Adrián Flor: Autobusario.


Por Jesús Soria Caro.

     Autobusario desprende el aroma de la buena literatura. No es una colección de poemas aislados sino que asume el concepto de obra total, cada poema es una pieza en la sinfonía que la integra, cada verso, cada técnica integran un conjunto bien orquestado.

     Es un poemario escrito como una carta cuyas emociones vertidas en los versos van dirigidas a Carla. Todo el libro, tanto al principio como al final, se abre y se cierra con dicha correspondencia en la que el autor rinde homenaje a la novela epistolar, de cuya tradición está presente en nuestras letras, entre otras obras, El Lazarillo de Tormes:

Querida Carla:
¡Son tantas las cosas que tengo que decirte! Es una lástima que estas pequeñeces nos hayan separado tanto tiempo. Ya sabes lo que me duele, casi tanto como lo que te quiero. Pero estas palabras no van a deshacer los largos meses de silencio que ha habido entre tú y yo. (Flor, 2016: 5).

    El autor afirma que solo ha aportado unas notas al manuscrito para facilitar su comprensión. Lo que nos recuerda el recurso cervantino tomado de los libros de caballerías del manuscrito encontrado. El yo poético dice ser una especie de copista que ha ordenado los textos y que ha incluido notas aclaratorias sobre estos. Esta interesante perspectiva nos demuestra que el autor es a su vez tan irreal o no como el yo poético, ambos son vehículos de algo superior que instrumenta su visión de lo real: tal vez la cultura, el pensamiento, el lenguaje (que nos piensa a nosotros y no al revés), el inconsciente colectivo del que somos parte, o algo que no es posible definir desde la racionalidad:

Como decía, al lado de ese asiento, me encontré un cuaderno de tapas rojas y al abrirlo no pude creérmelo, alguien había olvidado allí su colección de poemas. Lo leí durante todo el trayecto; me fascinaron sus textos […] Otro gran problema ha venido dado porque muchas páginas estaban arrugadas, otras tantas, desordenadas y estoy seguro de que muchas arrancadas. Sé que perdonarás, ante este aviso, la libre interpretación que he hecho del texto; mi propio orden de los poemas (diferente al cuaderno original) y los vacíos que he tenido que completar, a veces con las anotaciones del autor en los laterales del cuaderno, e incluso a veces con mis propias palabras. Para facilitarte la lectura, he incluido unas notas a pie de página con ciertas aclaraciones que he considerado necesarias. (Flor, 2016: 7).

    Las notas que incluye el autor en algunos casos implican una segunda versión poética que parodia a la primera. Si bien nos dice que las variaciones son tachones del propio autor, el yo poético utiliza dicho juego para ironizar y crear un texto nuevo que implica la modificación del inicial (la parodia se efectúa en el sentido de repetición con diferencia):

II
Hay
en mí invocados
otros
que responden a mi nombre.
En mí
han despertado un puente para cruzar el vacío.
Ha aparecido
un disco de esperanza.
El camino se hará camino
¿Qué me han hecho
los átomos de tu perfume?

   En la parte inferior de la página, como nota al pie, el autor escribe:
Otra versión a lápiz (tachada) puede entenderse en el cuaderno: “En mí/ha despertado/un puente para cruzar/ al otro lado”. No es de extrañar que modificara esa rima fuera de lugar. Pareció decantarse por esa otra opción.

   Con esta variación el autor consigue una imagen de gran fuerza irracional, ya que el resultado final es una imagen en la que se personifica al puente que despierta dentro del yo poético y que este permite cruzar a otro lado, tal vez el de otra verdad a la que se accede, como afirmaba el vidente de lo oculto Rimbaud, cambiando la percepción.

   En otros de los textos, en la nota, se nos dice que el poema bien podría tratarse de dos textos diferentes y que se ha efectuado una reproducción gráfica. Luego, la voz del yo poético (mero transmisor del manuscrito encontrado) alude a que tal vez se trata de un poema a dos voces. Lo cierto es que la lectura horizontal (arriba-abajo) ofrece un poema diferente al leído en vertical. Este juego visual practicado ya en la poesía letrista da lugar a un texto de gran fuerza lírica:

Para nosotros
Ya no queda refugio
Ya no.
La piedra degradada
El fuego lo quema
Todo. (Flor, 2016: 11).

   Independientemente de estos juegos de perspectiva o de recursos visuales, hay imágenes que logran evocar la fuerza de la destrucción que implica la ruptura amorosa, siendo este el tema transversal en el que se desarrolla el poemario. Conformando así una especie de road movie global por la ciudad posmoderna en el que se recorre las soledades del amor del hombre actual, siendo el autobús con su circularidad una metáfora del tiempo que nos lleva en un viaje de repetición al amor que perdimos una vez y que en ocasiones futuras se vuelve a vivir con otras mujeres que nos recuerdan a la primera que se amó. Es el viaje por las mismas paradas, las mismas etapas que, como al yo ”descubridor” del manuscrito, nos llevan a una estación final de soledad. La luna refuerza esta imagen de lo circular de los errores amorosos:

Se escucha un lamento
y es la tierra.
No azotes más
las mareas,
deja mi mar en reposo.
Ahora lo sé,
la luna
es un falso juguete de luces. (Flor, 2016: 12).

    En este viaje doloroso a lo introspectivo del amor, a los caminos interiores de la duda, el fuego de las negaciones, la soledad del posible rechazo, se enhebra una idea a una bella reflexión en la que se cuestiona que suceda la vida si no se ha consumado en su transcurso el amor:

Nadie coge las llamadas
a este rostro ausente
excepto el susurro
-¿Cuándo sucede la vida? (Flor, 2016: 14).

  La vida es una parodia de la belleza que podía quedar en el venecianismo y su estética cutluralista. La verdad de lo real es una parodia de la poesía o viceversa. Tal vez es la poesía la que a veces ha parodiado desde la idealización un orden vital más prosaico y mediocre. Sea como fuere ahí queda este canto decadente que casi recuerda Muerte en Venecia, pero siendo una muerte no física sino emocional:

Todas las calles
son parodia de Venecia
ríos de amargura insomne. (Flor, 2016: 17).

   El amor es un fuego que se apaga. Estas reminiscencias petrarquistas adquieren un nuevo valor en este poema alegórico en el que se alude a la cerilla que sueña con encender un cadáver de llama (la cerilla que sueña encender recuerda a Pound con su imaginismo o a las greguerías y sus inversiones lógicas) que es el cuerpo-dolor del enamorado perdido en las ausencias. Es interesante la reflexión a nota de pie que luego comentaremos:

El suspiro
hizo llorar a la vela
un cadáver de llama.
Hay una cerilla
soñando con encenderla.
Sólo en quemarte
encuentra el alivio. (Flor, 2016: 20).

   La nota a pie da una vuelta más al formato epistolar, ya que desde este recurso textual periférico se centraliza una ruptura de la verdad. La ficción (el mundo de lo textual) y lo real (el mundo al que pertenece el yo lector, es decir, cada uno de los que lean el libro) entran en comunicación, a modo de Myse en Abyme:

   Otra de las anotaciones en el lateral del cuaderno. No se puede saber si era un poema, un proyecto de poemas o simples notas. Únicamente quería hacerlo constar en la recopilación de todos los poemas, pese a su brevedad creo que merece la pena. ¿Qué opinas? (Flor, 2016: 20).

    La vida se presenta, al igual que el poema de Jaime Gil de Biedma, como una obra de teatro. Se mantiene la isotopía de lo teatral con términos que extienden dicha alegoría a lo largo de toda la composición, así lo encontramos en palabras que mantienen dicho juego metafórico como: obra, máscaras, farsa, argumento, mascarada. La vida nos desvela sus máscaras tras las que la verdad se ocultaba en juegos de ficción, se presentaba maquillada con una apariencia diferente a lo que es su realidad. El dolor se quita todos los disfraces y se descubre finalmente la farsa:

Tiene la vida una mecánica
tan simbólica como el amor.
A mitad de obra,
esperas un descanso,
olvidar el juego de máscaras,
pero la farsa no espera a nadie.

Llegué a pensar
que de aquellas mareas
en las que perdí mi rostro de niño,
sólo quedaban pequeñas resacas,
los restos de mi naufragio.

¿Quién iba a pensar que
la segunda parte
-movida por la inercia del propio argumento-
comenzara con un personaje
con el rostro hundido,
enmascarado con mi infancia?

Y ahora: ¿Quién soy yo?
Me deshago en el asiento
mientras ella alimenta la mascarada.
Quisiera avisarme:

No se puede perder la inocencia dos veces.
Ya viene el huracán. […].
La cara de látex se disuelve en el escenario
mi doble se sienta conmigo,
yerto como un maniquí desfigurado […].
Uno no puede escapar
de las salas vacías
del teatro mágico
la entrada cuesta la razón. (Flor, 2016: 23).

      La identidad social impone un yo dirigido por valores, conductas imantadas desde lo colectivo y la homogeneización uniformadora de subjetivas sucedáneas. Lo que sin duda sirve al poder para hacer al ser gregario de lo efectivo, lo rentable económicamente. Esto hace dudar al yo poético de su identidad real, subjetiva, libremente incondicionada. El yo se sabe personaje social que representa a otro que no es su yo pre-racional, pre-moral, pre-social. El escenario de la vida y sus normas de triunfo y efectividad le hacen representación falsaria de su esencia libre borrada por el guion de lo establecido. Ya en la infancia se pierde el yo verdadero siendo sustituido por ese yo socio-moral: “perdí mi rostro de niño,/sólo quedaban pequeñas resacas,/los restos de mi naufragio.” (Flor, 2016: 22).

      El libro se cierra epistolarmente con la respuesta de Carla (la amada del yo copista que trascribe los poemas para la chica que ama). En esta se desmitifica cualquier patetismo. Se da un giro de negación a la idealización amorosa que supone una parodia a las cartas de amor, género “vital” que muchas generaciones anteriores a la nuestra practicaron:

    Tu carta es enfermiza de principio a fin, tergiversando y retorciendo cada detalle. Que me conoces, dices en la carta ¿Qué vas a conocerme tú a mí? Que te entre en la cabeza, Andrés, si ese es tu verdadero nombre, tan sólo eres un desconocido con el que compartí asiento en un autobús. (Flor, 2016: 24-25)

La propia Carla niega el recurso del autor interpuesto lo que implica una variación paródica del original cervantino previamente citado:
En cuanto a lo de la historia de la carta, ¡Por favor! No me hagas reír. Seguramente hasta eso te has inventado con tal de llamar la atención. ¿Acaso crees que soy tonta? Me juego lo que sea a que estos textos son tuyos y nada de ese duro trabajo que dices haber hecho es real, todo humo. (Flor, 2016: 25).

      Autobusario asume la simbología del viaje, en este caso mediante el autobús y su circularidad, lo que simboliza nuestro paso por la vida, por el amor buscando recorrer en sus paradas un espacio de respuestas para resolver preguntas que quedaron abiertas para siempre. Tal vez, como en este libro, si el destino de saber cuál fue la verdad llegara a su parada final, se descubriría que el viaje debería haber sido otro al que se recorrió.

Bibliografía:

Flor, Adrián (2016): Autobusario, Comuniter, Zaragoza.

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