El muro de Adriano / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com.es/

      En el siglo II, el emperador romano Adriano mandó construir un muro de 117 km para separar Britania de los bárbaros y delimitar el confín de su imperio.

   Lo hizo pensando, más que como estrategia defensiva, (que también), en establecer una frontera que permitiera intercambios entre las tribus bárbaras del norte y la provincia romana. No de otra manera podría entenderse un muro, que además de ser fácilmente superable, contaba con un paso o puerta cada kilómetro y medio. Independientemente de las motivaciones de Adriano, el hecho irrefutable en la Historia de Roma fue que, por primera vez, el imperio se impuso límites.

   Ha llovido mucho desde entonces; los tiempos han cambiado, todo ha cambiado, pero la tentación por levantar muros sigue intacta. Construir muros físicos es un afán de los países ricos para no compartir su riqueza con los demás. Si no fuera por el coste, que EE.UU e Israel se pueden permitir, más de un país se hubiera puesto a la tarea, dando como resultado un mundo limitado por tantas murallas que sería inaguantable. Precisamente en el momento que parecía que las fronteras perdían su concepto por aquello de la sacrosanta globalización y todavía fresca en la memoria la caída de aquel ignominioso muro de Berlín.

   Lo terrible de los otros muros, esos que levanta la xenofobia, la supremacía étnica, la insolidaridad, el totalitarismo que se disfraza de populismo y los nacionalismos excluyentes, es que infectan la sociedad como una peste. En España, sin ir más lejos, siempre hemos sido mucho de tapias, es más, el que no levanta una es porque no puede. Por eso no debería extrañar que haya gente que quiera volver al mundo de las tapias, con todo el tipo de connotaciones que conllevan. Obedecen a supuestos intoxicados que han asumido como dogma y todo lo demás simplemente ni existe ni importa, salvo la tapia, bien alta. Nada que hacer con ellos; están perdidos para la causa irremediablemente y no debe extrañarnos.

   En todo esto del “Process” hay un antes y un después. Desde las estrategias políticas que jugaron con ventaja en el campo del share, presentando una visión prefabricada de una nación oprimida y desvalida ante un Estado represor y “franquista”, sumando con el contrapunto de una imagen moderada y moderna de sus dirigentes, victimas de la postura intransigente y matona del gobierno central, se ha llegado a la acción directa. Políticamente, en la desobediencia y el reto a la ley. Socialmente, en la guerrilla urbana y en el acoso a los que no son de los suyos. Esta etapa, que se va radicalizando día a día, lleva implícita el riesgo de llegar a las manos por playas y montañas.  Es claramente una estrategia de provocación que exige tomar varias tilas ante los chantajes. Los independentistas tienen un plan estratégico desde hace mucho tiempo que cumplen a rajatabla ¬ No en vano son expertos en los negocios ¬, sin embargo, la respuesta que reciben viene en analógico, aunque ellos ya viajen por lo digital. Tienen todas las de ganar si el plano se sigue desarrollando en el ámbito puramente propagandístico. Propaganda que no duda en insistir en estos días sobre la catalanidad del Aneto o el Vallibierna. Manipulación que llena las playas de cruces en evocación a aquellas películas de la Normandía en guerra. Persecución, fanatismo, cinismo, expansionismo filo nazi.  ¿Qué más queda por ver?

   El tema no se presenta con fácil solución. Cruzado el Rubicón, todo es posible, incluso una balcanización real. Llegados a este punto, quizá no sería descabellado organizar una colecta a nivel nacional para construir un nuevo muro de Adriano. Un muro que nos separara de los bárbaros del este y que a la vez permitiera el intercambio económico, que es realmente lo único que importa. Un muro accesible pero definitorio, un bastión permeable que hiciera recordar a todos esos belicosos del otro lado que las fronteras tienen dos vertientes.

     Nuestra cultura mestiza guarda mucho del legado del Derecho Romano en el Código Civil Español, regulador de un modo de vida que se ha demostrado posible, y defensor de la convivencia ante códigos apócrifos que se inventan otra legalidad. Para tanto desvarío, caiga la ley con todas las consecuencias. Tolerancia cero ante la escalada, pero ¿arreglaría algo?  Puesto que las preguntas del millón: ¬ ¿Qué hacemos con la mayoría no independentista? ¿Los abandonamos a su suerte? ¬, retumban bajo tierra con erupción anunciada incluida, no queda otro remedio que poner una vela a la Moreneta, que es la única que parece tener hilo directo con esos señores. Lo del muro se manifiesta como descabellado, claro, porque al final   es muy complicado saber dónde se entrecruzan los hitos de la línea divisoria.

   No nos sorprendería que desde el otro lado ya tuvieran previstos brazaletes con el toro de Osborne para señalar a todos aquellos que con su trabajo han hecho a estos burgueses de comunión diaria cada vez más ricos. A estos putos españoles que descubrieron el jabón cuando llegaron a Catalunya, como ha venido a decir el ínclito meapilas de turno de cuyo nombre no quiero acordarme.

Artículos relacionados :