Italia: Batallitas de Pavía

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Por José Joaquín Beeme

A Enzo y Marinella les malpare una coneja cabeza de león, la granja se les llena de sapos meones y, a la que achicharran a millones de mosquitos que infestan los arrozales padanos, confiesan al peregrino que los cartujos, sus vecinos, ya no son lo que eran.

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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Mientras la ciudad universitaria, cuajada de terrazas y musicantes, se despendola alrededor del muñón de la torre Tibaldi, cuya estrepitosa caída puso en aviso a los de Pisa, los seculares cenobitas, ahora un puñado de cistercienses de los más variados rincones del planeta, mantienen el monumento guiando a las tropas turisteas por entre las tumbas de Gian Galeazzo Visconti y Ludovico el Moro, los claustros floreales y las casitas de lujo, más que celdas, de sus silenciosos predecesores. Incendios y robos no han faltado en este gracioso covento(Gratiarum Carthusia), sucesivos apuntalamientos y mejoras de la imponente fábrica, vaciado de obras y cubrición con sacos terreros a reparo de las guerras y hasta acusaciones a sus inquilinos (entonces carmelitas) de ocultación del cadáver robado de Mussolini, a quien el prior había encomendado en sus oraciones con «muy grato deber». El laboratorio de restauración de libros del padre Sisto, famoso en el mundo bibliófilo, ya no existe, y en su lugar la botega sirve licor de yerbas, mieles y jabones benditos. Un fraile a la pastora, etíope de labia e índice apuntado —la abadía de Casamari, en la lacial Frosinone, funda el monacato en Etiopía—, suelta con gracejo el historial memorizado desde diversos púlpitos distribuidos entre catafalcos, coro y refectorio, compendia costumbres y anécdotas de la casa y, al final, alarga la mano donde va juntando un macillo de billetes. Tampoco es que la extensión Apple de Aula Dei, atendida por el abad Ferrari, me transmitiera nunca una fuerte dimensión monástica. Cartujanos, lo que se dice cartujanos, habría que buscarlos sólo en las montañas del Delfinado, aquellas soledades donde Gröning se retiró para devanar su clamoroso silencio.

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