Colchón de púas: ‘Ramón y Cajal vaticina el futuro’


Por Javier Barreiro

     Quienes, a la vez, andamos convencidos de que, aun con sobresaltos, la humanidad progresa y de que nada nuevo existe bajo el sol con respecto a las humanas pulsiones, solemos alternar escepticismo y utopía.

   De estos debió de ser Santiago Ramón y Cajal, antaño tan citado y hoy tan hundido en el desván, que, en febrero de 1915, hace exactamente un siglo, cuando todavía no andaba demasiado afectado por la regulación que la edad coloca al optimismo, contestó a un reportaje que el Semanario Español tituló: “Vaticinios en torno a la guerra”. Se trataba, por supuesto, de la primera conflagración mundial, cuyo centenario se acaba de conmemorar. 

    A la pesquisa respondieron, entre otros, Unamuno con sus previsibles unamunadas, Ortega con sus finas y engoladas ortegadas y otros de menor fuste intelectual. El tiempo desbarató especulaciones y dio la razón a don Santiago, que, de propina, preveía el futuro: “Para mí la raza humana sólo ha creado dos valores dignos de estima: la Ciencia y el Arte. En lo demás continúa el hombre siendo el último animal de presa, y como habrá de perseverar irremediablemente en su condición de animal de malos instintos, conjeturo que, cualquiera que sea el resultado de la monstruosa lucha, cambiarán muy poco las normas ideales y morales de la humanidad. Fúndome en este hecho biológico desconsolador: la desesperante resistencia evolutiva del cerebro”.

    Para él, triunfarían los aliados por su superioridad industrial, técnica, política y administrativa pero el ambiente de Europa cambiaría muy poco. Inmediatamente colige que los vencidos se entregarían a la imitación del vencedor y que una Alemania humillada “promoverá, gracias a la laboriosidad e ingenio de sus sabios y técnicos, progresos estupendos en orden a la fabricación de máquinas guerreras” y que los vencedores, escarmentados, se armarán hasta los dientes siendo el resultado el “desmayo del pacifismo y el humanitarismo y el regreso, según el genio y los hábitos sociales de cada pueblo a los excesos del chauvinismo y del imperialismo”.

     No se priva el genio de Ramón y Cajal de anunciarnos con precisión cronológica la próxima guerra mundial: “Dentro de veinte o treinta años, cuando los huérfanos de la guerra actual sean hombres, se repetirá la estupenda matanza”.

   Para el Premio Nobel nuestras células nerviosas, a despecho de los grandes logros de la humanidad, continúan reaccionando como en el Neolítico. El progreso se cifra en que el hombre primitivo asesinaba y expoliaba sin teorías y hoy se escriben justificaciones filosóficas, antropológicas o políticas para justificar el atropello y la iniquidad. Pero en el hombre: “igual tendencia irresistible hacia el robo en cuadrilla, la misma afición al vaho de la sangre ajena, idéntica aversión hacia los pueblos que hablan otra lengua o habitan al otro lado de un río o de una cordillera”. Los sucesos que hoy se desarrollan en pueblos con alta o baja renta per cápita con cultura o incultura política y que ahora el progreso nos pone inmediatamente al filo de las narices no hacen sino confirmar al sabio. ¿Se diferencian quienes linchan al adversario político de los policías que machacan a un viandante o de los islamistas que degüellan inocentes por no compartir su religión? Quizá sí, los primeros responden a un fanatismo aprendido; los segundos, además, se valen del monopolio de la violencia y la casi siempre consiguiente impunidad que la sociedad ha colocado en sus manos; los terceros unen a todo ello la frialdad de una decisión meditada.

    Lo más desalentador del diagnóstico de Ramón y Cajal resulta su opinión de que las fases pacíficas por las que pasa la humanidad concluyen con fases destructivas, por contraprestación, más explosivas y desoladoras. Para él las conquistas culturales y sociales no se han transmitido todavía a las células germinales ni adquirido, por tanto, carácter hereditario. Nuestros descendientes serán tan perversos como nosotros pero, al menos, llegarán a averiguar cómo y por qué son crueles y malvados. Otro día les cuento lo que don Santiago escribió en 1934 acerca de los reaccionarios nacionalismos periféricos.     

    Sabíamos que el futuro lo constituía la insistencia en lo incorregible pero paradójicamente queríamos salvar el futuro colectivo.

   Pues, tampoco.

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