Por German Oppelli
Los que llevamos a nuestras espaldas lustros recorriendo los caminos, llegamos a conocer a toda una fauna de pintorescos personajes e ambos sexos que nos han hecho toda clase de propuestas, desde el clásico pesado que quiere que contemos sus chistes en la pista, …
….pasando por el que quiere que le colemos, que le invitemos a una copichuela, que le prestemos dinero o que le compremos algo de “oro” procedente del contrabando, asó como alguna proposición más íntima. Esto hace que dispongamos de un sexto sentido, vamos, que las vemos venir.
El paso del tiempo –más cultura y bienestar- ha hecho desaparecer esta picaresca aunque mucho me temo que sus descendientes se dedican en la actualidad a labores más “productivas”.
E ahí mi sorpresa cuando lo encontré. Fue en un hermoso pueblo riojano a caballo entre Burgos y Álava. En la plaza donde íbamos a actuar, había terminado la fiesta de espuma y allí estaba él.
Er una mezcla de Azarías de “Los Santos Inocentes” y el sacamantecas de “Cuerda de presos”, de pequeña estatura y fuerte complexión intentaba, con un hablar balbuceante, dar su opinión al alguacil que se afanaba en limpiar todo aquello. En la fachada del Ayuntamiento tenía aparcado su cochecillo desvencijado, de esos para los cuales no se necesita el carné de conducir (intuí que era analfabeto) junto a un pequeño tenderete. En él se introdujo para salir con una bota de vino, pan y un chorizo que cortaba a trocitos con una navaja, desde luego era un hallazgo. Sin embargo a mi me producía inquietud.
La hora de nuestra función se acercaba y la chiquillería iba acudiendo. Al pasar un grupo de niños cerca de él sus ojillos oblicuos se iluminaron y sus rostro llegó a tener algo parecido a una sonrisa. ¡Coño! Ese era mi presentimiento. Poco a poco, con paso lento se les fue acercando. Ellas, al notar su presencia salieron despavoridas. Ni durante la función ni tampoco al finalizar nadie se acercó a comprar sus baratijas ¿Qué hacía allí pues?
En conversación con la alcaldesa no pude por menos que decirle la mala impresión que me causaba el sujeto, “Ya, ya” fueron sus palabras “pero como hace tantos años que viene….”. Al pasar junto a él se cruzaron nuestras miradas y vi claramente que el recelo era mutuo.
Nos alejamos pero me fui con esa sensación que tenemos cuando emprendemos un viaje y nos asalta la duda de si hemos dejado el fuego encendido. ¡Feliz verano!