Cielo abierto: una mirada lírica hacia la vida de un narrador poético


Por Jesús Soria Caro

     Antonio Iturbe nos ofrece un retrato de la vida del aviador Saint Exùpery.  Su narración en tercera persona adquiere en muchos pasajes el carácter de narrador omnisciente…

…, adentrándose así en la mirada al mundo desde el interior de la libertad del poeta: imaginando, siendo libre y creando en su vida un camino opuesto a la historia convencional de las vidas grises que siguen la norma, lo establecido.

   En su historia novelada (la biografía real se funde con la imaginación del creador) hay abismos, intensidades, dolores que marcaron su camino por las zonas más oscuras de sí mismo. Destaca el desamor que le provocó una mujer noble tras el que renunció a escribir poesía. Sin embargo, en sus cuentos y narraciones, El principito sobre todo, hay una fuerza poética en su composición: encontramos metáforas que nos plantean una simbología que es una propuesta para revisar el mundo desde una perspectiva diferente, más libre, poética. Pero también Iturbe hace un uso estilístico-poético del lenguaje, lo que los teóricos establecieron como rasgo del cuento moderno, pero que algunos buenos narradores interiorizan como parte de su creación. Ante esta idea de hallar las figuras poéticas en lo narrativo debemos resaltar que la fusión de géneros es algo esencial, ya que solo existe uno: lo literario.

   Vamos a tomar como base teórica un cuento de Édgar Allan Poe titulado “El corazón delator” que Túa Blesa, en sus magistrales interpretaciones  universitarias sobre lo poético en el cuento, tomaba como uno de los ejemplos básicos de la fusión inter-genérica entre la poesía y la narración. El escritor norteamericano además de ser autor destacado del relato, también fue un referente sobre dichas presencias de lo poético en la narración breve, destacando en sus disertaciones las siguientes reflexiones: en ambos casos lo que se hace es jugar con la ocultación de información. Así lo no explícito crea misterio, sugerencia. El cuento se parece a un poema porque oculta, corta, es breve y puede alcanzar su valor simbólico. Siguiendo la formulación de Blesa si observamos el relato de Poe podemos encontrar elementos inherentes a la poesía: numerosos paralelismos, hay párrafos que comienzan con una estructura gramatical similar, hay un sinestesia: “linterna sorda”, símiles como cuando se alude al sonido del corazón del que se dice que es “el sonido de un reloj envuelto en algodón”. Además toda la narración funciona a un nivel metafórico ya que el corazón es una metáfora del ruido de la conciencia del asesino. Así, en el texto  se encuentra  lo que los formalistas rusos establecieron como inherente a lo literario que es el extrañamiento, es decir, sacar al lenguaje de su automatización que mutila su fuerza expresiva para alcanzar así otras formas de lenguaje que nos lleven a perspectivas más libres de pensar y nombrar las cosas. Desautomatización que es un  rasgo que en la poesía se materializa en las figuras poéticas.

   Antonio Iturbe hace un uso del lenguaje narrativo en el que hay lugar para lo poético, para sus figuras literarias que están presentes a lo largo de todo el poemario. Un buen ejemplo lo encontramos en esta alegoría de la libertad  desnuda de Saint Exupéry que encuentra un uniforme de metal en las normas sociales. Asís se sirve de la  imagen de la vida como un traje que por su estrechez oprime:

   “Ha hecho ya mil piruetas, pero no es suficiente. Nunca es suficiente. La vida siempre le parece un traje demasiado estrecho” (Iturbe, 2017: 13).

   Se recurre a la metáfora del ser humano como una verdad silenciada en la que los demás sólo pueden ver el yo social que es un cascabel, un ruido llamativo que no muestra lo que somos, sino que saca al exterior a un personaje social no al yo real que siempre queda dentro.

   Él mismo se lo pregunta. ¿Quién es uno mismo? ¿El ser social con cascabeles cosidos a la ropa que uno agita cuando se relaciona con los demás o el ser silencioso, enroscado hacia adentro, en que nos convertimos cuando nos quedamos solos (Iturbe, 2017: 14).

    La mirada poética también aparece respecto a otros personajes. Lo encontramos en  una  descripción lírica, casi alegórica de cómo Mermoz redirigió esa energía interior salvaje y libre hacia una pasión que canalizara todos los incendios que ardían en su alma bohemia que quemó pasiones destructivas en París:

    “No iba a dejar pasar los años como un tronco a la deriva. Se juró a sí mismo que, pasara lo que pasase, no se dejaría llevar: él remontaría el río. Necesitaba echarle un pulso al pasado  y demostrarle que él no era madera mojada. Le hacía falta un reto que alcanzar, algo que lo pusiera al timón de su propio destino. Y fue entonces cuando alzó la vista al cielo en busca de inspiración y vio las nubes” (Iturbe, 2017: 32).

    La metáfora del tren está presente en varios pasajes de la novela: “Necesita desesperadamente subirse al tren del amor antes de que pase el último y no haya nada más. Piensa que vivir la vida sin ser amado es comerse la cáscara de la naranja y tirar los gajos”. (Iturbe, 2017: 350). También en la velocidad de la vida que pasa de largo estaciones de la realidad que dejan de ser como nos hubiera gustado que fueran: “A veces Mermoz siente vértigo de su propia vida, de viajar en un tren tan rápido  que al mirar por la ventanilla todo ha quedado atrás”. Cuando está destinado en Cabo Juby el autor de El principito reflexiona sobre el desierto y su reflexión poética sobre las huellas borradas sobre la arena recuerda, desde un análisis jungiano, el  mito de Perseo pero en este caso en el laberinto de la nada, en el que debemos encontrar tal vez un sentido de centro que explique el porqué de nuestro tiempo y el valor de todo. Así leemos: “Aquí una huella es algo importante. Puede durar días o semanas, todo depende de las tormentas de arena. Y su trazo es un hilo en el laberinto de la nada”. (Iturbe, 2017: 235)

    Es brillante la descripción poética de cómo la realidad cambia para Saint Exépury cuando Lolou está junto a él. El alto vuelo imaginativo en el uso estilístico lírico ofrece un salto sin paracaídas (casi a modo de Altazor) a la belleza del lenguaje:

    Loulou alza su mano hacia él y es como si arrastrara una brocha invisible que barniza la realidad y la hiciera más brillante. (Iturbe, 2017: 71).

   Con otra de las mujeres que ama, Geneviève, la sensación del amor es definida de forma metafórica como la luz de una casa que es vista desde lo alto cuando mira hacia abajo en sus vuelos. Esta queda cercada por un bosque de lo oscuro del que sabemos que siempre nos rodea  fuera: “Rememora cuando vuela  de noche sobre los campos  y allá abajo ve una luz minúscula, una casa aislada es iluminada en medio de un mar de oscuridad. El amor es sólo eso. Pequeñas hogueras en la noche que sólo muestras la oscuridad que acecha fuera”. (Iturbe, 2017; 312).

    Igual sucede en la prosopografía y prosopopeya poética que describe lo físico de su encuentro pero también la energía invisible que quema el interior de quien se enamora. La poesía domina la narración. Hay un carácter casi de sympathos en el que los elementos naturales y los que no lo son (la locomotora, el volcán) detienen su curso natural al igual que lo hacían en el bucolismo ideal de las églogas de Garcilaso de la Vega, en el que la naturaleza detenía su fluir para sentir junto al enamorado:

   La muchacha le sonrío. Aquella sonrisa podía detener locomotoras, desvanecer tifones, apagar volcanes. Una sonrisa que podía parar el mundo. Al menos, paró el suyo.

     Todos los cronómetros de su vida se pusieron a cero (Iturbe, 2017: 15)

      La personificación, otro de los recursos poéticos muy presentes en la creación lírica, es utilizado para presentar a los espejos como los verdugos que matan a la libertad, ya que copian la realidad y cortan al cuerpo de los sueños la cabeza de la poesía  en la que anidan sus ideas de lo que sería la imaginación en libertad fuera de la cárcel que impone la realidad a la historia:

    Los espejos son verdugos de la fantasía. Si yo fuera presidente de Francia, prohibiría los espejos… En el hueco de sus lunas haría poner fotografías de niños jugando. Cuando la gente se mirase en ellos sería eso lo que verían: niños alegres” cuando ella le dice que hay que ver lo realidad que si no es un engaño: “La verdad está sobrevalorada. Es triste. Hemos de inventar algo que sea mejor que la verdad. (Iturbe, 2017: 72).

    Otro de los aciertos de la narración es contar de donde surgieron las ideas de El principito, de dónde surge la poesía en ese cuento alegórico. El autor usa estas parcelas de la biografía ficcionalizada como reflexión poética sobre el amor. Así cuando abandona Nueva York define el amor como en el Principito, es decir, como una rosa con espinas:

    Cuando tres días después se embarca en el Transatlántico, se siente como su pequeño príncipe, que deja atrás su planeta y va detrás de su rosa, con la que no hay forma de vivir sin sentirse herido por sus espinas… Se pregunta si lo que siente por Consuelo es amor. (Iturbe, 2017: 584).

    La mirada poética combinada la razón, aquello que la lógica del lenguaje no puede contener de la vida aparece en uno de los poemas escritos por Saint Exupéry: Qué estéril es decir/lo que ya sabe el silencio” y también cuando en la cantina Philips y Richileu le preguntan cuál es su concepto del amor o su definición ya que es escritor. En ese momento el protagonista sugiere algo similar a  lo que María Zambrano nombró como razón poética, lo que no puede ser expresado desde la lógica del lenguaje y es una realidad innombrable que existe más allá de la cárcel del lenguaje y los significados cerrados de las palabras:

    No soy capaz de definir el amor. Es demasiado difícil. Pero puedo tratar de definirlo a la inversa: si puede explicarse con palabras, no es amor. (Iturbe, 2017: 597).

    En uno de los reencuentros se dirige a Nicole usando un sintagma preposicional que introduce un elemento metafórico más allá de la lógica pero que comunica poéticamente. Es lo que tiene forma en la palabra pero nos recorre interiormente más allá de las fronteras de lo decible. Esa técnica de asociar un término real con un sintagma preposicional que da al conjunto un valor irracional, ya que es un idea que no puede ser conectada desde la lógica en referencia al sustantivo del que especifica dicha cualidad, es un recurso usado por poetas como Cirlot, Auden  y muy extendió en poetas posteriores. Esta logra otorgar un valor de sugerencia a veces “irracional”, despertando una mirada más allá de lo que el lenguaje habitual nombraría.  Así lo encontramos, en el momento en que  le dice a ella que es una caja de enigmas.

     Uno de los elementos poéticos presentes en la literatura clásica y en la poesía del renacimiento es el sympathos griego, que consiste en que la naturaleza acompaña el estado de ánimo del yo lírico, si este llora la naturaleza también, se oscurece el cielo, todo está oscuro, triste, sin luz ni esperanza.  En el accidente en el desierto hay un sympathos del cielo, los astros, las estrellas, ya que sufren el mismo dolor que el yo de la narración. Es hermoso el contraste entre el calor del desierto y las estrellas de hielo que agujerean el cielo. Todo dentro de un monólogo interior, cuando habla con Prevot:

    Mueve la cabeza arriba y abajo violentamente acuciado por el frío que ha vuelto a calarlo. Quiere decirle que claro que hay más luces, que estaban ahí mismo. Pero al darse la vuelta sólo hay una inmensa oscuridad bajo un cielo agujereado por mil estrellas de hielo.

    Hay algo de la poesía oriental cercano al concepto zen del silencio y el aislamiento. Así lo vemos cuando de nuevo se reintegra a la aviación en el ejército francés, no quiere ir a la residencia de oficiales y se hospeda en una humilde vivienda compartida con una lugareña que le hospeda.  Se ve que el silencio eleva a un orden superior a lo que se puede pensar o sentir, es una corriente invisible que navega el río de nuestro yo sin que las ideas tengan forma, una conexión con el origen y el fin del ser, el río de la nada, las aguas de lo que somos antes y después de sentir y pensar:

    Palpa en el silencio un sentimiento de trascendencia que le hace no añorar las comilonas de París que tanto le han gustado siempre ni los encuentros sociales. A veces los echa de menos, desde luego. Pero en otros momentos de  soledad y trascendencia, tiene la impresión de traspasar una frontera detrás de la cual no hay ansiedad ni frustración y uno siente por fin que está en el camino.

      El retrato que hace el autor de Saint Exépury es poético, su actitud ante la vida es poética, libre, es como D Quijote;  quiere ser la poesía con su vida, al igual que este quería ser lo que había leído en las novelas de caballerías. Así cuando habla con Olivier se puede ser testigo de cómo hace de su vida algo libre, poético, quiere hacer dibujos imposibles en los ángulos que traza el avión, crear formas que están fuera de lo establecido. Su vida que vuela y desafía las leyes de la aviación es la pluma con la que dejar los trazos logofágicos siempre borrados por otros aviones que dibuje nuevas formas, pero que son trazos de libertad sobre el texto limitador que es la realidad:

-¡ bien! ¿A que sí? La última trazada con el looping de trescientos grados era una “L”…  Lo visteis? ¡Era la “L” de Louise! ¡La hice en su honor! ¡Ojalá hubiera  podido verlo! ¿Se lo contarás a tu hermana? ¡Debes decírselo, a mí no me creerá!  (Iturbe, 2017: 23).

    Si hay algo poético en el estilo narrativo también lo hay en la manera en la que el personaje sabe mirar la vida y en cómo lo sabe reproducir el autor. Así lo  encontramos, por ejemplo, cuando se nos dice, en otro de los momentos de epifanía de dolor (y en el que  la personificación que aquí aparece nos muestra cómo es un borracho de sueños) que tiene resaca de deseos cuando tiene el malestar de lo real: “nadie le explicó que la realidad se lleva mal con los sueños” (Iturbe, 2017: 302). Su mirada es libre, anticonvencional, se observa desde los ángulos no compartidos por la norma, lo establecido. Es observar la vida desde otros ángulos más creativos y con otra belleza, donde algo parece viejo, gastado e inservible, la mirada de Exupéry ve la belleza en la profesión muerta de un viejo farolero que recorre las calles de París y arregla las luces, manteniendo la ilusión de su profesión en un mundo anacrónico en el que ha quedado fuera. Es hermosa la descripción poética de “pastor de luces”:

-¿Y qué hace a estas horas por aquí?

-Sigo recorriendo la ciudad y vigilo que todos los faroles funcionen. Si hay alguna bombilla fundida o si un gamberro ha roto alguna, tomo nota en una libreta y por la mañana informo en el Ayuntamiento para que la reparen.

-¿Y le hacen caso?

    Tonio siente el deseo de levantarse y abrazarlo, pero se contiene porque en la escuela le enseñaron las normas de urbanidad y de pudor, entre las cuales figura el no abrazar a desconocidos por la calle en plena noche. No recuerda si en aquel libro de buenas costumbres se hacía alguna excepción con los faroleros. En Francia nadie se inquieta si ve a dos hombres pelearse en la calle, pero muchos se escandalizan si ven a dos hombres abrazarse.

   Le agradaría decirle a ese hombre de barba blanca que camina con esa vara de pastor de luces que en realidad era un jardinero, porque regaba farolas y las hacía florecer a su paso una detrás de otra. (Iturbe, 2017: 29).

    La técnica del Myse en Abyme (presente a lo largo de la historia del arte en cualquiera de sus manifestaciones),  que consiste en introducir la realidad en la ficción,  acontece cuando Saint Exupéry escribe una novela. Así nos encontramos en la situación en la que leemos que un escritor ficciona la vida de un personaje que vive un romance. Se cumple lo que Aristóteles afirmó de la poesía, contar lo que pudo y debió suceder y no fue:

    Lleva semanas acariciando la idea. Tal vez meses. Sus herramientas de escritor le otorgan una potestad que resulta tentadora: él no puede enderezar lo que se le ha torcido haciendo que regrese Lolou, pero puede regalarle a  Bernis un futuro mejor que el suyo. Puede hacer que ese piloto que él trajo a la vida de las palabras cumpla los sueños que a él se le han escapado. (Iturbe, 2017: 231-232)

    Destaca este pasaje con la hermosa correlación de alegorías de metáforas asociadas (que recuerdan la poesía trovadoresca ya que el pasaje se refiere al dolor del amor, si bien no es altar la fortaleza de la amada es protegerse del dolor que causa el amor y sus negaciones) con la que relata la huida de la belleza del protagonista del relato que está creando: “se rodea de belleza para levantar una muralla  que proteja su frágil castillo del asalto de la realidad” (Iturbe, 2017 :261).

   Hay también un carácter de metanarración en la que se compone la historia de cómo surgieron algunos de los pasajes del célebre libro El prinicpito. Es interesante este cruce en el que lo real entra en la ficción de la novela, ya que todo lo narrado no va a ser biográfico, va a haber una parte de mejora de la historia, que es lo que hace la poesía del que reescribe el mundo desde los sueños de la ficción literaria.  En uno de los diálogos con el beduino, cuando se habla de cómo cazar a una gazela, se encuentra la explicación de cómo surgieron algunas de las ideas de dicha narración:

  • ¿Estás pensando en cazarla?
  • -¡No! ¡Quería protegerla! Me gustaría ser su amigo.
  • Entonces, primero debes domesticarla.

Mira al beduino, que tiene sus pequeños ojos vivarachos clavados en el animal.

-¿Domesticarla? ¿Qué quiere decir domesticarla?

-Crear lazos.

¿Crear lazos?

-Sí, en eso consiste. Para ella no eres más que un ser extraño que camina con dos patas igual que otras docenas de seres de dos patas que habrá visto pasar. Y ella no es más que una gacela, como otra cualquiera de las muchas gacelas que puede haber en una manada. Ella no necesita y tú tampoco la necesitas a ella. Pero si la domesticas, tendréis necesidad el uno del otro. (Iturbe, 2017: 264)

    La escena del boa también tiene esta correlación entre la ficción de la narración de Iturbe y la que se presenta en el relato de ficción anteriormente mencionado que compuso Exupéry:

    Le viene a la cabeza un libro sobre la selva virgen que leyó hace muchos años en el desván de la casa de Saint-Maurice titulado Historias vividas. Había una lámina que le causaba desasosiego, pero a la vez lo atraía de manera que no podía dejar de mirarla. Representaba a una enorme boa que se enroscaba sobre una fiera aterrada, con la enorme boca abierta a punto de devorarla. El libro explicaba que las boas tragan a sus presas enteras sin masticarlas y, después, no pueden moverse y duermen durante los seis meses de la digestión. (Iturbe, 2017: 209).

    Saint Exupéry fue un hombre que vivió de forma poética en un mundo que aplasta por su peso de la verdad. La historia se impone a lo que debió ser una versión mejor de lo que realmente sucedió. Iturbe recoge ese mundo poético del que fue poeta que se hizo poesía (como afirmara Jaime Gil de Biedma) y lo hizo con su mirada a la vida. Poeta-poema fue quien murió siendo parte de la patria verdadera del hombre que es la infancia según declaró Rilke. El misterio rodeó su final, no ha sido encontrado su cadáver, tal vez sobrevuele el límite entre la historia (cuya tinta de Verdad es escrita con sangre de realidad herida) y el otro lado de lo poético, desde donde deberíamos atrevernos a mirar lo que pudo ser otra versión nunca escrita…

BIBLIOGRAFÍA

Iturbe, Antonio. (2017): A cielo abierto, Barcelona, Seix Barral.

Artículos relacionados :