Puzles de piedra y canto


Por José Joaquín Beeme

Alessandro Leone, cofrade en la común parroquia cinéfila, viene de la crítica y del guión.

     Para su propio cine elige el puzle, el mosaico, una suma de partículas visuales que restituyen la complejidad, aroma y textura, de la vida minuciosamente vivida.

    Si en Fuoriscena (codirigida con Massimo Donati en 2013, Cinta de Plata del sindicato de periodistas italianos) se introducía en los secretos de la Academia del Teatro alla Scala a lo largo de un curso, pautado por las sucesivas estaciones, en Historias de piedra se acercaba a la comunidad superviviente de Frascaro de Norcia, un año después del seísmo que destrozó esta parte de Apulia en 2016.

    No lejos del Instituto Cervantes en Milán, en el barrio Duomo, bulle el taller creativo de uno de los principales templos líricos del mundo. Alumnos de canto procedentes de Georgia, Brasil, Corea, silabean el italiano, dan el do de pecho en posturas inverosímiles o rezan por teléfono con la remota familia. Bailarines, niños aún o adolescentes, ensayan hasta la extenuación, hacen gimnasia y reciben fisioterapia en sus castigados tobillos, siguen sus clases normales de liceo (¡no falta el francés de la Grand Opéra!), repasan gestos, movimientos observando vídeos en sus tabletas. Hay momentos de puro cine, entre Degas y Aronofsky, entre Powell&Pressburger y un Picasso azul celeste. Peluqueros trabajando sobre pelucas de época. Figurinistas y sastres discutiendo colores de casacas y destilando tinturas. Decoradores levantando, pieza a pieza, un bosque fantástico. Atrecistas que muestran con orgullo, pronta y bien etiquetada, la memoria almacenada (relojes, máscaras, muebles, paraguas, quinqués, armas de guardarropía, máquinas de viento, chejovianas gaviotas) de tantos estrenos fulgurantes. Profesores severos como el barítono Bruson, que insta a llegar al corazón y no simplemente al oído de los espectadores, o enciclopédicos como Sartorelli, que entra en lo vivo de Puccini o de Alban Berg. Versátiles, compendiosos pianistas de acompañamiento. Sin olvidar al asilo Verdi, que hospeda a viejos cantantes sin recursos. Nada escapa al radar documentalista; ni siquiera los limpiadores nocturnos.

   Un viaje entre bambalinas, nada enfático y como en sordina, hasta florecer en la gran noche de Chaikovski o Donizetti del Piccolo Teatro, de la misma Scala, o a las puertas de la catedral. El todo mediante un empaste de materiales verdaderamente único. Brillante continuidad de audio, fluidez de tono entre el patchwork de gremios y artistas, frenética interacción de un enjambre humano que, la cámara es testigo, nunca ceja en su búsqueda de la belleza. Transmitiendo la cotidianeidad, el lado íntimo de esas jóvenes promesas, sus juegos, su cansancio, sus ambiciones, su gran camaradería, sus sueños de grandeza. Fuera de escena: la lírica por dentro.

   Estamos ahora en el área de la principal réplica del terremoto de Amatrice, el más reciente: 299 muertos el balance oficial. Un equipo de restauradores trata de estabilizar el iconostasio o reunir un cristo desmembrado; al paisaje, ya en paz, le han crecido barracones prefabricados con su catering y su lavandería colectiva; el monje Taddeusz corta su leña, repara la ermita; rebaños de cabras y ovejas se detienen, curiosas, ante una capilla derruida. Campanas, sillares, capiteles, fanales, candelabros, migajas de fresco, esculturas mutiladas. Paisanos rebuscan su pasado en pilas de escombros. Las montañas, indiferentes; el campo, de nuevo verdecido, espera. 

     Articulando un mínimo hilo narrativo en torno a la procesión de San Roque, la cámara hace seguimiento silencioso de un pueblo que se tienta las heridas, objetividad de cronista y sin embargo (ocasionales subrayados de violín) sutilmente poética, con negras cesuras que son sintaxis fílmica, entre pálpitos o acometidas de realidad, pero también metáfora del fragmento, baliza visual de un mundo en ruinas. A las asépticas fotos de referencia, útiles para una reconstrucción posible, agrega el discreto observador los archivos familiares donde la vida, la fiesta, el rito, acontecían como si nada ni nadie hubiera de alterar su curso.

    Yo auguro a Alessandro, que anda preparando su asalto internacional, una neta afirmación en campo documental, quién sabe si desbordando también en la ficción, porque su modo impresionista de sentir y de mirar quiere e inquiere nuestra frágil condición con las armas del viejo y desprestigiado humanismo.

Fundación del Garabato
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