Los estrenos en los cines: Trueba y el desarrollismo

139Vivir1P
Por Don Quiterio

     No le falta razón a David Trueba (‘La buena vida’, ‘Obra maestra’, ‘Soldados de Salamina’,’Bienvenido a casa’, ‘Madrid, 1987’) cuando, con ocasión de su nuevo filme, ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, dice que, en realidad, “vivir es perder y mantener la cordura, y la capacidad de entusiasmo.

    A medida que vives, pierdes el esplendor, la salud, los seres queridos y, a veces, hasta la casa. Al final, en eso consiste, en sobrevivir a eso. Lo importante es saberlo y actuar en consecuencia, disfrutar de lo bueno”. Es la historia de un profesor de inglés que enseña las clases con las canciones de los Beatles y decide viajar a Almería para conocer a John Lennon, aprovechando que el músico se encuentra rodando la mordaz sátira bélica de Richard Lester ‘Cómo gané la guerra’. También aparecen, junto a este docente cuya vida personal es un desastre, una joven de veinte años embarazada y un adolescente que huye del autoritarismo paterno en plena España franquista..

    Una atractiva comedia dramática que llega a los cines zaragozanos tras haber cosechado la más sonora y larga ovación de toda la sección a concurso del festival de San Sebastián. Aunque no del jurado. Veamos por qué. Trueba aprovecha un contexto histórico concreto para desvelar líneas de continuidad entre el ayer y el hoy, unas carreteras secundarias a través de un humor blanco, generoso, acaso almibarado, ñoño, de cierta ingenuidad repetitiva, que más bien parece un episodio sofisticado de la serie ‘Cuéntame’ o cualquier ‘puente’ de Bardem cambiando los ismos (desarrollismo, landismo, camarismo), en un esfuerzo memorístico en ocasiones didáctivo, en ocasiones previsible. ¿Cómo hablar de gente empeñada en ser feliz en los años sesenta del pasado siglo sin que arrecien acusaciones de maquillar el franquismo? En esas estamos, en vivir felices con los ojos bien cerrados…

     Más cine español: ‘La herida’, de Fernando Franco, una dura historia, una pesadilla permanente, sin ninguna concesión, que recuerda al Rosales de ‘La soledad’ al hablarnos de una joven incapaz de comunicarse, que sufre un transtorno límite de la personalidad; ‘Zipi y Zape y el club de la canica’, de Óskar Santos, donde los mellizos más famosos del tebeo, creados por el catalán José Escobar, saltan a la gran pantalla con personajes de carne y hueso, ya llevados en 1982 por Enrique Guevara, en un espectáculo de flojas aventuras para toda la familia con elementos de acción y comedia; ‘Caníbal’, de Manuel Martín Cuenca, una certera reflexión sobre la soledad, sobre el amor, sobre la necesidad y la razón, en torno a un prestigioso sastre granadino que se dedicar a asesinar mujeres y alimentarse de ellas, con una atmósfera veraz de una ciudad de provincias en la línea del Chabrol de ‘El carnicero’, el Bardem de ‘Calle Mayor’ o el Picazo de ‘La tía Tula’; ‘Todas las mujeres’, de Mariano Barroso, una serie televisiva del propio autor reciclada ahora para la gran pantalla, que debe mucho al Jarmusch de ‘Flores rotas’ y es una brillante disección de la perspectiva femenina en toda su complejidad sobre la naturaleza cotradictoria de los hombres, aquí un veterinario enfrentado a las mujeres que han significado algo en su vida; ‘Grand piano’, de Eugenio Mira, que se atañe a un concierto, un único escenario y una pieza musical como ejercicio de suspense, con una cámara que parece tener el baile de san Vito y una interesante premisa mal desarrollada que recuerda en exceso a aquella última llamada de Joel Schumacher;

     Más cine de habla hispana: la chilena ‘Gloria’, de Sebastián Lelio, un trabajo de extrema intensidad emocional, una historia de desamores y de amor en la edad madura de la vida que elude toda tentación de sentimentalismo y se convierte en una tragicomedia de frágiles esperanzas y dolorosas verdades; la argentina ‘El médico alemán’, de Lucía Puenzo, una adaptación de su novela ‘Wakolda’, en torno a los días que un criminal de guerra pasó en la Patagonia, con demasiadas subtramas que ahogan un relato, por lo demás, tan extraño como atractivo;

     También se han estrenado varias coproducciones angloamericanas: ‘Gravity’, de Alfosno Cuarón, una inquietante y bella, opresiva y asfixiante película de lucha por la supervivencia en la inmensidad silenciosa, donde flotan dos astronautas a la deriva espacial, en medio de la nada, o del todo, a pesar de un guion con más agujeros negros que una región finita del espacio infinito; o ‘Capitán Phillips’, de Paul Greengrass, la historia real de un capitán de la marina mercante estadounidense, quien, al mando de su carguero, es retenido en 2007 por piratas somalíes, en una tensa, claustrofóbica y agitada aventura.

     Y la británica ‘Una cuestión de tiempo’, de Richard Curtis, una simpática y obvia comedia romántica y melodrama moralizante de viajes en el tiempo, el pretexto perfecto para hablar de segundas oportunidades. O la coproducción entre Dinamarca, Suecia, Francia, Tailandia, Inglaterra y Estados Unidos ‘Solo dios perdona’, de Nicolas Winding Refn, un thriller tan artificial como impactante sobre futitivos, boxeo y narcotraficantes. O las francesas ‘El postre de la alegría (Jérôme Enrico), una comedia sobre la tercera edad, el racismo y las drogas, en torno a una jubilada gruñona y ahogada por las deudas; ‘El viaje de Bettie (Emmanuelle Bercot), la escapada a lo inesperado de una sesentona abandona por su amante, un drama concebido a mayor gloria de Catherine Deneuve; y ‘La vida de Adéle’ (Abdellatif Kechiche), el nacimiento, auge y destrucción de una relación sentimental entre dos mujeres, en una separación amorosa llena de hondura y belleza, que recuerda, por su textura, al Zulawski de ‘Lo importante es amar’. O la animación japonesa ‘Doraemon y Nobita Holmes en el misterioso museo del futuro’, de Yukiyo Teramoto, unas aventuras que suceden en el siglo XXII al más detectivesco estilo ‘sherlockiano’.

     La ración de cine estadounidense tiene de todo, como en botica: ‘Runner, runner’ (Brad Furman), tópico thriller sobre la moral, la ética, el mundo del juego, con un engañoso final, muy trillado pero de apreciable impacto; ‘El quinto poder’ (Bill Condon), una suerte de biopic, basado en dos libros (uno de Daniel Berg y otro escrito a dos manos -¿o se dice cuatro?- por David Leigh y Luke Harding) sobre Julian Assange, el pretexto para discernir sobre la ética de la era digital, sin llegar a la altura de ‘La red social’ aunque tampoco es la mediocridad de ‘Jobs’; ‘Prisioneros’ (Denis Villeneuve), un thriller de atmósfera sombría, capaz de generar tensión, que no termina de agotar las posibilidades de su dramaturgia, al estar demasiado saturado de temas y giros, además de unos personajes demasiado sobreescritos; ‘El mayordomo’ (Lee Daniels), la historia real de un trabajador negro al servicio de la Casa blanca entre 1952 y 1986, una especie de ‘Forrest Gamp’ de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, pero mucho más blandengue –que ya es decir- y melifluo; ‘The bling ring’ (Sofia Coppola), un caso real sobre varias chicas y un chico de clase acomodada fascinados por la ropa de marca, que se dedican a robar en las casas de los famosos de Los Ángeles, una irónica mirada sobre el mundo de la celebridad, siempre objeto de incómodos vaivenes; o ‘Turbo’ (David Soren), un filme de animación que plagia sin reparos las películas de Pixar, en torno a un desvalido caracol que consigue el poder de la velocidad.

     Más cine estadounidense: ‘Don Jon’ (Joseph Gordon-Levitt), una visión entre cómica y amarga de la adicción al sexo por internet; ‘Pacto de silencio’ (Robert Redford), un thriller político bastante estático y lleno de verborrea sobre la verdad, la justicia y la corrupción, a través de un joven periodista que desvela la identidad de un antiguo radical antibelicista; ‘Thor, el mundo oscuro’ (Alan Taylor), segunda parte de la saga de aventuras fantásticas con un deficiente sentido del humor entre universos oscuros, el orden cósmico, las venganzas y demás zarandajas; ‘El camino de vuelta’ (Nat Faxon y Jim Rash), una comedia agridulce en exceso convencional en torno a un individuo alcohólico cuyo hijastro adolescente debe pasar un verano con su madre, en exceso deudora del Mottola de ‘Adventureland’; ‘Insidious 2’ (James Wan), secuela de la primera parte dirigida por el mismo director, un terror incoherente, tedioso y repetitivo que copia indisimuladamente al Kubrick de ‘El resplandor’; ‘Cuerpos especiales’ (Paul Feig), una tonta comedia sobre dos mujeres policías amorales que empiezan odiándose y acaban siendo uña y carne, como un ‘Arma letal’ en femenino; o ‘La mirada del amor’ (Arie Posin), un drama romántico de misterio, con uso y abuso de los flashbacks, poco inspirado, y que parece una mixtura totalmente desaprovechada del Hitchcock de ‘Vértigo’ y el Dino Risi de ‘Fantasma de amor’, en torno a una viuda que encuentra a un hombre que es la copia del fallecido marido.

Artículos relacionados :