Por José Joaquín Beeme
La Plaza del Reloj, nubes de humo olorosas a carburante requemado, gemidos mecánicos, barras y estrellas al viento, aparecía tomada por tanquetas y carros de combate, motos de enlace con y sin sidecar, jeeps, ambulancias, camiones de avituallamiento, mientras decenas de reconstituteurs en uniforme inglés…

Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
…o americano compadreaban con el público que abarrotaba los bulevares. Abanderados, infantes, gastadores, oficiales de los tres ejércitos, pero también maquis embutidos en pantalón de pana y chaqueta de cuero, explicaban en perfecto francés su compromiso con la memoria histórica y sus maltratadas leyes y su renovada gratitud hacia el amigo americano.
A 80 años de la Libération, gracias a la operación Dragoon o desembarco provenzal (que vino a aliviar el de Normandía) tras cuatro años de ocupación nazi, las murallas de Aviñón reventaban de fiesta a finales de agosto y nosotros, llegados con nuestras maletas cisalpinas y otros rebufos resistenciales, nos vimos de repente catapultados a un pasado-presente, escenificado con minucia cinematográfica en cada rincón de la cismática ciudad.
Mientras, a la noche, las Satin Doll Sisters, escoltadas por una banda de swing también ataviada de impoluto marrón USA, animaban a una tropa de curiosos desgranando un repertorio de fox trot, boogie woogie, jitterbug y otros estándares bailables de los 40-50, imaginaba yo la alegría de sus abuelos viendo huir a los nazis sin pegar un tiro y respirando los aires inmensos, gloriosos, de una libertad recién recobrada.
Pensaba también en otra liberación, contemporánea a ésta de Vichy pero mucho más cruenta: la de Roma, ciudad abierta y salpicada de “lagos de sangre” donde no cesaban las escaramuzas; la de la muy partisana Bolonia, con la peor masacre de civiles de toda la guerra que dejó pueblos enteros arrasados (Marzabotto / Monte Sole), puro cementerio: aún hoy asilvestrados; la de Ossola, las Langas o Alessandria, donde un Umberto Eco adolescente saludaba a los míticos rebeldes que bajaban cantando de la montaña y le regalaban casquillos del subfusil Sten, al tiempo que devoraba chocolatinas y tebeos de Dick Tracy ofrecidos a manos llenas por privates de Carolina o Alabama.
Aquel trío de coquetas oficialas, inspirado en las hermanas Andrews, McGuires o las Chordettes, y que iba a ser replicado al día siguiente en el contoneo de Les Mademoiselles contra la estrella blanca de un tanque Sherman, traían vocacionalmente una feminidad glamurosa y una pícara ingenuidad definitivamente perdidas en la noche de los tiempos, pero todavía con suficientes réditos en aniversarios patrios y otras conmemoraciones nostálgicas.
Únicamente con uniformes y armas de guardarropía, me digo cimbrado por la embriagadora marcha aviñonesa, esa expedición oldie, tan musical como (a fin de cuentas) folclórica, debería ser ¡siempre! retrospectiva.