El patrullero de la filmo: Aragón de ojos azules oscuros, casi negros


Por Don Quiterio

  Más de trescientos actos en más de veinte localidades aragonesas se han desarrollado en la séptima edición del festival Aragón Negro,…

…una cita coordinada por el periodista y escritor Juan Bolea que en este recién estrenado 2020 ha tenido lugar en la segunda quincena de enero. El festival, que ha tenido como ejes temáticos el espionaje y el espiritismo, ha redoblado su apuesta por lo multidisciplinar, traspasando de nuevo la literatura. Atención a escritores, mejores o peores, como Gustavo Martín Garzo, Lorenzo Silva, Manu Marlasca, Mabel Lozano, María Dueñas, Lou Berney, Isabel Abenia, Esteban Navarro, Teresa Viejo, José Manuel González o el propio Bolea.

  Más allá de presentaciones de libros, en efecto, se programaron espectáculos teatrales, conferencias, coloquios, exposiciones, talleres, proyección de películas o propuestas gastronómicas, todo ello relacionado con el género. Así, la filmoteca de Zaragoza que dirige Toña Estévez ha ofrecido un pequeño ciclo sobre el llamado “cine polar” francés, compuesto por ‘Las diabólicas’ (Henri-Georges Clouzot, 1954), ‘A pleno sol’ (René Clément, 1959) y ‘Al final de la escapada’ (Jean-Luc Godard, 1959), esa corriente preñada de policías, espías, crímenes de compleja resolución, intrigas políticas, espíritus y otros misterios.

  Basada en una novela escrita a cuatro manos por Pierre Boileau y Thomas Narcejar, Clouzot maneja en ‘Las diabólicas’ giros y sorpresas hasta el final de la trama, lo que le resta –acaso- un acabado más contundente. Estamos en una sombría escuela pública y un hombre asesinado aparece de nuevo tras su ‘muerte’, para consternación de sus asesinos. El cineasta galo dirige con una gris crueldad que combina esta enrevesada historia propia de Hitchcock en un entorno particularmente sórdido, a través de una expresiva fotografía de gran calidad y un estilo riguroso, sin desdeñar los efectos violentos, pese a la irregularidad del conjunto. A lo largo de su carrera, Clouzot ha utilizado los temas criminales o policiacos como vehículo para exponer sus ideas pesimistas y anarquistas sobre el mundo, con abundancia de elementos crueles o torturados y un gusto por la violencia que convierten en visiones alucinantes sus imágenes realistas.

  Por su parte, René Clément adapta en ‘A pleno sol’ la novela de Patricia Highsmith ‘El talento de Mr. Ripley’, en donde la diabólica mentalidad de un joven (y de por medio una elegante propietaria) lo lleva hasta el asesinato de su amigo. Sin ser uno de los grandes, porque le falta inspiración, Clément gusta del fatalismo romántico, característico del realismo negro francés de entreguerras, y dota a su cine de una sólida factura artesanal, ya sea en sus documentales, en sus dramas sicológicos, en sus relatos sociales, en sus policiacos o en sus frescos históricos.

  Visual y verbalmente hipnótico, ‘Al final de la escapada’ parte de los códigos de la serie negra con París como gran plató, el relato aparentemente banal de un gánster que ha matado a un policía y se debate entre el amor que siente por una periodista y la huida hacia otro país. Cámara en mano y con un jerárquico concepto del montaje, Godard filma a partir de un argumento de François Truffaut, inspirado en un hecho real. Y lo hace con cinismo y ternura en una curiosa historia de crimen y desamor que exalta el espíritu libertario y retrata lo efímero de la felicidad. Se trata del nacimiento de la ‘nouvelle vague’, pues Godard quiere hacer su ‘Casablanca’ pero acaba creando un código, que banaliza escenas importantes y jerarquiza otras intrascendentes.

  La principal originalidad de ‘Al final de la escapada’ reside en la concepción de los personajes, aprehendidos –a la manera de un documental- en una serie de direcciones contradictorias, donde se expresan de forma puramente instintiva, mediante unos diálogos hechos de frases sin terminar, superpuestas entre sí, de singular eficacia sicológica. La extrema desenvoltura de un estilo discontinuo, hecho de transiciones brutales, de secuencias inacabadas, da al filme un sabor tan dinámico como violento.

  También se ha programado en la filmoteca ‘Ojos negros’ (2019), un primer largometraje dirigido al alimón por la zaragozana Marta Lallana y la catalana Ivet Castelo, con la colaboración en la escritura de Sandra García e Iván Alarcón. Un dulce y sugerente relato sobre el desconcierto y las inquietudes de una niña de trece años cuando, durante un verano en el pueblo de su abuelo, deja de ser una cría y se convierte en adolescente. El carácter distante de su tía y la enfermedad de su abuela (Inés Paricio, que debuta en el cine a sus noventa años, pero que lleva toda su vida amándolo al proyectar películas en Ojos Negros) crean un clima asfixiante en la casa. Lo que se cuenta tiene mucho que ver con las vivencias de las dos cineastas y sus familias.

  El título, como digo, responde al nombre de la localidad turolense de cuatrocientos habitantes que Marta Lallana visitaba de vez en cuando para ver a sus abuelos. Protagoniza la hermana menor de la realizadora, Julia Lallana. De lo que se trata es de describir emociones intrínsecas a partir de su mirada, de lo que escucha cuando su tía y su madre discuten, o de lo que parece sentir en los encuentros con su amiga (interpretada por Alba Alcaine), una chica extrovertida y espontánea. Y esa mirada, con la desorientación que a menudo transmite, crea una tensión especial en el espectador.

  Un muy atractivo filme, emotivo e íntimo, que capta la esencia de lo que implica hacerse mayor a través de un hermoso y complejo tejido de relaciones entre mujeres.

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