El caballero de Olmedo


Por Javier López Clemente

La compañía vallisoletana Teatro del Corsario presentó en el Teatro Las Cuatro Esquinas de Zaragoza la obra de Lope de Vega
El caballero de Olmedo. Una producción que venía avalada por el premio de la Asociación de Directores de Escena a su aportación al teatro clásico.


Es fácil imaginar al autor de la obra dándose un garbeo al reclamo del traslado de la corte por la Valladolid de 1600. Y quien sabe si el autor, tan afamado como prolífico, escuchó la coplilla o el cuento que el pueblo cantaba y contaba por tascas y mercados. La historia de un hidalgo hijo de la villa de Olmedo, de su romance amoroso en la vecina Medina, de su valía en el ruedo y de la villanía de un mal enamorado que, celoso y rendido, le dio noche de faca prendida.

Y así comienza la función, con la seguidilla que anuncia la muerte de lo que se pregona tragicomedia y se percibe como trágico. Ese es uno de los retos que la compañía vence con maestría: La dosis perfecta de comedia comedida, fina y contenida para que brille la tragedia y sus tres ingredientes sangrientos: Amor, Muerte y Destino. El amor con patina de romance, la muerte se anuncia en redondilla y el soneto anima al destino del enamorado. Pero aún nos faltan otras hierbas que rompen tiempo y lugar ayudados por una escenografía adusta de variaciones eficaces y una iluminación brillante. Tenemos galán bien parecido, la dama sonrosada, el padre severo, el rey estirado y de lo mejor no me olvido: En las tablas se llaman Fabia y Tello. Ella, bruja, oráculo y percusión. Él, siervo, amigo y también enamorado, que en las normas del amor es posible que su flecha pase del pueblo llano al balcón engalanado.

El caballero de Olmedo es teatro de texto y la expresión de los actores alcanzó el sobresaliente por el ritmo y la templanza. Cada verso de sobriedad coreografiado y hasta algunos mutis, como el duelo de navajas al compás acompañado permiten que me destoque por el toque de un guitarrista adelantado, que deleitó el ambiente y se hizo cortesano. No hay adornos innecesarios, buen gesto, buena dicción y excelente trazo. La iluminación soberbia, la escenografía adusta pero con variaciones eficaces y potentes simbolismos.

Y la función termina como al inicio, vuelve la segudilla popular pero esta vez teñida de muerte, pena de amor y duelo del destino:

Esta noche le mataron

al Caballero,

la gala de Medina,

la flor de Olmedo.

Ritos de sangre que aún vivimos transformados. Es la historia del forastero que al baile de otro pueblo acude. Allí baila con mozas a las que piropea y entretiene. En frente, en la otra acera, en la barra de los machitos, el nativo mira odioso los flirteos galanes. El odio crece y crece hasta que restañan los puños, las navajas se abren y en el mejor de los casos el forastero huye o termina capuzado en el agua de la fuente. Y yo se bien de que les hablo, que lo viví en mis mocedades, sufrí el arrebato furiosos de quienes querían cazarme porque este cuerpo, este body calavera tentaba a las mozas y agradaba a las damiselas.

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