Historias de Sánchez, de alimañero a jefe de la USMC (VII)

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    Han sido muchos los lectores polleros y seguidores de facebook y twitter que me han pedido que publicara en orden cronológico estos humildes hechos de mi vida que me han llevado de comenzar como un simple alimañero a convertirme en el orgulloso jefe de la Unidad Secreta de Matacochinos primero del Ayuntamiento de Zaragoza y luego, finalmente, del Gobierno de Aragón. Aquí continúa  pues, la séptima entrega …

    Ha habido  que esperar hasta que las aguas volvieran a su cauce para que haya sido autorizado a revelar públicamente la última y peligrosa misión que realicé al frente de la Unidad Secreta de Matacochinos (USMC).

    Era  consejero de Justicia e Interior, Antonio Suarez, y se puso en contacto conmigo muy alterado pues sus majestades los reyes de España le habían comunicado su intención de visitar Pradilla de Ebro, uno de los lugares donde la pasada crecida del Ebro había hecho más daño en sus riberas, llegando incluso a alcanzar más de cinco metros de altura en el casco urbano. Y justo de  Pradilla nuestra unidad había recibido tres avisos acerca de la existencia de una posible manada de peligrosos animales, todavía sin identificar,  que habían acabado con numerosos terneros, diezmado una granja de engorde de cerdos e, incluso, masacraron un centenar de cachorros de una acreditada guardería canina situada en las afueras del pueblo. “Lo que nos faltaba- me dijo alterado el consejero- es que la manada pudiera agredir a Felipe VI o a alguien de su séquito. Sánchez ponte al frente y acaba con la manada, la bestia o lo que sea antes de que Leticia pise barro ¡Por tu madre!”. No hay problema, consejero, me pondré ahora mismo al tajo pero necesitaría unos cinco o seis mil euros para comprar buenas trampas- le dije mientras me dispuse a estudiar in situ el tipo de mordida que tenían los animales masacrados. No había duda de que no podían ser jabalíes puesto que a estos artiodáctilos de la familia de los suidos no gustan de las grandes corrientes de agua.

     Observando algunos pequeños lechones, pudimos encontrar las hendiduras de unos pequeños dientes puntiagudos, cortantes como espadas. También encontramos restos de mucosidades que una vez analizadas resultaron contener células sensoriales  que contribuían, sin duda, a favorecer la absorción de oxígeno. Es decir, tenía que tratarse de un tipo de animal que pudiera soportar largos periodos de hipoxia. Y la certeza en su identificación la tuvimos cuando encontramos junto a un pequeño ternero destrozado, un gran fragmento de barbillón superior que, casi con seguridad, el animal usaba como órgano sensorial… Ya no tenía duda: se trataba de un siluro dentado asesino procedente originariamente del lago Baljash, en la provincia de Almaty, allá en Kazajistán y que algún grupo terrorista había introducido en la zona con la pretensión de que atacara a nuestro rey.

    Rápidamente, con parte de los seis mil  euros compre un par de vueltas de chorizo ibérico  y me las coloqué al cuello, me puse el traje de neopreno, las gafas especiales provistas de sonar y,  pertrechado de dos botellas de oxigeno de gran  capacidad, comencé a bucear en el entorno elegido y donde  los compañeros de bomberos lanzaban al agua lonchas de chorizo de Pamplona sujetas a unos pequeños globos  desde un helicóptero de salvamento que había puesto la DGA  a nuestra disposición.

    El siluro asesino, pronto comenzó a devorar las lonchas de chorizo dejando una estela espumosa que marcaba su lento  recorrido. Me escondí bajo un islote de barro y restos de árboles  que arrastraba la corriente. Comencé a chapotear con las vueltas de chorizo y cuando el asesino se dirigía hacia ellas, las lancé a un par de metros de mí. Note el  paso de su lomo viscoso por mi entrepierna y en cuanto los radios blandos de su  vigorosa aleta anal se separaron de mis testículos, me lacé sobre  él y le asesté tres puñaladas con mi cuchillo finlandés. Rápidamente los bomberos lanzaron unas maromas con boya. Le hice con gran precisión un “as de guías” alrededor de su pequeña aleta dorsal y mandé que lo izaran minutos antes de que llegara a la orilla la comitiva real.

   La verdad es que fue duro, pero salvé a los reyes de un gran peligro y me embolsé 5.500 euros. Gracias, Antonio y ¡Viva España!

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