Desde el diván: ‘Tres colores: azul’ de  Krzysztof Kieslowski


Por  José María Bardavío

   Tras la muerte de su esposo y de su hija, Julie intenta suicidarse. Después de su convalecencia intenta librarse de todas las ataduras de su pasado mudándose a un apartamento y deshaciéndose de todas sus anteriores pertenencias.

Tres Colores: Azul

Trois couleurs: Bleu

País:Francia

Año de producción:1992

Géneros: Drama, Clásicos

Dirección: Krzysztof Kieslowski

Reparto: Juliette Binoche, Benoît Regent, Florence Pernel, Charlotte Véry, Emmanuelle Riva, Helene Vincent

 

   Julie Vignon (Juliette Binoche) después del accidente en el que mueren su esposo y su hija, trata varias veces de quitarse la vida. La película está teñida de azul color que, en la intima individuación psicológica de la protagonista, representa el deseo de terminar con su vida, cromatismo que alcanza intensidad ilimitada en la piscina cubierta, donde suele ir nadar.

 

    La toma nocturna acentúa sobre manera el azul del agua que inunda esos planos en los que la grácil nadadora atraviesa una y otra vez la piscina.  Nada con resolución en el  intenso azul oscuro del ambiente. Puede parecer excesivo constatar el ambiente mortuorio de la arquitectura interior cuando reparamos en las cabinas de vestuario, la multitud de puertas, una al lado de la otra, sobrevolando la piscina que parecen (en el contexto psíquico de la nadadora), nichos perfectamente alineados, tumbas individuales, erigidas por el profundo deseo de muerte de Julie. Recuerdan la iteración de baldosas blancas que enclaustran con impiedad geométrica la exactitud de la muerte de Marion Crane en Psycho (Psicosis).

    Parece excesivo referirse a ello porque, para muchos, supongo, la simbología de la piscina como tumba del cementerio acuático, fuerza temerariamente la imaginación. Quizá. Pero el rastro adquiere mucha más importancia cuando entendemos que siendo la Binoche una excelente nadadora de crawl y de espalda, aprovechar su destreza enriquecería la vitalidad del nadar del personaje ante la contrapartida opuesta de la pulsión de muerte que le asalta poderosamente al menos en dos ocasiones.

    El sentido de la película no hubiera sufrido en absoluto filmando esas apariciones del deseo de muerte estando Julie en una bañera. El sentido no se hubiera alterado en absoluto. Kieslowski se decidió por la eficacia simbólica de esas singulares puertas, trasunto de nichos,  coronando la cubeta rectangular del agua, para trazar  el contraste que surge entre el buen nadar y el mal morir. Esa bella exhibición de natación exorciza el deseo  de morir. Como si el penetrar el agua borrara la pulsión. Como esos tiburones que solo viven si nadan porque si dejan de nadar mueren indefectiblemente. La energía que reclama el nadar así deja sin sentido, vence a un deseo de muerte que apenas puede acceder a la superficie desde el fondo de la piscina del inconsciente. Y sin embargo, dejarse hundir haciendo caso omiso de la tenebrosa sugerencia azul del agua, es una posibilidad tan efervescente como las chispeantes ondulaciones del agua quebrando el braceo rápido de la nadadora:

 

     En una ocasión, al darse impulso para salir de la piscina, se detiene convencida de que debería devolverse al agua para siempre. Y lo hace. Se deja caer  encogiendo el cuerpo y adoptando una postura fetal. Así se mantiene, inmóvil, mostrando el camino profundamente regresivo de su deseo hasta el final mismo de la secuencia.

 

    Y en la segunda ocasión, Julie emerge del agua como si el agua le empujara hacia arriba negándose a aceptar su muerte. La piscina funciona aquí como una bañera en expansión, como un volcán (ver aquí Constantine). Exactamente igual le sucedía a Kracklite en la genial The Belly of an Architect: Al hundir el cuerpo en la bañera para ahogarse  termina expulsándose irremisiblemente hacia arriba  impidiéndose morir.

El blog del autor:  http://bathtubsinfilms.blogspot.com/

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