Los sueños que enterró el comunismo: una nota sobre el documental ‘Nimble Fingers’


Por Daniel Arana

    Cuando el antropólogo napolitano Parsifal Reparato abandona el mundo corporativo para dedicarse al cine documental, uno de los primeros viajes emprendidos con ese objeto fue Vietnam, mítico bastión comunista…

…, que resiste tras la caída de la Unión Soviética.

   Era entonces 2011 y aquel viaje formaba parte esencial de un reportaje con el que el director Reparato buscaba saber más sobre las condiciones laborales de los jóvenes en las fábricas del país. Un día, en una de esas fábricas, se sorprendió al ver que casi todos los trabajadores de las fábricas eran mujeres. Interesado Reparato por esta particularidad, fue uno de los gerentes quien le respondió que «las mujeres tienen dedos ágiles y una mente lenta», y que por eso eran más fáciles de controlar que los hombres.

   La respuesta del gerente llevó a Parsifal a descubrir qué había detrás de este tipo de trabajadoras. Y así nació Nimble Fingers (2017), un espléndido documental que inauguró, el viernes 11 de mayo, la undécima edición del Ecozine Film Festival, organizado por la Asociación Ecozine y el Ayuntamiento de Zaragoza –ciudad que es, este año, sede central del festival– y cuyas jornadas abordan una importante diversidad de temáticas enfocadas en el medio ambiente, con el cine como vehículo artístico para el cambio y la transformación social.

   Pero vayamos más atrás, para tratar de discernir qué nos transmite el documentalista Reparato, puesto que ya sabemos que la historia de Vietnam está unida, de forma indisoluble, a la guerra: la reunificación del norte y del sur comienza justo con el final de la contienda, a partir de 1976, y con ella, la instauración de un régimen comunista que termina por efectuar una enorme reforma para abrirse, una década después, a la economía global, siempre bajo la férrea dictadura del centralista Partido Comunista de Vietnam.

   Nimble Fingers (2017), por su parte, se centra en la historia personal de Bay, una de las miles de jóvenes migrantes, procedentes de pueblos en las tierras altas del norte de Vietnam –en este caso, de Muong– y en él se filma su día a día durante un mes. La muchacha Bay, de veintidós años, marchó a Hanoi en aras de una vida mejor y sin poderse pagar unos estudios universitarios.

   Enseguida averiguamos que trabaja en una de las fábricas de la multinacional Canon y que vive, con otros trabajadores, en un depauperado suburbio de la ciudad. La vida de estos trabajadores se rige estrictamente por las reglas del gran parque industrial de Thang Long, por las que, aparentemente, todas las mujeres siguen un régimen de trabajo incansable y obediencia para mantenerse al ritmo de la producción industrial, con salarios muy bajos e incluso castigos si no llegan a los niveles exigidos.

   Debido a los delicados problemas que exploraba en su película, los propietarios de las fábricas no le permitieron filmar dentro de la fábrica. El documental, sin embargo, se basa, entre otras cosas, en la premisa de que esta decisión le permitiría mostrar algo que, visto el resultado no sólo era cierto sino que hacía el proceso aún más interesante.

   Así las cosas, Nimble Fingers no incluye comentarios y se basa, exclusivamente, en los testimonios de los trabajadores. Su cometido en la fábrica, empero, nos es mostrado brevemente utilizando el procedimiento de la animación. Apenas pueden ahorrar y, no sin dificultades, llegar a final de mes y la gran mayoría termina por aceptar que ese minúsculo titilar vital justifica la disciplina social y política que, posiblemente por inercia y ya no por creencia, todavía aceptan.

   Pensamos, de súbito, en Montesquieu: «En los Estados despóticos, la naturaleza del gobierno exige una obediencia extrema […] Los hombres son criaturas que obedecen a otra criatura que manda […] les corresponde, como a las bestias, el instinto, la obediencia y el castigo» (El Espíritu de las leyes, p. 114). La tiranía ejercida por el Partido Comunista no dista mucho de la situación china, donde la burocracia y la explotación conviven con una evidente pobreza mayoritaria y la cuantiosa riqueza, concentrada en manos de unos pocos funcionarios siniestros y de adocenados –enriquecidos, claro– empresarios capitalistas.

    Pero no es esto un síntoma de los nuevos tiempos ni una sintomática revisión del comunismo, sino la enfermedad misma, heredada de la Nueva Política Económica de Lenin, que efectuaba una variación bien sustanciosa sobre la teoría económica marxista en 1921, y a la que luego sustituirían los grotescos planes quinquenales del estalinismo.

   Son varias décadas las transcurridas entre aquel momento de la historia soviética y el Vietnam de la actualidad, es evidente, pero conforme la película revela las bases sobre las que se construye la cadena productiva, las condiciones en las que se encuentran los jóvenes trabajadores, el control estricto y las dificultades en el lugar de faena, viene a nuestro recuerdo la ambición del propio Lenin, que buscaba la inversión extranjera para financiar proyectos industriales con requisito tecnológico. Vietnam también es objeto, por tanto, de la modernización, de su transformación en una sociedad industrializada moderna, a partir de la remodelación de la estructura de clases que la rodeaba.

   Y es ahí, detrás de la aparente perfección del tedio socialista, donde Reparato nos acerca a los sueños y temores de la chica Bay, cuando regresa a su pueblo natal durante la festividad de Tet, la época más importante del año en Vietnam.

   Esos días, en los que ayuda en el campo y visita a su familia, representan la oportunidad de sacar conclusiones y tomar decisiones. Volver al campo es la ocasión para que Bay reflexione sobre su presente, en el que, además, encuentra la inmensa distancia que subyace entre su vida como trabajadora industrial y sus propios orígenes.

   Esta distancia, este desapego enorme, es el símbolo de una transformación más grande que se puede extrapolar no ya sólo a Bay, sino a toda su generación. Todos ellos viven el paso de la vida rural a la explotación industrial de la ciudad, y será esta nueva conciencia el detonante de que Bay busque un nuevo camino en el que cumplir sus sueños, dejando su trabajo en la fábrica. Una de las escenas finales ofrece un pequeño hilo de esperanza cuando Bay dice: «por fortuna, si cada mujer termina tan harta como yo, entonces la fábrica tendrá que cerrar».

   Nimble Fingers –su elección para inaugurar este magnífico festival no puede ser más acertada– desbarata mitos y revisa esos esplendores sobre la hierba tan falsamente asumidos y dados por sentado. La de la muchacha Bay es también la historia del comunismo. En concreto, de la metodología empleada en la inmensa mentira del marxismo internacional sobre la que fue construido el sistema comunista, y que tiene un engranaje perturbador, fondeado al lado de este documental y de la propia historia contemporánea.

   No por azar, dicha deriva convierte la ya de por sí insostenible doctrina económica y política de Marx en una suerte de capitalismo de estado, una dictadura que enarbola hoces y martillos, además de manidas peroraciones sobre la importancia del proletariado y sus conquistas, mientras empobrece a la clase trabajadora y mantiene a unos cuantos millonarios en el poder, a perpetuidad.

   Nimble Fingers (2017) es un espléndido poema fúnebre del siglo XXI que sirve, por un lado, para despejar incógnitas acerca del desastre comunista y, por el otro, para remover conciencias sobre el futuro y la imperdonable desarticulación de las libertades en pos de la economía neoliberal, con el agravante de un sistema totalitario, en este caso, de uno de los últimos bastiones comunistas del mundo.

   Tal vez no hemos batallado lo suficiente contra esta intrincada espesura en que ha devenido el mundo; tal vez lo que ha matado el ideal de un mundo mejor ha sido la política del terror y, como en Vietnam, la errada interpretación de la exhortación final del Manifiesto Comunista sea también usufructuaria de las agresiones a los derechos humanos que tienen lugar a diario en todo el planeta.

   Ojalá entonces que festivales como Ecozine y documentales tan insustituibles como el de Reparato, contribuyan a paliar la indiferencia hacia esa vida que hormiguea (fourmillante, a decir de Baudelaire) y pulula indiferente al resto de los caminantes, y terminemos por desechar, de una vez por todas, esos regímenes que insisten en estrenar sus tópicos y verdades a medias, mientras oprimen al depauperado ciudadano en esa rutinaria sesión continua que son los días y las horas de sus vidas.

   Es el momento –no mejor que cualquier otro y, sin embargo, necesario siempre– para decir basta a los totalitarismos y a la corrupción del sistema neoliberal, dos evidentes peligros para la democracia y la supervivencia del planeta.

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