La diosas Fortuna y unos pringaos


Por Fernando Gracia

      Cuando es casi imposible ver una revista –solo me consta la Compañía de Luis Pardos, y esta se limita a sketches en el apartado de comedia-, pudimos ver sobre el escenario del Teatro Principal una propuesta más que interesante, propiciada por la reunión de fuerzas de la Fundación Guerrero y el Centro de documentación y archivo de la SGAE.

      Se trataba de poner en pie una opereta/revista, que allá por los años veinte del siglo pasado hizo fortuna en las tablas, “El sobre verde”. Y como quiera que estamos casi una centuria después de su estreno, renovándola y quitándole lo que pudiera sonar como desfasado, para darle un aire de musical en cuanto a su movimiento escénico, y adaptando la música para que suene un poco más jazzística.

      La mano de nuestro paisano Alberto Castrillo Ferrer, al que ya hemos visto varias veces este año en nuestro primer coliseo, unas veces como director y muy recientemente como actor –véase su Calígula-, se nota de forma muy favorable. Mueve muy bien a sus actores-cantantes-bailarines, aprovecha el espacio escénico, mucho más modesto que lo sería en su estreno, y consigue que pasemos un rato francamente agradable.

      De hecho a mí me entretuvo más que la versión que a principios de los setenta dirigió para el cine Rafael Gil, a pesar de contar con dos estrellas incontestables del género como Esperanza Roy Tony Leblanc.

      El tono de coña empleado, la ligereza de la trama, que no obstante encierra un “mensaje”, y ruego se perdone la expresión tan sesentera, y ese toque surrealista con el que se concluye la trama, hicieron que el espectáculo acabara funcionando ante mis ojos.

      El buen desempeño de su elenco, con un sobresaliente Rafa Blanca como el Nicanor protagonista, muy bien acompañado de JJ Sánchez y un ramillete de sopranos y mezzos, amén del barítono Alfredo García, rotundo cantando y actuando, hicieron que el espectáculo fluyera sin apenas tiempos muertos, lo que se agradece en un producto como este, diseñado lisa y llanamente para entretener.

      Para entretener, sí, pero sin perder el buen gusto, o sea como en los mejores tiempos de este tipo de espectáculos, donde hubo mucha morralla pero también unos cuantos títulos que no pasaría nada si fueran repuestos, limpiándolos y lustrándolos un poquito si fuera necesario.

      El día que estuve dio la impresión de que el público lo pasaba bien. Sin risas estentóreas ni falta que hacía, pero casi siempre con la sonrisa instalada en el rostro, lo que no me parece nada baladí.                                                                                

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