Perrería de las buenas


Por Jose Joaquín Beeme

     Ladra la cartelera, aúlla casi, y entre la sórdida y premiada Dogman de Matteo Garrone, un ajuste de narcos en la desastrada costa casertana…

…que me ha robado la paz espectadora, y el enésimo show de mascotas humanoides, cuyas chuscas dentelladas he esquivado desde luego, brilla una joya de la animación a paso 1 que es Isla de los perros, japonesería de Wes Anderson que, llegado del hermano zorro, se abraza, con permiso de los gatos, a estos canes-clanes desterrados de una Megasaki en futuro más que imperfecto. Una composición del encuadre como de ukijo-e, una escenografía mixta de viejo imperio y detrito industrial, un eco del proto-western que inventaba Kurosawa, una percusión kumidaiko puntuando la progresión dramática, la artesanía misma de la escultura animada foto a foto y pelo a pelo, hasta una secuencia sushi y una Yoko Ono filtrada en un laboratorio ambientalista y contrapoder, todo concurre a una devoción por los orientes radicalmente extraños, aun si el resultado ha sido afeado con críticas de supuesta miopía occidental. Idea fabulística no obstante, como el atroz Maus de Spiegelman, que ayuda a representar algo tan abismal como la persecución y el confinamiento, la construcción del enemigo y la solución final. Para hablar, en términos muy contemporáneos, de regímenes aparentemente constitucionales pero pervertidos, al calor de una crisis multicapa, por el dominio de un partido único, peligrosa cuanto ambigua situación que los politólogos están empezando a sintetizar en democradura y que a nosotros nos recuerda aquella dictablanda de nuestros hígados.

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