Conciencia de clase: David Mayor

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Por Jesús Soria Caro

            Conciencia de clase nos recuerda que somos personajes sociales, que nuestra identidad se dibuja condicionada por las circunstancias sociales, culturales. Pero más allá de este planteamiento, que en algunos pasajes adquiere una lectura ideológica, hay también una mirada retrospectiva hacia ese lugar emocional del que procedemos: la familia, los valores, la figura de un padre íntegro.

    Se recupera todo aquello que nos hace pertenecer un mundo emocional, a unas experiencias que fueron el fuego que forjó nuestra alma salvaje de luchadores; el libro está especialmente dedicado a la figura del padre. La memoria crea, modifica, filtra desde el cambio mejorado lo que fue y no podemos comprobar. El pasado es un animal de huidas que no se quedó entre nosotros para entender la necesidad de su refugio, para ofrecernos su calor frente al invierno de los días y los momentos difíciles de la existencia:

 

Recordar no es vivir de nuevo; es habitar una ausencia

que nos calma de otra manera. Recordar es una de

las formas de mirada, seguir un cul-de sac hallando

la salida donde parecía ausente. Fijarnos, detenernos,

contemplar que acaso la existencia verdadera se

concentre resumida en los destellos y la calma.

Recordar es mirar cómo escribimos la vida que nos

pasa, pero no vivirla de nuevo con prosa reiterada.

 

   Contemplar el cuadro del padre es atravesar ese límite entre el yo del pasado y el yo actual perdido en la ausencia de ese mundo ido. Regresar a lo presente implica un desierto de nostalgias:

 

Miro la tranquilidad de este retrato, la quietud

que tiene y el mundo parece quedarse desierto de sí

mismo y solo el silencio pone los acentos a lo que uno

está viviendo en su memoria. Hay una tregua en este

mirar recordando, un matiz inexplicable en el que  los

vivos se convierten en imaginación de los muertos.

El sosiego de una luz paralizada, un estrépito sordo:

ser hijo del aire y del recuerdo.

 

    “Animal herido” intensifica la idea de ese yo que sufre la angustia de la muerte de aquellos a los que amó y también la de su futura desaparición. El yo poético es un animal herido que sobrevuela el paisaje de la destrucción final, es un pájaro de fuego atravesando el hielo negador de sus dominios sin tiempo:

 

El tiempo como una habitación vista con ojos extranjeros. Aquí

sentado mientras combinas elementos del pasado

y del futuro para hacer algo que no es tan bueno

como ninguno de los dos. Un lugar que sea un no

lugar, donde el centro no está marcado por tantas

decisiones, agotado por el veneno que recuerda

insistente todo lo que falta: la muerte, que ya no

es solo una palabra, y junto a ella la libertad clara

de lo que hemos vivido; la tenue sonrisa de un

rostro que se pierde hecho memoria, los años que

son pájaro nocturno, vuelo sustancial entre los que

acompañan y los que han desaparecido.

    “Ancla” nos recuerda el anclaje socio-cultural del que formamos parte. Se nos ha insertado una idea de cómo entender la vida y de cómo vivirla. Partiendo de la anécdota más sencilla, como es preparar el equipaje, se nos muestra que somos identidades registradas, dirigidas por un orden social que nos ha borrado otra mirada más libre. Ese “coche robado” es nuestro yo, ya que le ponemos una matrícula, una imagen externa, pero nos hemos vaciado de nuestra verdad:

 

Uno hace la maleta y se pone matrícula

como se pone a un coche robado                                                                                                      

y se esconde de uno mismo en uno mismo.

 

   “Hantología” nos ofrece un espejo poético hacia lo más interno del yo. Este se sabe simultáneamente identidad social y lo contrario a ese personaje socializador que le ha sido impuesto. El yo poemático nos recuerda que tanto él, como tú (el poema asume un mensaje vocativo) y yo, hemos pasado media vida siendo lo que somos en un disfraz de subjetividad externa y siendo a la vez lo que no somos (un desnudo interno de voluntad anulada):

Ser la erosión del paso del tiempo: todos

que dan forma, algunos

evidentemente

falsos, la documentación de cada día,

un saber estar

que no sabes donde aprendiste, ese personaje

que sirve para la socialización y tu fondo

de armario, una camisa Ben Sherman y botas

de arena, un traje burdeos que casi no te pones,

los años lentos que viviste

hace ya tanto tiempo que acaso ni sean tuyos.

 

    “Historiografía” recorre de forma introspectiva los diferentes yoes del sujeto poético, cada momento vital modifica nuestro yo. No es el mismo el de décadas anteriores que el sucesivo, somos yoes enfrentados, que abandonaron al originario. Si pudiéramos reunir a todos estos seguramente serían desconocidos, no se entenderían. Como bien se afirma en el poema, las cosas en el pasado permanecen originales, somos nosotros con esos nuevos yoes que dejan de ser lo que fueron los que nos convertimos en una copia deforme o lejana de lo que fuimos:

 

¿Y si las cosas que pasan por la vida

no te recordaran,

o esos papeles que amontonan las letras

y el olvido y tanto estimas;

 

si las fotografías no te reconociesen

porque ellas guardan la verdad

y nosotros –tú, yo, uno, él–

somos mero simulacro de lo ocurrido?

 

Acaso tengo los años justos ahora

para saber que es así,

que las cosas permanecen originales

y nosotros avanzamos por la historia

sin que el paisaje sepa quienes somos.

 

    Las referencias intertextuales son continuas en todo el libro, así lo menciona el autor en el epílogo: “Seamus Heaney, Patrick Kavanagh […], Friedrich Nietzsche, Baruch Spinoza, Arnaldo Calavera, W. B. Yeats, Albert Camus, John Berger, o Giani Stuparich son autores de los que he anotado versos o palabras que también están en algunos de estos poemas, más o menos pervertidos”. Sin embargo, la voz de Luis Cernuda aparece de forma indirecta, estilística, está implícita cuando se manifiesta la lucha entre realidad y deseo. Se encuentra en unos versos en los que se descree del hombre que apaga el fuego de los ideales de la juventud con la seguridad y el refugio de las exigencias de conformismo de la vida adulta:

 

No confíes en nadie que tenga más de treinta años,

perderás el tiempo. Son fácilmente corrompibles y

creen haber cambiado, definitivamente, la realidad

por el deseo. Los recuerdos empiezan a pesarles más

que la esperanza. Todo parece nacer y morir a la

Vez. Son los fantasmas que nunca imaginaron.

 

    En “Nacionalidad” se presenta una mirada crítica sobre la identidad del yo moderno, excesivamente dirigida por lo tecnológico y que ha perdido la conexión con lo natural. El hombre actual, más libre pero errante en lo existencial, se siente más vació que el hombre originario que tenía las limitaciones técnicas de todas las carencias:

 

El hombre moderno entiende la deriva como principal

forma de experiencia. Se lanza hacia la incertidumbre

y la carencia de vínculos inmediatos para luego

repensarlos. Por el contrario, el hombre antiguo era

feliz dentro de su límite, un límite que armonizara

con la naturaleza.

 

    “Conciencia de clase” es un poemario que denuncia todo aquello que aleja al yo de su ideal perdido, de lo que dignifica unos valores sociales y morales necesarios que se asienten en una conciencia de libertad, que se rebelen frente a  lo que nos oprime y anula, lo político y lo que es parte del poder desde los orígenes de los tiempos, aquello que como decía Pedro Salinas: “lo que encima me echaron/ desde antes de nacer”. Pero también se nos  recuerda con melancolía un pasado que estaba habitado por aquellos seres admirados de quienes aprendimos todo (se destaca la figura del padre), que fueron quienes forjaron nuestra verdadera identidad moral, la de una clase de hombres que luchan por vivir, amar y que, como se dice en “La dirección contraria”, viajan en la realidad actual alienante en dirección contraria a ese paraíso del pasado,  la infancia, la primera juventud. Por eso el yo poemático desearía que: “ese tranvía que ha pasado le llevara de vuelta a lo imposible”, a un mundo de recuerdos, a ese tiempo perdido donde residen los que nos dejaron, a aquellas experiencias anteriores a la deriva individual y colectiva.

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