja con tanta claridad su compromiso cívico y condición de ciudadana, enmarcado en una Europa del siglo XX sufrida y renaciente: La política —escribe— es la actividad más estrictamente humana. Se trata de un manual cuanto menos interesante porque dibuja la relación entre el ser humano en movimiento, en línea con el pensamiento Orteguista, con el cambio o el tiempo, y por contraste con la soledad. Su intención a través de toda la obra es la de tratar de reconciliar al individuo dentro de la colectividad, deshaciéndose de la oposición entre uno y multitud, y al tiempo, definir todos aquellos términos empleados indistintamente y sin embargo tan diferentes (sociedad, por ejemplo, diferente a democracia, o individuo a persona, entre otros). Y el objetivo principal de toda su línea argumental es el de construir una sociedad más humanizada.

    A pesar de ser su obra más abiertamente sociopolítica, el trato que le atribuye en ella a su protagonista, la democracia, no es estrictamente político, sino que gira siempre entorno a la idea de una comprensión profunda de su verdadero significado, sin matices políticos que lleven a confusión su verdadera esencia.

    Para Zambrano, «la estructura sacrificial de la historia consiste en que haya siempre víctimas e ídolos». «Sólo la democracia, entre todos los sistemas políticos, guarda, en palabras de Zambrano, la posibilidad de marchar hacia un abandono de la estructura sacri ficial de la historia». (IberLibro.com)

    A lo largo de todo el texto se analiza la relación entre el ser humano y la democracia. Por un lado, la evolución de esta última, desde sus orígenes en la Grecia clásica, hasta su verdadera base fundamental, aquella que la convierte en el sistema de organización social más noble para el ser humano. Por otro lado, el concepto de persona, el cual vincula incansablemente a la definición de la democracia, en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona. Para la autora, persona es aquel ser humano cuya esencia ha sido revelada, aquel que ha sabido y podido alcanzar consciencia de sí mismo, y que se acepta y quiere; y a partir del cual plantea, por supuesto, la tragedia de la obra, y es el hecho de que la democracia no ha sabido ofrecer a lo largo de su Historia la posibilidad de que los seres humanos se conviertan en auténticas personas. Las personas, además, deben ponerse al servicio de su sociedad, puesto que no es posible elegirse a sí mismo como persona sin elegir al mismo tiempo a los demás. Y los demás son todos los hombres.  Con ello no acaba el camino; más bien empieza.

     Según Rogelio Blanco Martínez (Introducción libro Persona y democracia de Zambrano, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2019, 2022), «María Zambrano, a la par que define a la persona, defiende a la democracia como el hábitat más natural de esta, como el modelo que más se ajusta a su estructura, a la vez que avisa de los peligros que se ciernen sobre ella: la demagogia y el abuso de ideología, a los que define como los males mayores de estos tiempos y conducentes a transformar al pueblo en masa. “La demagogia es la adulación del pueblo”, al que se pretende dominar y adormecer para convertirlo en masa, en colectivo escaso de creatividad y de aportaciones, y más bien demandante sólo de derechos. La masa representa a los excluidos; es la degradación de la persona. Tras estos ecos orteguianos, afirma que cuando “toda la sociedad es pueblo” asistimos a la auténtica democracia, donde se “está más cerca del orden musical que del orden arquitectónico”. En el musical se exige que la pieza sea interpretada y recreada por todos, “con la participación de todos en tanto que personas […]. Y que la igualdad de todos los hombres, ‘dogma’ fundamental de la fe democrática, es igualdad en cuanto personas humanas, no en cuanto a cualidades o caracteres. Y concluye Zambrano: igualdad no es uniformidad”; por el contrario, el orden arquitectónico es estático, racionalista y elitista, un espacio nada propicio para el crecimiento del ser in via, para el desarrollo de la democracia».

     Sigue diciendo Rogelio Blanco: «María Zambrano distingue entre individuo, yo, personaje y persona. A lo largo del texto repite de modo circular diversas afirmaciones sobre la persona que podemos resumir en la forma verbal: lo que “somos”, mientras que personaje es lo que “representamos”. La persona es el individuo dotado de conciencia. De este modo, la persona, además de ejercer un papel, personaje, es conciencia y recepción de la historia, capacidad de futuro, de esperanza y de libertad, el valor supremo de la sociedad y de la historia que lentamente se revela. El ser humano no es sólo individuo, es decir, diferente, sino que “ser hombre es ser persona, y persona es soledad. Una soledad dentro de la convivencia […]. El lugar del individuo es la sociedad, pero el lugar de la persona es un íntimo espacio […]. Y siendo soledad, es donde nace la responsabilidad” (págs. 171-172), pero en la persona se aloja el pasado y se abre el futuro —“que es el tiempo de la libertad”, y “la vida viene del futuro”—, donde habita el género humano, donde están presentes la sociedad y la historia».

     Como bien decíamos al comienzo de esta segunda parte del análisis, se plantea al ser humano en una visión orteguista de evolución, pasando de lo trágico a lo humano, de la historia de personajes a la historia de personas, de la historia sacrificial a la historia ética en la cual los individuos pueden dejarse ver, quitarse esa máscara y dejar de interpretar un papel para devenir, definitivamente, personas. ¿Y cuál es el elemento clave en todo este proceso? Una vez más, la democracia.

    Se trata de una lectura recomendable porque permite un análisis de la base fundamental de las crisis del último siglo, de los problemas sociales de nuestro tiempo que podrían plantear la muerte de nuestra cultura, o, por el contrario, «un amanecer», en palabras de la autora. Y, por otra parte, el lenguaje empleado resulta muy sencillo, por lo que, aun siendo un manual filosófico, es, sin duda, de lectura recomendable para cualquier público.  Esto es así porque, a pesar de sus recurrentes metáforas secuenciales, heredadas una vez más de Ortega y Gasset, su forma, en línea con sus otros textos, su obra completa, goza de una prosa versátil y ligera que unifica su don para la literatura con la estética de su amor por la poesía, y por supuesto, pero sin limitar su comprensión, su pensamiento filosófico, ahondando en temática de historia, política y sociología con la elegancia que la caracteriza.

    «Persona y democracia, en palabras de Rogelio Blanco, obra nacida desde la reflexión sobre la “crisis” europea de mediados del siglo pasado, llega al presente en plena vigencia y sosteniendo el mensaje que la generó más el añadido por la autora en el prólogo de 1987: “La orfandad”».

Persona y democracia
María Zambrano
Madrid, Alianza Editorial, 2019
Traductor: Rogelio Blanco Martínez
232 páginas

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