Salvador Ubalde: Quisqueya, paraíso perdido.

167ubaldep
Por Jesús Soria Caro.

    La autoedición es una vía para sacar a la luz interesantes proyectos. En muchas ocasiones los autores que los crean no tienen fe en el mundo editorial actual, ya que este tiene una estructura económica que no solo no recompensa monetariamente el trabajo de años del autor, sino que le obliga a hacerse cargo de los gastos de una parte importante de la edición.

    Todo esto sin nombrar el juego subrepticio de amistades y enemistades que limitan la aparición o no de ciertas voces en algunas editoriales. La autoedición tiene la libertad de que nada ni nadie limitará la voz del creador. Además este no se someterá a este juego económico-social que fagocita la mirada pura de quien navega en las ideas sin ningún interés ajeno ni presiones externas, ya que está solo con su voz lanzada al viento incontrolable de las ideas sobrevolando el desierto de lo económico y del teatro social de las relaciones “diplomáticas”.

    La obra aquí reseñada tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera se aborda la historia de los aborígenes taínos y su extinción, analizando la responsabilidad de los colonizadores, agentes del genocidio cultural y humano. La segunda parte se focaliza en la esclavitud africana presente en la República Dominicana, profundizando en la imposición religiosa, el sincretismo de las creencias mágicas con esa fe impuesta traída por los colonizadores. Salvador Ubalde retrata a los taínos recurriendo a numerosas autoridades, como el antropólogo Coll y Toste, que los define como:

   Amantes de la libertad, no apreciaban las cosas por su funcionalidad sino por su belleza o realeza, siendo ajenos a toda teoría económica de valor, aman su tierra prefiriendo morir antes que abandonarla. (Apud Ubalde, 2015: 13-14)

    El autor profundiza en su visión del mundo, ajena a lo material, centrada en lo espiritual y en lo mágico, para lo que analiza manifestaciones culturales como los petroglifos en los que se refleja que padecían una severa desviación de la realidad, siempre entendiendo dicha afirmación desde nuestra perspectiva occidental. Es interesante, por otra parte, la visión crítica del autor hacia la civilización occidental. La explotación de nuestra cultura de estos otros modelos de vida a los que se consideraba inferiores, y a los que, en el nombre de la civilización, se oprimía y anulaba, dirigiéndolos hacia una modelo vital y social uniforme. Ese progreso ha ido borrando otras miradas más libres y puras:

   Ante el maltrato que recibieron por parte de los recién llegados, los caciques organizaron a sus guerreros y repelieron a los conquistadores que tenían el propósito de someterlos y esclavizarlos. Las modernas armas de los conquistadores (arabuces, ballestas, cañones), sus petos y armaduras, fueron la clave de una lucha sin igual que llevó a la derrota de los caciques taínos. (Ubalde, 2015: 17)

    El relato se apoya en fuentes como Bartolomé de las casas, entre otras en la obra del citado autor: “Brevísima relación de la destrucción de las indias”, referencias que el autor ha consultado visitando el país y accediendo a los fondos de bibliotecas, pero también ha realizado un trabajo de campo para estudiar sus ritos mágicos y otras creencias sobrenaturales que, en algunos casos, siguen vigentes en algunos santeros. La voz crítica queda explícita no solo en la glosa sobre las crónicas que narraban las atrocidades sino también en las fuentes que han sido seleccionadas para su investigación. En este caso el cronista citado nos relata una barbarie que posteriormente fue disfrazada por la Historia con el rótulo de “proceso de civilización”:

     Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo a un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. (Apud Ubalde, 2015: 18).

    En este estudio crítico se atiende a todo lo que afectó a dicha civilización, no solo a como el hombre blanco borró su mirada ancestral sino a como la demografía se vio afectada por enfermedades que trajeron los europeos a los nuevos territorios. En este caso nos remite al epidemiólogo española Francisco Guerra quien analiza cómo en el segundo viaje de Colón los cerdos cargados en la isla Gomera y llevados a La Española fueron los portadores de la influenza porcina gripe. También afirma que el tifus, el sarampión, la viruela o la peste fueron otras enfermedades que fueron diezmando a la población. El estudioso afirma como las enfermedades de la flota se extendieron de inmediato entre los indígenas:

   De pronto, al día siguiente 9 de diciembre de 1493, toda la gente comenzó a caer enferma con temperaturas altas y gran postración de forma que muy pocos escaparon y aún aquellos que habían salido a explorar, tuvieron que regresar al sentirse enfermos. (Apud Ubalde, 2015: 21-22).

    Otras causas del exterminio cultural y humano fueron el hambre, los maltratos, los asesinatos generalizados, los abortos voluntarios y la sobreexplotación en las minas de oro. Nuestro mundo que se erigió en el garante de la religión y el progreso esclavizaba a otros pueblos para saquearles sus riquezas naturales.

   Es interesante el estudio étnico de todo lo que rodeaba a estas sociedades, especialmente el apartado dedicado a la religión. Sus dioses eran el sol y la luna y las cuevas lugares sagrados para la ceremonia de trascendencia. Usaban alucinógenos (la cohoba) que permitían el acceso a un orden suprasensorial, divino. Después de consumirlo, el cacique (jefe de la tribu) consultaba a los “Cemíes” (figuras de los dioses), a los que se veía como oráculos. Este concepto supranatural de la vida les llevaba a valorar la muerte como una transición hacia otra existencia. Cuando se intuía el final el taíno se alejaba de la tribu, adentrándose en el bosque con pequeñas raciones de comida y bebida. Tras la muerte, se enterraban en posición fetal para favorecer el renacer en otros niveles de existencia. Se ofrece una relación de todas las deidades y de las funciones que las tribus les atribuían, destacamos, entre otras: Baibrama (guardián de la fertilidad), Beyamanaco (señor del fuego y hacedor de la especie humana), Corocote (guardián de la virilidad y del amor carnal), Itiba (es la madre tierra, la fecundidad y la multiplicación de la tribu).

    El autor también nos ofrece un estudio de las 35 cuevas rupestres, ilustrándonos con imágenes que reproducen sus grabados. Entre todas ellas se destaca la cueva de Pomier, cuya extensión es de 4,43 km y que posee pictografías y petroglifos que nos permiten comprender la forma de vivir de los primeros cazadores, recolectores, pescadores que poblaron Quisqueya. El yacimiento que cuenta con más de 6000 pinturas ha sido comparado por su valor arqueológico con las pirámides de Egipto, siendo declaradas en 1993 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Hay salas dedicadas a animales prehistóricos que son similares a especies actuales. En una de ellas encontramos los restos fósiles de grandes animales herbívoros que existían en la isla en épocas prehistóricas y que guardan un enorme parecido con los osos. Existe la sala del silencio que invita, mediante la ejecución de lo que significa el término que la evoca, a entrar en estado de reflexión y unión con el origen de la vida. El autor nos relata la fuerza de regreso a un origen de la vida, ese punto de unión circular entre el principio y el final, el tiempo sin el tiempo, el instante anterior donde todo nació y al que se regresará cuando todo se termine:

   Para la cultura taina la vida se originó en las cavernas. Su mitología explica que de una cueva se originaron los astros, e incluso el hombre, por eso cuando hacemos un minuto de silencio para honrar su memoria, podemos sentir la oscuridad más absoluta, el latido del corazón, el viento oxigenado entrando por nuestras fosas nasales y llenando los pulmones, llenando nuestro espíritu de aire puro, provocando una energía positiva y anti-estresante que nos hace sentir verdaderos partícipes de la vida y el universo. La cueva El reto, llamada así por su boca estrecha y rodeada de frondosos helechos. La belleza espeleológica indujo a los exploradores a cambiarle el nombre por “Esplendorosa”. La cueva de los murciélagos posee siete especies de las 18 que habitan la isla. Las pictografías, ubicadas en la sala primera, representan figuras de personas, animales, ritos chamánicos, el ritual de la cohoba, el mito del pájaro Inri, etc. También es posible encontrar petroglifos que son incisiones en la roca que reproducen aspectos rituales de la vida cotidiana o elementos de la naturaleza. En ocasiones son esculturas sobre una roca originando monolitos que son usados con fines ceremoniales. (Ubalde, 2015: 66).

     También se aborda la mitología taína en la que el hombre se transforma en animal. El isomorfismo entre los indígenas y los animales fue utilizado habitualmente por dichas tribus como recurso mitológico para explicar los misterios de la creación de la vida y también sobre la vida sobrenatural. Se cita a Fray Ramón Pané que relata el mito de la Guahayona o Yahubabayel, contando que: “Salió antes del amanecer y lo cogió el Sol por el camino, y se convirtió en pájaro que canta por la mañana, como el ruiseñor, y se llama Yahubbayel”. En otros pasajes se nos ilustra sobre como Inriri (el pájaro carpintero) con su pico, de igual manera que agujera los árboles, formó el sexo femenino. El murciélago (representado con forma humana en las cerámicas taínas) y la lechuza, son animales que por sus hábitos nocturnos son representaciones de la opías o espíritus de los muertos.

    Las tribus ingerían drogas naturales que les permitiesen la entrada en ese mundo mítico, onírico, asentando en lo mágico, eran la puerta hacia otros niveles supraconscientes que conectaban con energías más allá de nuestra materia. Gerardo Reicheldolmatoff explica las consecuencias de consumir dichas sustancias:

    Las visiones inducidas por la ingestión de Yajé, el cual mediante ciertos agentes químicos crea en el ojo lo que los fisiólogos llaman FOSFENOS, es decir, imágenes subjetivas, independientes de toda fuente luminosa externa, que son consecuencia de la auto-iluminación del sentido de la vista. Estos fosfenos no son obra exclusiva del Yajé, sino que pueden ser inducidos por cierto número de agentes químicos, algunos de los cuales forman parte de ciertas drogas, como el LSD, la Psilobicina, la Mescalina, la Bufotenina y la Barnalina. Tales visiones no son momentáneas, sino que persisten durante un cierto tiempo, de modo que la periódica celebración de ceremonias en que se ingiere alguna de estas drogas haría que tales fosfenos quedasen incorporados permanentemente en los individuos. (Apud, 2016: 104)

   El chamanismo se realizaba con la inhalación de cahoba, la que provocaba un estado de éxtasis que permitía el contacto directo con las divinidades. El alucinógeno empleado se extraía de la planta Piptademia Peregrina.

   La cerámica también es un buen legado que nos ofrece su cosmovisión de la vida, en una de estas, nos referimos a una creación artística conservada en el museo de antropología de Turín, hallamos una escena que refleja la costumbre funeraria de decapitar el cadáver, lo que se hacía con algunos personajes importantes de la aldea. Se sepultaba por una parte el cuerpo y se guardaba la cabeza del difunto que era usada con fines rituales, ya que esta se consideraba la parte principal del sujeto que era donde residía la esencia del ser. El autor de estas obras, que tenían un carácter religioso, era el buhitio (chamán), quien bajo un estado de éxtasis producido por el efecto de las sustancias alucinógenas lograba establecer un contacto con las divinidades, por lo que se consideraba a sí mismo un médium y no el creador de las mismas. Jerónimo Pané (apud Ubalde, 2015: 132) describe que la técnica chamánica también supone una práctica curativa en la que, gracias al éxtasis producido tras el ritual de la cohoba, el behíque (chamán) es capaz de conocer por boca de las divinidades la causa y la solución al mal que se propone curar. Lévi-Strauss afirmó que la cura chamánica era efectiva debido a la interacción entre la experiencia íntima del chamán y la actitud colectiva del grupo que aseguraba su éxito.

    En cuanto a su concepción de la vida, los taínos consideraban que la estructura del universo se formaba con tres niveles: el cielo, la tierra y el inframundo. El ser humano habitaba un plano intermedio, lugar donde se manifestaban, con diferentes formas los seres de los espacios inferiores y superiores. Salvador Ubalde nos cuenta su concepción mitológica de la creación del universo.

    La mitología taína suponía que la creación del universo estaba constituida de varios ciclos. El primer ciclo tuvo lugar cuando en los originales tiempos existió una Suma deidad, quien tenía un hijo. De los huesos de este, se crearon los peces y el mar, los cuales se liberan y expanden al romperse la calabaza que los contenía por la intervención de cuatro gemelos hijos de la Gran Pandora. En otro pasaje mítico, los gemelos logran obtener el fuego, el cazabe y la cohoba. Finalmente en la espalda del líder de los gemelos surge una tortuga hembra, quizás una metáfora de la primera mujer. Así, por tanto, los cuatro gemelos son símbolo de las cuatro direcciones, de la expansión geográfica. (Ubalde, 2015: 147).

    El investigador dedica un capítulo a la revisión de la historia y analiza las causas de la esclavitud, recordando actos como que El papa Pio XII declaró que los africanos bautizados no debían ser esclavizados, que Fernando el Católico fue el primero en aprobar el envío de esclavos africanos a las Américas en 1510. Que Henry Laurens se opuso a la trata antes de convertirse en el presidente del primer congreso de EE. UU en 1776. A finales del siglo XVIII la tribu Yoruba, que practicaba una religión animista, se enfrentó en una guerra con sus vecinos y también entre ellos mismos. Dichas guerras implicaron la caída y posterior esclavización de la tribu, cuyos miembros serían enviados a Cuba, Brasil, etc.

   Sus creencias mágicas les llevaban a sacrificar animales ya que creían que las deidades requerían de la sangre que no poseían para ser dioses, para continuar con su existencia. Se nos ofrece un análisis del sincretismo que dicha religión realizó con el cristianismo, reflejando nuevamente su mirada crítica hacia una cultura que a otros modelos de vida impone su forma de ver el mundo. Así, cuando veneraban a San Miguel invocaban realmente a Beilé Belcán Toneo; cuando pedían a San Carlos Borromeo que hiciera un milagro y curara sus heridas, a quien realmente estaban reclamando ayuda era a Candelo Cedifé. Hay una sumisión a un nuevo orden religioso pero se mantienen sus creencias, las que se asimilan a las impuestas: “Es un proceso de aculturación o inculturación, cuando un grupo social dominado trata de adaptarse a la cultura del dominador” (Ubalde, 2015: 221).

   Es interesante el relato de estas prácticas mágicas en las que el chamán entra en trance, logrando ser habitado por una energía ajena a su yo. Un ente que les desposee de su conciencia, que les conecta con el mundo mágico, suprasensorial, ese orden el que habitan los espíritus:

    Entran en un éxtasis o trance, con cambios en el sonido de la voz y con un gran deseo de beber ron y fumar puros de tabaco, supuestamente porque estás poseídos por un espíritu que no es el suyo, sino el del muerto; hay personas que se impresionan tanto que también caen en trance. En este proceso ritual, la persona poseída por el espíritu a la que se llama “caballo”, se expresa en frases ininteligibles que el escritor mejicano Octavio Paz describe como “hablar en lenguas” que ha sido un signo de posesión divina o, alternativamente, de posesión demoniaca. Estudios de este fenómeno en la modernidad lo han denominado como glosolalia, identificado como un trastorno fisiológico, psíquico, epiléptico y neurótico con una dosis de hipnosis. (Ubalde, 2015: 224).

    En los ritos celebrados por algunas de las divisiones chamánicas se realizaban prácticas para nosotros bárbaras como enterrar a los “poseídos” por dichas entidades. Se mezclaba alcohol con pólvora y, cuando los participantes ingerían dicha mezcla, se dice que de sus poros brotaba sangre, la que era posteriormente bebida para no perderla.

    En este interesante estudio Salvador no solo ofrece un estudio antropológico de los aborígenes taínos y de las creencias y ritos chamánicos de origen africano que se desarrollaron en La República Dominicana, sino que analiza de forma crítica la opresión que el progreso de nuestra sociedad occidental, a lo largo de la historia, ha ejercido como modelo social opresor que ha dominado otras miradas más libres de la vida.

BIBLIOGRAFÍA:
Ubalde, Salvador (2015): Quisqeya, paraíso perdido. Autopublicación Tagus.

Artículos relacionados :