Colchón de púas: Ignacio Mayayo. Arte manual y arte mental

Por Javier Barreiro

       Cuando Mayayo llegó de sus altas Cinco Villas con su surrealismo natural y virtuoso, al punto me pareció un tipo que combinaba la insensatez consustancial en el artista con una sensatez rural y sobreargumentada.

    Poco ha cambiado mi impresión con el tiempo aunque ahora sobreargumente menos. Poco ha cambiado también la exquisitez, solidez y competencia en su trabajo, más propia de un artesano antiguo que de un artista moderno.

    A Mayayo, afortunadamente, no hay que explicarlo. Presenta su mirada, plana y certera, y todo fluye en el receptor, que se revela cómplice en el gusto, en la forma y en el estilo del maestro. Es lo bueno y lo malo que tiene la cosa: esto hace que Mayayo le guste a todo el mundo, lo que lo convierte, a la vez, en admirado y sospechoso.

     Pero yo creo que nada de esto lo desequilibra. Probablemente, se trata de un superviviente de la sociedad agraria, lo que le permite comprender la fascinación de mucha gente por las novedades que nos agreden continuamente. Decía un famoso periodista que, cuando era niño, las únicas máquinas que conocía eran los cepos para cazar fuinas, las norias para sacar agua de los pozos, que no estaban movidas por las ninfas, como pretendía Homero, sino por burros. Y eso le permitía comprender la fascinación de los demás por las máquinas que proporcionan tabaco, refrescos y hasta condones. De la misma manera, Ignacio vive tranquilo en este universo digital, cibernético, o como se diga, pero, a la hora de maquetar, él prefiere dibujarlo.

     Esa sensación de equilibrio que emana tanto del personaje como de sus dibujos me recuerda muchas veces a Baltasar Gracián. No sé si alguna vez se lo habré dicho. Es posible que tanto el literato como el pintor llevaran dentro un volcán pero nadie puede dudar de la exactitud de sus percepciones. Traeré a cuento unos cuantos apotegmas del genio de Belmonte de Calatayud para demostrar cómo se adecuan al artista de Layana.

    “Hartazgos de aplauso común no satisfacen a los discretos”. Viene a cuento por lo de gustar a todo el mundo. Así, decíamos antes lo de “admirado y sospechoso”. Por supuesto, Mayayo no se fía y, recordando otra máxima gracianesca: “Nunca embarazarse con necios”, sabe que, del incompetente, es preferible el rebuzno que la aprobación y que más vale el aplauso de un ilustrado: “Los sabios hablan con el entendimiento, y así su alabanza causa una inmortal satisfacción” (Gracián de nuevo), que la ovación de todos los seguidores de Jorge Javier o Pedrerol. Y eso, por supuesto, es aplicable a la vida diaria. “Tratar con quien se puede aprender” proclama la máxima número 11 del Oráculo manual y arte de prudencia. Y no hay más que decir.

    Pero es que el conspicuo jesuita también nos sirve para glosar la práctica del oficio por parte de nuestro protagonista: “Lo fácil ha de emprenderse como dificultoso y lo dificultoso como fácil”. No hay mejor receta para el artista, al que su virtuosismo hace a menudo demasiado confianzudo. Y, además, completarlo con la sentencia número 231: “Nunca permitir a medio hacer las cosas”.

    Nunca sabremos los profanos lo que está a medio hacer y lo que está terminado pero el artista sí debe saberlo. Como debe conocer que no todos los que miran han abierto los ojos ni todos los que miran ven. El ojo atónito puede serlo por estremecimiento, por falta de tono o por ignorancia.

    Mayayo presenta ahora ante nuestra mirada sobre todo una serie de paisajes campestres, con inclusión de algunos urbanos y de otros, que participan de ambos adjetivos, a los que podríamos llamar interurbanos. Media docena de escenas domésticas que, como los estupendos retratos, rebosan aire velazqueño. Cuatro escenas de interiores que resultan ser tanto un homenaje a los maestros, como ensayos de habilidad técnica. Y, para recorrer casi todo el espectro de la tradición pictórica, dos bodegones “botánicos” y un desnudo. Siempre, la sensación de exacta frialdad de sus paisajes frente a la calidez de la presencia humana.

   Y permítaseme, para terminar, un postrer consejo gracianesco: “Mirar por dentro”. El viejo asunto de la realidad por detrás de la apariencia. Así como los artistas no gustan de mostrar sus obras en embrión, la observación superficial es proclive a la mentira y el desengaño. La verdad no llega sino con el Estudio, el Trabajo, la Humildad y el Tiempo. Mayayo parece saberlo, se amista con la Naturaleza, que no es otra cosa más que Tiempo y vive retirado en su interior, hamacado por la estima de sabios y discretos.

El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com/2020/02/13/ignacio-mayayo-arte-manual-y-arte-mental/

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