Bestiario particular de Greta Thunberg y otras “hierbas”: tontos y negacionistas (I y II) / Miguel Clavero

Por Miguel Clavero

PARTE I

   La envidia me corroe.  Lo reconozco.  Que la pequeña Greta Thunberg emprenda la formidable aventura de cruzar el océano Atlántico con la fuerza del viento impulsando las velas de su barquito, es algo que me fascina.

     No habría tenido ningún reparo si a mí me hubieran propuesto tan magnifico viaje; haberme embarcado con ella y recorrer los 6000 kilómetros que separan las costas de Virginia (EEUU) hasta  Portugal.

      No niego que en algún momento de euforia aventurera, subido al mascarón de proa de mi embarcación, iba a creerme la “reina” de los mares, mientras el viento estuviera acariciándome el subido ego de mis ambiciones, pero anda que no iba a “molar.”   Iba a disfrutar como un gorrino en su lodazal. 

     Yo, que durante mi etapa escolar —cursábamos la EGB en aquellos años principios de los  ochenta—  dejaba volar mi imaginación en las soporíferas  clases de matemáticas  y dibujaba  barquitos de todo tipo, especializándome en el género:   galeones antiguos, drakkars vikingos, veleros pequeños, buques de guerra…; soñaba con embarcarme en uno y viajar por el mundo y dar así rienda suelta a mis ansias de libertad y aventura. 

   Pero, ironías del destino, soy de Zaragoza y aquí no hay mar. 

    No solo eso.  Además cuando yo tenía la edad de la pequeña Greta Thunberg vivía en un barrio obrero de aquella España resentida y casposa que recién estrenaba una frágil democracia, tras cuarenta años de brutal  dictadura fascista, sometimiento ideológico de las masas y conformismo orquestado por curas y militares.

    Anda que si fuera con el cuento de qué me iba de viaje con la sueca, de mi madre algún alpargatazo hubiera recibido para que se me quitarán definitivamente las ganas de viajar en barquitos.   Con la cara roja  de ira hubiese gritado: «tira pa’ casa desustanciau» o el ya clásico: “me vais a matar a disgustos» Era la manera que había en aquel entonces de reconducir comportamiento no adecuados  en los niños de la época.

    O sea, que mientras los de mi  generación —durante aquellos convulsos años—  nos quedábamos tan ricamente en casa viendo las aventuras de Viki el Vikingo,  aquí nuestra nórdica amiga en cuestión, se embarcaba  junto a sus acompañantes  en un  catamarán y desde ahí acudía   presta a la Cumbre del Clima de Madrid, que se celebraba este pasado mes de diciembre.  Llevaba consigo un mensaje claro y contundente para toda la humanidad, políticos incluidos: «el cambio climático se está acelerando y en una dirección muy peligrosa.   Debemos cambiar si queremos frenar las emisiones que amenazan el planeta».

Negacionistas

     Hay que ver el rechazo que la “zagala” a generado en una parte de la opinión pública, políticos y medios de comunicación.   Ha sido abrumador.  La “criatura” a sido objeto de los más viles insultos generando una polémica tan nutrida como innecesaria.

    Cabe preguntarse:

   Por qué ha molestado tanto?; su edad?; ser mujer?; con  síndrome Asperger?; todo ello sumándolo a su incómodo mensaje?

    Desde un punto de vista sociológico analiza la cuestión, — desde diversos estudios al respecto—  resaltando cierta relación entre  negacionismo y misoginia, Martin Hultman, de la Universidad Chalmers (Suecia) al afirmar: «cuando una mujer presenta resultados que implican que estos individuos, negocios, ideologías, y estructuras necesitan cambiar, no es de extrañar que se intente “matar al mensajero”».

    Según este autor, el perfil tipo de ese rechazo correspondería a hombre y conservador,  que encima tiene que “soportar”  una “pesada” niña que da  lecciones de cómo tiene que vivir a partir de ahora, un señor de cuarenta años de la parte occidental y rica del planeta.

Tontos

   A esto hay que añadir los “voceros” de turno,  sosteniendo postulados ideológicos de línea conservadora, para negar una  evidencia, que la comunidad científica mundial sostiene en amplísimo consenso.

   Postureos e ideología a la carta con que se embadurna la realidad para preservar los grandes intereses económicos de empresas y grupos de poder.

   Lo de siempre: hacer lo que me dé la gana con la connivencia de todo “tonto” que se precie  para el perjuicio  del planeta y de la humanidad entera. 

   Aunque los argumentos de los negacionistas siempre fueron débiles, ahora las evidencias ponen al descubierto sus  intereses poniendo en ridículo sus tesis: «qué le pasó al calentamiento global?» tuiteo Donald Trump el 22 de noviembre de 2018.  Según su razonamiento, que en noviembre hiciese mucho frio en la parte norte de su país  avalaba su decisión por haber retirado a su país del Acuerdo de París sobre el clima de 2015 vinculante y suscrito por 195 países.

   Bolsonaro, el conservador y ultracatólico nuevo presidente de Brasil, respondiendo a los  intereses de la industria maderera, desde su negacionismo con tintes religiosos, pone en serio peligro la Amazonía,  pulmón verde del planeta.

   En España el ultraderechista partido Vox en uno de sus documentos ideológicos se refiere a la “teoría del cambio climático” como: «una tomadura de pelo».  Y añaden: «es muy arrogante creer que el hombre es el responsable de los cambios en el clima».  En la misma línea, el “vocero” de turno, portavoz parlamentario de Vox, Iván Espinosa de los Monteros;  —de nuestro tradicional facherío  patrio—  asegura: «no está demostrado que sea el hombre el responsable del cambio climático». 

   Y es que el “negacionismo” al final no es otra cosa que una amalgama que une a extremistas, religiosos,  ultraliberales, cargos políticos, científicos solitarios y grandes empresas para defender determinados intereses económicos al respecto. 

   Y para finalizar incorporo a este muestrario de tontos y otras bestias al que lo es en grado sumo, al más tonto de todos, nuestro tonto; un tonto conocido en la radio  por sus habituales “tontadas”.  Nos estamos refiriendo, como no, a Federico Jiménez Losantos.  Que desde su púlpito de fabricar tontadas —las dice en su programa de las siete de la mañana en la cadena radiofónica esRadio— insulta a Greta, y a todo el mundo que le da la gana, sin tener más criterio que convertir en farándula cirquense toda noticia que no contenga ingredientes habituales de la ultraderecha más rancia y casposa, que únicamente defiende. Y ahí lo tienen, le da igual que la ciencia se pronuncie; le da igual que haya objetividad e indicadores de veracidad.  Este va a su “bola.” Contaminando la realidad para que el españolito medio, al final no seentere de nada.

     Diciendo cosas tales como: «a está “pirada” la van a traer a morir» y «un catamarán no puede pasar olas de siete metros»; o el comentario estrella, refiriéndose a la Cumbre de Madrid: «han subido los puticlub de manera brutal», este individuo se está cubriendo de “gloria.” De gloria en el cielo de los tontos, claro.

   Uf!  Qué a gusto me he quedado.  Voy a tomarme una “pinta” de cerveza en algún bar del barrio de  la Magdalena y descansar de tanta tontería.

PARTE II

Bestiario particular de Greta Thunberg y otras “hierbas”: los hipócritas.

     Mis amigos Luis y su esposa Lola, tras la exitosa jornada  consumista perpetrada bajo  el llamado Black Friday en este pasado mes de diciembre y en vísperas de comenzar la Cumbre del Clima en Madrid, no tuvieron ningún complejo en coger a sus dos churumbeles, ya adolescentes ellos,  —de la edad de la famosa Greta Thunberg—  y  llevárselos  a Port Aventura para evidentemente, disfrutar de los cacharros y atracciones que ahí disponen y gozarla a tutiplén.

     Le dije a Luis: disfruta de esos paraísos artificiales mientras puedas que esto se acaba, y se me mosqueó un poco  diciéndome medio en serio medio en broma, que se me va la olla de tan “fanático” como eres; como esos “progres con los que te juntas y que ese capricho se lo había prometido a sus hijos…

     Igual tienen razón mis amigos y  me paso tres pueblos. No sé.  No obstante, y por alguna extraña razón —que igual no viene a cuento— me recuerda todo ésto a la escena de la famosa película donde la  orquesta del  “Titanic,” que  brindaba su último concierto sobre la cubierta ya escorada y a punto de hundirse el en las gélidas aguas del mar, interpretaba sus últimas melodías a unos pasajeros desesperados por abandonar el barco y así salvarse; mientras,  los músicos  impasibles ante tan tremenda tragedia que se les echaba encima, seguían tocando sus instrumentos como si eso no fuera con ellos. 

    Angelicos míos!  Mis amigos disfrutaron de lo lindo, pero sin querer ver  o negando la evidencia de un cambio climático que ya lo podemos intuir, palpar a nuestro alrededor.  Que es obviedad consensuada por la comunidad científica y que ya está pasando factura ahora en nuestro planeta.  Ya lo  podemos ver nosotros mismos, en mayor o menor intensidad, en nuestros lugares habituales donde vivimos.

    Nuestro presidente gubernamental Pedro Sánchez, ya nos lo recordó en su discurso de apertura de la Cumbre del Clima recientemente celebrada en Madrid, siendo tan explícito  como mis amigos: “solo un puñado de fanáticos niegan tal evidencia.”

  Claro, cabe preguntarse qué pasa con la inmensa multitud que no forma parte de esa minoría a la que se refería  Sánchez.

    Y a este respecto, analiza la cuestión el escritor Juan Manuel de Prada en un artículo recientemente publicado este pasado mes de diciembre, en el suplemento semanal del Heraldo de Aragón.  Entre otras cosas decía lo siguiente:

    «Todos los medios de adoctrinamiento de masas  que insertaban hace unos días montañas de publicidad,  incitando a las masas cretinizadas a comprar sin tasa en esa celebración oligofrénica,  se ponían al día siguiente muy campanudos denunciando el calentamiento global.  Y las hordas de  compradores bulímicos que el día anterior llenaron los centros comerciales, para disputarse como cerdos que hociquean en la pocilga de las baratijas que  vendían a precio rebajado, hoy lloriquean farisaicamente, y se manifiestan contra el “negacionismo” del cambio climático y exigen el cumplimiento de no sé qué protocolos medioambientales y la disminución de los gases de efecto invernadero.  Aspavientos y postureos con los que distraer su mala conciencia»

    Sólo así se explica que el fin de semana previo a la Cumbre del Clima se celebrase con inmenso éxito el famoso Black Friday haciendo de éste un verdadero akelarre consumista.

     Las élites que “pastorean” este fenómeno social saben que la hipocresía social bien encauzada, es uno de los mejores métodos de control social y más eficaz. El sistema bendice está hipocresía proporcionándonos, a un tiempo, la posibilidad de entregarnos al consumismo más desaforado y disfrutar de los diferentes postureos  políticamente correctos que interesa promocionar: cambio climático, feminismo, salud, indigenismo, multiculturalidad, etcétera.  Las elites pues, en este sentido y en función de unos determinados intereses que les fortalezcan, necesitan hipócritas que proclamen —aunque sólo sea de boquilla— todos estos paradigmas políticos, culturales o de iniciativa social, que interesan a la globalización y a este  alineamiento programado.

   No será necesario como antaño, ni siquiera, un cuerpo represor que a golpe de porra moldee la conciencia colectiva que interesa promocionar. Es más, no faltarán vigilantes dentro de este “mogollón” de hipócritas que estigmaticen y denuncien toda  conducta que se desvíe del programa previsto.  Este es uno de los mejores métodos de control social como indicaba Herbert Marcuse en “El hombre unidimensional.”

    Así pues las élites necesitarán de esta hipocresía social: reforzar sociedades con tendencia al conformismo y reprimir automáticamente comportamientos desviados,  apartándolos,  —cual si de  apestados se tratara—  si fuera menester de la comunidad. 

   En fin, una última nota de Juan Manuel de Prada resumiéndolo todo: “para hablar con propiedad, habría que especificar que, junto al “puñado de fanáticos” que niegan el cambio climático, está la inmensa multitud de hipócritas que lo afirman, aunque sus obras lo desmienten.”

    Y en estas divagaciones mentales me hallaba yo con mis amigos Luis y Lola.  Porque como somos unos amigos muy sentidos había que despejar incógnitas y,  qué mejor para ello que sentados al abrigo de un bar trasegando unas cuantas cervezas que, aunque no ayudan al esclarecimiento mental a la hora de exponer los diferentes postureos, al menos es aliciente para mantener una agradable velada.  Y una excusa para darle al “palique.” Luego,  se nos añadieron nuevos amigos y continuamos “charrando,” amigáblemente con nuevos matices que enriquecieron el debate. 

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