Pablo Serrano y el escudo de Aragón / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón

      Al turolense Pablo Serrano se debe en buena medida que eEspaña proteja el derecho moral e intelectual  de un artista sobre su obra. En 1962, poco antes de iniciar su gran relieve exterior en el Pilar, hizo una pieza de gran tamaño y peso, soldada a la estructura interior del Hotel Tres Carabelas, en Torremolinos.

    Se llamaba “Viaje a la Luna en el fondo del mar”. Al dueño de la cadena Meliá no le gustó y la pieza desapareció de un día para otro.

 Derrotas triunfales de Serrano

    Las demandas de Serrano duraron hasta después de su muerte  en 1985 –las prosiguió su viuda, Juana Francés, que llegó al Tribunal Constitucional en 1987- y las perdió todas, incluso ayudado por García de Enterría, uno de los mejores juristas españoles del último siglo.

   “Quisiera servir de bandera de unos derechos morales  que en todo el mundo están reconocidos”, repetía. “Un derecho sencillamente humano, sencillo de cumplir… Si es un cuadro de Goya, el padre de la criatura siempre será Goya. En España cualquiera que compre una obra podrá destruirla sin que pase nada”. Así decía.

    Pero la lucha no fue en balde. Los tribunales  desestimaron sus demandas  por no haber amparo legal, pero, al poco –en noviembre de 1987-, se aprobó la ley de Propiedad Intelectual que reconocía el derecho defendido por el artista de Crivillén. Quienes vivimos aquello, animando a Pablo, no olvidaremos nunca su bravura y vehemencia en la justa pelea.

La obra para las Cortes

    Si ya está claro que el dueño de una obra relevante de arte no tiene derecho a dañarla de forma intencionada, su autor tampoco puede protegerla  de forma tal que ocasione males mayores  que el que se trata de evitar. Por eso, cuando ambos derechos se oponen, la solución aconsejable es el pacto. Los sucesores legales de Pablo Serrano han visitado varias veces las Cortes, abogado en ristre, al saber que las Cortes quieren reponer el escudo de Aragón en la presidencia del hemiciclo y situar en otra parte la pieza de Pablo Serrano que lo desplazó. Pero el caso de la Aljafería no es el de Torremolinos, pues la obra en cuestión no nació condicionada a un emplazamiento. Por descontado, el que se propone en las Cortes es decoroso, destacado y visible por más personas que antes.

    Sería intolerable que el parlamento aragonés no pudiera decidir sobre el ornato de sus paredes, ni siquiera en la más importante de todas, la presidencial del hemiciclo. El absurdo aún es mayor si se repara en que la reforma solo busca reponer el escudo de Aragón donde estuvo hasta 2005.

   De lo que han venido informando unos y otros se desprende que en el contrato que Pablo Serrano suscribió con las Cortes de Aragón no hay ninguna cláusula que obligue a la institución a no poder elegir dónde exhibe la pieza. Porque nadie quiere ocultarla, desdeñarla ni disimularla, y eso que tampoco es de lo más notable no original que concibió en su fecunda vida el escultor turolense. El parlamento, por lo demás, exhibió con mimo otras obras suyas, como las famosas  “unidades yunta”, por largo tiempo acomodadas en el patio de San Martín.

Un cambio innecesario

    Si ahora se acomete la devolución del Escudo de Aragón al lugar principal del edificio parlamentario, una de sus ventajas será que el asunto, ya debatido en demasía, quedará resuelto para los parlamentarios de la próxima legislatura. Será un alivio.

    La presidencia actual les habrá librado así de una monserga, al restituir una normalidad tan simple y funcional como la que existió hasta 2005, cuando las Cortes de Aragón no postergaban el símbolo más característico del antiguo reino y, a la vez, de la actual comunidad autónoma. Más propio, incluso, que las cuatro barras de la bandera, porque estas eran en origen un emblema personal del rey de Aragón, mientras que el escudo expresaba la existencia del reino y de sus instituciones.

   El PSOE quizá oponga resistencia formal, pues uno de los suyos ideó la relegación del escudo, por prurito de innovar. No debería,  porque innovar es bueno, si no daña lo que debe preservarse. Aragón  no debe `perder oportunidades de manifestar, de forma reposada y constante, su existencia más que milenaria como comunidad histórica. Para ello es difícil encontrar algo mejor que su escudo, a la vez histórico –en su forma actual tiene más de medio milenio- y contemporáneo, como restaurado por las leyes actuales.

    La relegación del escudo fue un gesto innecesario y nocivo. Tiene, por suerte, buen remedio: el emblema de Serrano hallará un nuevo y vistoso acomodo, el escudo volvería a su lugar natural y todo podría hacerse por un coste razonable, pues no se adquirirían elementos nuevos. Conociéndolo, cuesta imaginar que Pablo Serrano hubiera objetado a su reposición, con una solución así. Se está tardando mucho en restaurar la lógica institucional.

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