Gran caracolada /José Joaquín Beeme


Por José Joaquín Beeme 
http://blunotes.blogspot.it/

    Lento pero seguro, el pegajoso molusco ataca de nuevo. Sus propiedades cachazudas o antiestrés le han hecho el símbolo de la Slow Food de Petrini, que se propone la reeducación por la comida, o del proyecto Inner City Snail del guerrillero urbano Slinkachu, cuyas macrofotografías reducen la escala agrandando la paradoja, y la misma arroba de nuestras amistades etéreas no es sino una espiral que, en italiano, llaman caracolillo.

     Lo habíamos topado en los lunáticos cargols de Miró, en los viscosos sexos enrollados de Dalí (cabalgados de ángel muletero), en los delirantes paisajes habitados de Hundertwasser, incluso en el Iron Snail de la DC Comics, superhéroe con joroba, y recientemente Sidney los ha visto, gigantes y efímeros, tomando sus puntos estratégicos (Snailovation, del Cracking Art Group). También el cine nos había dado su buena ración: la rosada nave de Doc Dolitte (otra incursión de Rex Harrison en el musical), la montañaza Teeny-Weeny de La historia interminable, los inquietos toboganeros nocturnos de La vida privada de los insectos(Minuscule, el proyecto de la hija de Moebius), la fiel y abrumada mascota de Bob Esponja o el estudiante de sustos que llega tarde en su primer día de universidad (Monsters 2). Turbo, de la Dreamworks, lo eleva a protagonista absoluto: de azote de tomateras a campeón de Indianápolis, increíble salto mortal del que sólo la animación puede salir airosa. Parábola de la superación y la conquista de uno mismo, con agudas notas de observación folclorista (las carreras de caracoles son herencia inglesa, y los hermanos de la enchilada son una prueba de la fuerza hispana incluso en los equipos de producción), es el lado bufo deRush, exaltación del loco Lauda, película con la que se disputa la taquilla, pero nosotros hemos preferido, sin dudarlo, esta simpática helicicultura que a su modo, modo surrealista, canta lo real maravilloso.

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