Solo se vive una vez (2)

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Por Don Quiterio

    Muchas veces, demasiadas, la esperanza acaba por los suelos, maltrecha de gravedad y, al final, herida de muerte. Luego la levantas, la sacudes un poco y la vistes de nuevo.

    Mientras, esperas que, andando el camino, se le vayan cerrando los descosidos. Y cuando ya casi luce bien verde y como nueva, un zarpazo te la tumba otra vez. Así es la vida, circular, naces y mueres, y, entre medias, haces lo que puedes (o te dejan). Ya lo decía Nabokov: “La existencia es una minúscula partícula de luz entre dos eternidades de total oscuridad”.

     Se nos ha ido Luis Pellegero, nacido en Pamplona pero zaragozano de adopción, un pionero del cine en Aragón que, en la década de 1960, indagó en el uso de la luz, las formas y los colores. Arquitecto de profesión, fue profesor de la escuela de artes y oficios de Zaragoza y sus dotes creativas las volcó principalmente en la pintura y la escultura. Debuta en el cine con el corto ‘Acuarela’ y a este siguen otros: ‘Flores’, ‘Los defensores’, ‘Villancico’, ‘Rutas españolas’, ‘Monasterio de Piedra’ y ‘Oración del estruendo’, en el que se completa el logro ambiental y el gusto por el encuadre. También realizó el tríptico compuesto por ‘Euritmia’, ‘Plástika’ y ‘Cromátika’, unas experimentaciones formales ejecutadas con el procedimiento técnico de ‘fotograma a fotograma’. También dirigió ‘Goya, pinturas negras’, donde combina el cine y su pasión por el dibujo, y ‘El desafío’, una reflexión sobre la guerra civil española basada en un guion de Manuel Labordeta, que también lo interpreta. Fue amigo y compañero de fatigas de Miguel Ferré, José María Sesé, José Antonio Duce –con quien codirigió ‘La divina comedia’, según dibujos de Gustave Doret-, Pedro Avellaned, Miguel Vidal, Emilio Alfaro, Manuel Rotellar, José Antonio Maenza, José Luis Pomarón o Antonio Artero.

     El dibujante aragonés José Luis Beltrán Coscojuelas, que firmó con los seudónimos de ‘Tran’ o ‘Koski’, fallecido en Sitges, publicó en los años sesenta y setenta del siglo veinte en varias publicaciones de Bruguera, como ‘Tío Vivo’, ‘DDT’, ‘Mortadelo’ o ‘Esther’. Natural de Barbastro, su nombre aparece en muchos de los documentales que se han realizado recogiendo esa época del tebeo nacional, unas películas que son testimonio de unos autores con los que muchos de nosotros aprendimos a leer. En realidad, el tebeo no deja de ser una suerte de cinematógrafo en papel. Destacó especialmente en sus carteles de publicidad, fue actor y decorador, escribió cuentos y también publicó en la revista cinematográfica ‘Cine Mundo’. Todo un personaje.

     También se nos ha ido Manuel García Maya, nuestro entrañable Manolo, el del Bonanza, que nació en Morata de Jalón, al que dedicamos en ‘El pollo urbano’ un merecido aparte en este número, por lo que significó para nosotros y para buena parte de la vida cultural zaragozana de las últimas décadas. En 1985, el pintor zaragozano Eduardo Laborda realizó un emotivo corto documental con el mismo título del bar, un testimonio visual, en clave de agridulce humor, de esa forma de entender la representación artística que sucedía en el Bonanza. También Laborda, un año después, volvía al lugar con el refinado ‘clochard’, también desaparecido, ‘Tico Tico’. El turolense Jesús Lou, en 1999, organiza –junto a Guadalupe Corraliza, Emilio Abanto, Abraham Alonso y Miguel Ángel Lacosta- ‘Obra y zozobra, un cedé interactivo con su obra fotografiada y catalogada, así como sus datos biográficos y una selección de sus músicas preferidas. En 2011, José Manuel Fandos y Javier Estella codirigen ‘Desde el otro lado de la barra’, con la muerte como tema recurrente. Y ya en este 2013, Santiago Gómez filma a Manolo con el pintor Ángel Aransay en un corto titulado ‘Frente a frente’, con edición de Dionisio Sánchez.

     Y de un Manolo a otro: Manolo Escobar, que, en realidad, se apellidaba García, como el anterior. Adiós al tótem de la canción española, un icono de la copla que supo hacer del robo de su carro el himno de la España del desarrollo. Era devoto de la virgen del Pilar y del Real Zaragoza, y un gran aficionado a la pintura, en cuya colección se encontraban varios ‘brotos’ y ‘sauras’. Y tenía muchos amigos aragoneses (¿también Alegre?), como el actor Antonio Garisa (familiar del que esto escribe, por cierto), con el que participó, entre otras, en ‘Me debes un muerto’ (José Luis Sáenz de Heredia, 1971), ‘Cuando los niños vienen de Marsella’ (Sáenz de Heredia, 1974), ‘Eva, ¿qué hace ese hombre en tu cama?’ (Tulio Demicheli, 1975), ‘La mujer es un buen negocio’ (Valerio Lazarov, 1976), ‘Préstamela esta noche’ (Demicheli, 1977) o ‘¿Dónde estará mi niño?’. Debutó como actor en el cine en 1962 con ‘Las guerrilleras’, de Pedro Luis Ramírez, una suerte de flamenco y revuelta guerrillera contra el invasor francés. También fue dirigido por Ramón Torrado, Juan de Orduña, Luis Lucia o Mariano Ozores, en una serie de películas, basadas en el populismo y folclorismo, que se olvidan pronto. Sus últimas apariciones en la pantalla llegarán en televisión: en 1999 con la serie ‘Manos a la obra’ y en 2008 con ‘Cuéntame cómo pasó’. Sus películas tuvieron un éxito comercial extraordinario, al igual que sucedía con los trabajos del turiazonense Paco Martínez Soria.

    Amparo Soler Leal también nos ha dejado. Venía de casta de cómicos, de padres y antepasados dedicados al arte del teatro. Gracias a su poder interpretativo fue llamada para trabajar en el cine. Debutó en 1952 en un pequeño papel en ‘Puebla de las mujeres’, de Antonio del Amo, y fue la gran secundaria de Berlanga. El zaragozano José María Forqué la reclama en 1961 para ‘Usted puede ser un asesino’, por la que obtiene el premio nacional de interpretación, una comedia no del todo desdeñable, basada en un libreto de Alfonso Paso, en la que interpreta a una de las esposas de dos amigos implicados en un asesinato, y en ‘Las que tienen que servir’ (1967), adaptación cinematográfica –otra más- de una aberrante comedia homónima de Alfonso Paso con música del turolense Antón García Abril. Con Luis Buñuel, en 1972, rodó ‘El discreto encanto de la burguesía’, la más lograda de las últimas películas francesas del calandino, en torno a tres parejas acaudaladas que intentan, sin lograrlo, sentarse a comer juntos. En 1962, con el zaragozano Fernando Palacios, uno de los realizadores más dúctiles y astutos que ha conocido el cine español, trabajó en ‘Vuelve san Valentín’, en la que el director recuperaba el filón de ‘El día de los enamorados’, o ‘La gran familia’, una mezcla agridulce de moralismo didáctico con el melodrama ternurista y la comedia ligera.

     Finalmente, el compositor Gianni Ferrio, algo así como el Antón García Abril italiano, también nos ha dejado. Escribió más de un centenar de bandas sonoras para ese género, o subgénero, cinematográfico conocido como ‘spaghetti western’. En ese oeste de pega se forjó su notable carrera y José Luis Borau, gran amigo suyo, quiso que fuera quien pusiera la música a su filme ‘Brandy’ (1963), sobre un guion de José Mallorquí, pero no hubo acuerdo con la productora, que eligió a su compañero de fatigas Riz Ortolani. Intervino, en las décadas de 1960 y 1970, en numerosos filmes: ‘Los héroes del oeste’, ‘Los gemelos de Texas’, ‘El hombre del sur’, ‘La isla misteriosa’, ‘El hombre que mató a Billy el niño’, ‘La muerte acaricia a medianoche’, ‘Vivos o preferiblemente muertos’, ‘¡Viva la muerte… tuya!’…

      Unos personajes, en fin, relacionados, de una u otra forma, con el cine y Aragón, que, sin embargo, nunca han terminado de morir del todo. La nostalgia los mantiene vivos. O preferiblemente muertos…

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