Una ruta necesaria: Tazones, Lastres y Villaviciosa (Asturias 3)


Por Eugenio Mateo

Partiendo de Ribadesella por la carretera que bordea la costa hemos dejado atrás pueblos como Berbes, Gobiendes y Colunga. Son carreteras para practicar la paciencia y la observación,amén de la pericia con las curvas pero el paisaje domina cualquier sentimiento y al final acaba convirtiéndose en una fuerza invisible que  nos guía.

    Abrigada por el Cabo de Llastres, la villa de Lastres o Llastres en asturiano es Premio al Pueblo Ejemplar 2010 y Bien de Interés Cultural como Conjunto Histórico. Encaramadas sus casas sobre el acantilado acaba por bajarse al puerto para recibir a los barcos, otrora pescadores de bonitos, merluzas y ballenas que dieron lustre y riqueza a la villa que abasteció de escabeches el reino de Castilla. Nos hemos encaramado hasta la ermita de San Roque y desde su mirador hemos visto llegar la lluvia para enturbiar el horizonte.

    Volvemos a bajar y la ruta nos lleva hacia Villaviciosa, la capital de la sidra. La iglesia de Santa María de la Oliva es de 1270 y se mezclan el románico tardío y el gótico que emergía por entonces. Recorrer la Ria en bajamar es descubrir la arena en la que se esconden los moluscos, navajas, almejas y berberechos. El estuario natural recibe el aporte de aguas fluviales de pequeños ríos costeros pero domina la gran influencia marina aunque las dos corrientes lo convierte en un paraíso de la biodiversidad. En 1995 fue declarado Reserva Natural Parcial.

    Haber llegado al pequeño y famoso puerto de Tazones a la hora de comer no ha sido casualidad. Mas bien una premeditación. Teníamos curiosidad por saber si continuaba abierto el restaurante La Perla en el que hace unos años pudimos comer la mejor sopa de nécoras de nuestra vida. El mismo aspecto, los mismos manteles de cuadros, la misma sencillez, la misma comida pero con relevo generacional.

   La sopa de marisco sigue siendo la estrella aunque llamarla sopa es quedarse corto. Los franceses la llamarían boullabesa pero hay tanto naufrago en el caldo que unos simples granos de arroz lo convertirían en un exquisito arroz caldoso. Los propietarios la llaman sopa de marisco y  marisco lleva. Hubo un momento que ocurrió el viaje al pasado, en el mismo lugar y la misma situación aunque mucho ha ocurrido desde entonces. Acompañaron al fumet unas navajas a la plancha, unos chipirones y unas nécoras espectaculares. Puro sabor a mar. El pueblo sigue igual. Nada nuevo se ha construido. En el barrio de San Miguel, la iglesia; en el San Roque, el originario pueblo pescador con algunas cosas pintorescas como la estaca donde se clavan a secar los rapes o la casa cuya fachada es un mosaico de conchas. Cuando subimos la cuesta de regreso, los barcos todavía no han regresado con su carga. Mucho de lo que traigan será consumido mañana en las mesas de los restaurantes, reconocidos dentro y fuera.

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