Brasil: Balance de año y medio de desastres


Por Manuel  Ventura

     La primera tentación consiste en valorar los 18 meses del gobierno Bolsonaro a la única luz de su nefasta gestión de la crisis sanitaria. Y motivos haylos.
     Pero como éso podría colocar en la oscuridad toda una serie de despropósitos, vamos a dejarlo para el final. Porque en verdad no hacía falta que llegara la plaga de la Covid-19 para constatar…

…que otra plaga tanto o más peligrosa ya había tomado cuenta del pais más prometedor del mundo, Brasil.

    Creo justo comenzar diciendo que nadie puede decir que se siente sorprendido o defraudado por el personaje. Ha respondido con creces a lo que podían esperar sus partidarios más fieles, aunque las últimas encuestas muestran una caida de su apoyo hasta el 30% de la población (sobre todo seguidores evangélicos seducidos por el segundo nombre de Bolsonaro, Messias), sus adversarios iniciales, que sumaron un 44% en las elecciones; así como los más indiferentes, que se decantaron por él, dicen, a falta de otras opciones.

    Aquí y allá surgen voces, algún empresario, algún intelectual, algún artista, que se dicen arrepentidos. Curiosamente, esas voces no son demasiado bien recibidas entre la oposición. Tal vez por una influencia subliminal de la tradición católica del pais, se les pide cumplan los rituales canónicos para recibir la absolución: arrepentimiento pero también dolor de los pecados, propósito de enmienda y cumplir la penitencia.

     Repasemos en las grandes áreas lo que han dado de si estos 18 meses. Podemos comenzar por la lucha contra la corrupción, que fue una de las grandes banderas de su campaña. El gran asunto durante este periodo ha sido el que afecta a sus hijos. En especial, a Flavio, hoy senador de la República y anteriormente diputado estatal (autonómico) de Rio de Janeiro. Voy a ahorrarme lo de presuntamente, al parecer, supuestamente, etc. para no hacer largo el cuento, dadlo por colocado “por imperativo legal” Este ciudadano tenía relaciones con la milicia de Rio. Para los no iniciados, la milicia consiste en grupos de expolicías y policías que manejan el negocio de la droga, la protección, la venta de gas doméstico o de conexión de TV por cable en barrios de la región metropolitana. Mantienen el “orden” en sus territorios, porque son los únicos delincuentes que operan en ellos. Con la ventaja de que cuando te roban no hace falta llamar a la policía, porque van juntos.

     Quien le hacía de encargado en este negocio era un tipo que se ha hecho popular en este tiempo, un tal Queiroz, empleado en su gabinete, así como otros familiares de los capos, como la madre de un ex-policía, expulsado del cuerpo pero que recibió varios homenajes públicos del procer y de su padre, actual presidente. Por cierto, este miliciano, huido de la justicia durante mucho tiempo, fue muerto en una operación policial hace poco.

    Pues bien, este tal Queiroz le manejaba otro negocio adicional, llamado rachadinha, que consiste en contratar funcionarios, muchos de ellos fantasmas, que no tienen que aparecer por el curro, que están obligados a devolver parte de su salario a quien los contrata. A finales de 2018, justamente entre el primer y el segundo turno de la elección presidencial, Flavio comentó preocupado a su suplente en la candidatura al senado y hoy desafecto, un empresario llamado Marinho, que le había llegado el chivatazo de que la policía estaba siguiendo los movimientos de cuentas corrientes de gente de la asamblea legislativa de Rio que no parecían justificados. El hecho cierto es que inmediatamente el tal Queiroz fue dimitido como funcionario. Ah! Y también su hija, a la sazón empleada en el gabinete del propio hoy presidente.

    Después de alguna entrevista donde explicó su habilidad para hacer negocios que explicaba su fortuna, el tal Queiroz desapareció. Cuando algún periodista preguntó al presidente si sabía dónde estaba, este respondió con gentilezas tipo: está con tu madre. Pero he aquí que el Hudini aparece, el mes pasado en una casa con todo tipo de comodidades, incluyendo el servicio de un casero, cerca de la ciudad de São Paulo, propiedad ni más ni menos que del abogado de Flavio y de Jair Bolsonaro, que jura que sus empleadores no sabían nada, aunque el propio presidente declaró en redes sociales que estaba allí porque seguía tratamiento médico. La corrupción va bien, gracias.

    Pasemos a la educación. El primer ministro del ramos, un colombiano nativo, duró poco, siendo sustituido por un bolsonarista de pro, cuya gestión quedó adornada por perlas como las declaraciones de que las universidades eran un nido de comunistas y maconheiros (fumadores de maría) o el intento de nombrar directamente a los rectores, que fue rápidamente rechazado por el congreso. Ha dado también mucho de si en las redes sociales, que han hecho recochineo de sus faltas de ortografía.

     Pero el hombre se pasó de frenada, pidiendo en una reunión del consejo de ministros que fueran a la cárcel los miembros del tribunal constitucional, como ya os conté en una entrega anterior. Para evitar males mayores a la causa, el hombre fue cesado y consolado con un puesto de director en el Banco Mundial. Su último acto como ministro fue anular el sistema de cuotas que favorece a negros, indígenas y otras minorías en el acceso a ayudas para la postgraduación, medida que fue anulada prontamente. Por cierto, que el boletín con su cese fue publicado al día siguiente a su llegada a los Estados Unidos (seguro que para usar su cargo como facilidad para salir del país y entrar en USA) aunque luego el boletín oficial publicó una rectificación colocando una fecha anterior.

    Su sucesor fue el primer negro en el gobierno. Pero antes de tomar posesión, fué publicado que su curriculum vitae era un cuento para dormir a los niños. Ni era doctor por la Universidad de Rosario, Argentina (su tesis no fue aprobada por el tribunal) ni había hecho un curso de posdoctorado en una Universidad alemana (lógico, siendo que no era doctor) ni era profesor de la prestigiosa Fundación Getulio Vargas. A la calle. Puro racismo.

    Las relaciones exteriores las maneja un miembro de la llamada ala ideológica del Gobierno, seguidor del oráculo del presi y de sus hijos, un pseudofilósofo que considera que no está probado que la tierra sea esférica y para quien cualquiera que no sea idiota es comunista. Los varios desplantes sufridos a manos del ídolo mundial, Donald Trump, entre los que se cuentan la incumplida promesa de apoyar el ingreso de Brasil en la OCDE, la reivindicación de USA de nombrar un norteamericano para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, que por una regla no escrita siempre ha estado en manos de un latinoamericano, o la descalificación que Trump hace de la gestión brasileña de la pandemia (si hubiéramos actuado como Brasil habría aquí uno o dos millones de muertos) no han modificado un ápice su gregario seguidismo de las posturas del inquilino de la Casa Blanca. Eso, sumado a la habilidad para desairar a los principales socios comerciales del país, de lo que también os he contado algo, hacen que el papel de Brasil en el escenario mundial sea hoy simplemente insignificante.

    Pero la historia más graciosa relativa a las relaciones exteriores tuvo lugar el año pasado. Al presidente se le ocurrió la gran idea de proponer a su hijo Eduardo, hoy diputado, como embajador en Estados Unidos. Está muy preparado, dijo, y conoce muy bien el país porque de joven pasó varios veranos allí, friendo hamburguesas. Aunque la versión oficial dice que el presidente retiró su propuesta a la vista de las nulas posibilidades que tenía de ser aprobada por la comisión pertinente del Senado, me apetece pensar que el motivo es que alguien le dijo al niño que freír hamburguesas está muy feo y éste entró en depresión.

    Hablemos un poco de economía. Ya antes de la llegada de la pandemia el desempeño había sido, cuando menos, decepcionante, con el agravante de que una dura reforma de las leyes laborales y de la ley de pensiones han llevado a la informalidad a millones de personas y no han atraído las inversiones extranjeras que se esperaban. Al contrario, empresas como Ford han cerrado algunas de sus fábricas aquí. El dólar, que en tiempos de Lula llegó a estar a 1,40 reales, cuesta hoy más de 5. El responsable del área, un privatizador impenitente, quitó importancia al asunto explicando que con el dólar a 1,40 hasta las empleadas domésticas viajaban a Disneylandia, habrase visto poca vergüenza. Si le preguntas hoy, seguro que te replica que a quién le importa a cuanto está el dólar si Disneylandia está cerrada y el amigo Trump ha prohibido la entrada en su país de brasileños.

    Una parte importantísima de la economía brasileña, el agronegocio, vive con temblores la sucesión de agravios a los más importantes socios comerciales y la negativa imagen exterior para el sector que provoca la evidente degradación de las políticas de protección del medio ambiente, que ya ha provocado el veto de algunos grandes productores mundiales de alimentos y amenaza con cancelar el preacuerdo de libre comercio entre Mercosur y la Unión Europea.

    Respecto a la sanidad, más que de la nefasta gestión de la pandemia, voy a hablar de la secuencia de desaguisados internos en la estructura del ministerio. Un primer titular fue dimitido, según las malas lenguas, por intentar seguir las directrices marcadas por la OMS al principio de la ola de contagios y tener más apoyo popular que el presidente. El segundo, también médico, se fué por no querer apoyar la cruzada presidencial por el tratamiento con hidroxicloroquina. Sin que, al parecer, ningún titulado en medicina aceptara comerse el marrón, se quedó como ministro el vice, un militar experto en logística, como demostró al informarnos con cara de cierta sorpresa de que el coronavirus se transmite, sobre todo, por vía aérea. Para poner fin a semejante desafuero, ha ido sustituyendo a los especialistas en los altos cargos del ministerio por militares, imagino que especialistas en artillería antiaérea.

    En total, 12 ministros han sido dimitidos o se han ido del gobierno en año y medio, entre ellos el más importante, el ex-juez Moro, que lo era de Seguridad y Justicia y que ahora parece acogerse al viejo dicho de Ortega: no es eso, no es eso. A estas bajas hay que sumar una especialmente sensible. Después de anunciar a bombo y platillo que la primera dama había encontrado en la calle un perro (un golden retriver precioso) y que la feliz pareja había decidido adoptarlo, apareció el dueño del perro y Augusto Bolsonaro (así había sido rebautizado) abandonó también el palacio presidencial.

    Quien no ha dimitido ni ha sido dimitida es la ministra de la mujer, familia y los derechos humanos, si, la misma que declaró el primer día de gobierno: a partir de ahora se acabaron las bromas, los niños visten de azul y las niñas de rosa. Cada día me despierto con temblores y corro a leer los titulares hasta confirmar que sigue en su puesto. Es una permanente fuente de risas y chascarrillos y en estos difíciles tiempos no andamos sobrados de ninguna de las dos cosas.

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