Introduce, abre el apetito voyeur, condensa el film en un par de minutos, pero la secuencia de títulos también es o puede ser una pieza de arte autónoma (el animador digital Albinson las colecciona y cataloga con criterio en su Art of the Title), y la de Spectre rezuma una sabiduría icónica que va más allá del espectáculo fallero del agente irrompible.
Pulpos lúbricos, que tejen su malla de tinta sobre cuerpos de mujer igualmente sinuosos y recuerdan aquellos ukiyo-e de las «violaciones tentaculares» (de Hokusai a Shigenobu o Kuniyoshi), pondrían en fibrilación extática a los surrealistas. Si echamos, a continuación, una sesión de calacas por las calles del Distrito Federal, donde la Catrina del cuate Posada se desmelena con pulsión de muerte, ya tenemos el cuadro sombrío, sobrecogedor, del arte más rabioso y revulsivo. Contemporáneo: Spectra, en intención de Fleming, no era otra cosa que una agencia especializada en terrorismo indiscriminado, vendette de familia y extorsiones globales. La conexión 00, que es tanto un final como un inicio.