Italia: Wunder Lodovico

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Por José Joaquín Beeme

     Último artista de la tradición judeo-cristiana, inmune a las vanguardias que cronológicamente atravesó, Lodovico Pogliaghi fue moderno a su pesar.


Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

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   Casi un siglo consagrado a la estatuaria y la pintura religiosas, se refugia en su casa-templo del Sacro Monte varesino los últimos 50 años de su vida y es allí, taller monumental capaz de contener entero el pórtico de la seo milanesa, donde por paradójica reacción se cuela el antiacademicismo. Triunfa, allí, el non finito, el collage multiestilo, la poética del monstruo bomarziano. Muros incrustados de piezas arqueológicas, frisos dibujados a carboncillo y yeso, bóvedas con ensayos de filigrana, alabastro de luces arabescadas, columnas y emperadores desmayados por las terrazas del jardín. Ornamentación, apenas insinuada, por doquier. Entre sarcófagos egipcios, jarrones Ming, decapitados y recapitados dioses romanos, artesonados persas, madonas en su ornacina y ángeles prerrafaelitas culebrea secreto, indómito, como un culto al fragmento, al garabato in progress, al anacoluto expresivo. Pogliaghi se entregaba con entusiasmo al pastiche voluntario («pour pouvoir après cela redevenir original, ne pas faire toute sa vie du pastiche involontaire», decía Proust mientras se sacudía la intoxicación flaubertiana), enardeciendo su casa alta y mística de todos los caprichos del gusto, de todas las desviaciones canónicas. Muerto sin descendencia, dejó su caja de maravillas o colección de votos a los curas, y es la Veneranda Biblioteca Ambrosiana, que trasladó a Milán estanterías completas de incunables y miniados, la que conserva la memoria de este loco de la montaña, ejemplo máximo de testamento traicionado por la fina zapa del inconsciente.

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