Dispersa / María Dubón


Por María Dubón

    Desde bien pequeña he sentido curiosidad e interés por todo, y me ha constado muchísimo esfuerzo centrarme en una sola cosa. Mi mente es dispersa.

         Ya en la guardería me castigaban con frecuencia por no seguir al pie de la letra las indicaciones de la maestra: yo pintaba con los colores que me gustaban, fueran los indicados o no, y podía desarrollar más de una actividad a un tiempo: escuchar un cuento, charlar con mis compañeras y dibujar. Esta hiperactividad me hizo ganarme el apodo de la cucharilla, porque, según la profe, yo solo servía para revolver, para subvertir el orden de la clase. Por suerte, en aquellos tiempos no existía aún el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), y por eso no me atiborraron a anfetas para calmar mis inquietudes. Por desgracia, nadie pensó que pudiera tener una inteligencia diferente, más rápida y creativa que la de mis compañeros.

     Me costó decidir mis estudios. Todo me resultaba atractivo: las ciencias, las letras, el arte, la filosofía… Quizás por eso dejé la carrera a medio terminar y seguí aprendiendo por mi cuenta. Pasé buena parte de mi vida soportando la presión de mis padres, de mis profesores. Me vaticinaban un futuro muy negro si no elegía una profesión normal. Me pasaba horas inventando historias y también disfrutaba mucho leyendo, devoraba los libros de dos en dos o de tres en tres. Me aconsejaban que me decantase por algo, pero yo seguía mi instinto y me embarcaba en cualquier proyecto que me resultase atractivo y en el que poder desarrollar mi creatividad, poner mi sello distintivo, hacer las cosas a mi manera.

    Sigo en mi línea, cuando toco techo en algún tema, paso al siguiente. La cuestión es seguir aprendiendo. La presión social para que sea como todo el mundo, no ha logrado derrotar mis inquietudes. Lo he intentado, pero resultó contraproducente. El empleo fijo, rutinario y monótono casi me mata. Mi pensamiento no es lineal, es arborescente. En mi cerebro, una idea no enlaza con la siguiente, sino con otras muchas, se ramifica y aumenta exponencialmente los resultados. Acumulo experiencias y aprendizajes tan diferentes que no me cuesta innovar, llegar a conclusiones creativas que a otros ni se les ocurren. Combinar saberes es tan estimulante que llega a hacerse adictivo.

    En la escuela deberían alentar y no poner freno al aprendizaje. ¿Quién dice que el arte, la jardinería y la cocina no combinan? Dejemos que las mentes despiertas investiguen, creen y disfruten probándolo todo. ¿Por qué hay que centrarse solo en algo cuando ante nosotros hay un universo entero por explorar?

Si el tiempo es oro, ¿por qué lo malgastas?

    El tiempo es oro. Tempus fugitQuien deja pasar el tiempo sin más es un insensato, Goethe. Y tú, ¿por qué dices que amas tu vida si estás malgastando el tiempo?, Benjamin Franklin… Miles de frases recogen el rápido paso del tiempo, el drama de la mortalidad, el valor de cada minuto. Pero, ¿qué valor tiene el tiempo? ¿Se puede cuantificar? ¿Qué cuesta una hora?

    Cuando ya no hay remedio, con el fin de nuestro tiempo cercano, solemos lamentar cada segundo malgastado. Supongo que muchos lamentaremos la vida que hemos perdido leyendo el correo electrónico o las mil chorradas que aparecen en las redes sociales. Se ha calculado que de cada cinco días, pasamos uno, de media, ocupados en redactar o leer mensajes. Y según los datos de la Encuesta de Estructura Salarial del INE (correspondiente a 2017), es posible determinar el coste de esta y otras muchas actividades en las que malgastamos el tiempo.

   Cuantificando la  ganancia media anual de un trabajador: en 23.646,50 euros y dividiendo esta cantidad por las horas anuales trabajadas, a 40 horas semanales, perdemos atendiendo el correo el equivalente a 5.570 euros al año.

    Tomando de nuevo la cifra de 23.646,50 euros, y trasladada ahora a un ámbito fuera del laboral, las 8.760 horas de un año nos dan la cifra de unos 2,69 euros, que sería el precio de una hora de nuestra vida. Tiempo de vida que podríamos invertir en actividades gratificantes como: relacionarnos con los demás de una forma real y no virtual, leer, aprender, pasear… Pero desde que las nuevas tecnologías han llegado, de media, malgastamos 2 horas y 16 minutos al día; 32,85 días al año; 4,5 años a lo largo de toda una vida, mirando tonterías en las redes sociales. 

    Visto así, en cifras, quizás las cantidades nos hagan replantearnos por qué tiramos el tiempo viendo vídeos de gatitos, cuando tantas otras mejores alternativas tenemos a nuestro alcance. Pero cada uno es dueño de su tiempo y libre para invertirlo como mejor le parezca.

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