Medialdemócrata y nocionalista / José Bermejo

Por José Bermejo Latre
Profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza.

     Me confieso medialdemócrata porque creo que la democracia es un instrumento y no un fin en cuanto a la organización de lo colectivo se refiere, a cualquier escala, particularmente a la política.

    Deslumbrados por la democracia perdemos la visión de otros principios y valores que, o bien son anteriores y más importantes, o bien complementan y mejoran la democracia en cantidad y en calidad, potenciándola y enriqueciéndola.

     Estos otros principios y valores, por cierto encapsulados en la legalidad (sí, ese otro principio que desde tantos ambientes progresistas se considera como un freno o contrapeso para la sacrosanta democracia) son nada menos que la libertad, la paz, la igualdad, la justicia, la solidaridad, la seguridad, la racionalidad, la pluralidad… por este u otro orden de importancia no ya para nuestra convivencia, sino para nuestra supervivencia. Estos principios y valores pueden ser producto de la democracia, pero suelen serlo también de la inteligencia, de la ética, de la sensibilidad, de la tradición y hasta de la necesidad. Todos estos principios, o alguno o varios de ellos, son siempre preferibles a la democracia considerada como fenómeno aislado e inconexo. La democracia no asegura por sí sola el logro de una buena resultante de la combinación de los principios, acaso solo de alguno de sus elementos (por ejemplo, la solidaridad o la pluralidad). Colocado ante el dilema entre democracia y legalidad, prefiero siempre legalidad.

     La democracia es un activo cuyo significado no es otro sino el modo altamente representativo en que se ejercen las funciones organizativas y regulatorias colectivas en una sociedad plural y compleja. Pero la legalidad es una suma de todos los activos de esa sociedad, es el pack premium.  La democracia se identifica únicamente con la voluntad colectiva, lo que la convierte en un valor más inseguro que la legalidad al estar constituida por un único elemento. La legalidad, crisol que da cabida a distintos materiales de la misma o mayor calidad que la democracia, es un valor más seguro al permitir diferentes equilibrios y proporciones entre los materiales disponibles (los aparentemente antagónicos libertad o seguridad, justicia o solidaridad, igualdad o pluralidad…). Contra lo que señalan las apariencias, de la expresión “Estado social y democrático de Derecho”, el elemento “de Derecho” es el que aporta más calidad y modernidad al Estado, es decir, a la organización política más vistosa y potente que existe. 

    Me confieso nocionalista porque creo que el nacionalismo es una superchería pasada de moda, un residuo romántico que no debería trascender a la arena política, sino quedarse en la gastronómica, folklórica o cultural (incluida la deportiva). El nacionalismo es hoy contrario a la inteligencia. Digo hoy por el lapso que viene durando desde 1882, cuando Ernest Renan definió el concepto de nación como un sentimiento colectivo, “un principio espiritual (formado por) dos cosas (…) una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa.. (…)”. La idea me parece fecunda, muy decimonónica, porque revela los dos fundamentos de un concepto desconectado de la racionalidad: la tradición –fácil de recrear, mejor dicho, difícil de reconocer sin adulteraciones- y la voluntad –que debería ser el resultado, y no la premisa, de cualquier proceso intelectual-. Discurrir en política sobre la base del concepto nación equivale en religión a rezar ante un becerro de oro o a deidades nórdicas. Nuestras sociedades son demasiado complejas y los retos que afrontan son tan complicados que no nos podemos permitir el lujo de divagar. La Humanidad ha arrinconado sus problemas hasta llevarlos al margen de lo irresoluble al mover las fronteras de lo viable a base de éxitos científicos y técnicos y ampliar los espacios de lo posible. Enfrentarse a lo que queda más allá de los márgenes exige esfuerzos mayores que no podemos realizar desprovistos de y confiados solo en una lectura apresurada y simplista de nuestro lugar en el mundo. Las nociones, el conocimiento es lo que debe guiar los quehaceres colectivos. El sentimentalismo y el lirismo enriquecen el arte pero vician la política.

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