Santo horror / José Joaquín Beeme


Por José Joaquín Beeme
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    Nanni Moretti se pone buñueliano y adopta no sólo sus clérigos de trabajada ambigüedad, incluso a uno de sus actores fetiche, sino un tema que atraviesa la filmografía del calandino: la pintura de los hondones del inconsciente, por otro nombre alma.

   Como el Ugo Tognazzi de La audiencia (donde Piccoli era ya preste) o el Anthony Quinn de Las sandalias del pescador, Michel Piccoli en Habemus papam prolonga esos als ob paravaticanos en que podemos lucubrar, dentro de ciertos cánones, más de lo que cualquier teólogo heterodoxo jamás consintiera. En el secreto de esa casa secuestrada al mundo, toda invención es lícita: un campeonato intercontinental de voleibol librado por cardenales, que también matan el aburrimiento en mesas de póker, un guardia suizo que hace bulto de papa tras los cortinones y, guinda morettiana, un psicoanalista que trata (con el concurso de su ex) los fantasmas de impotencia del neopapa para restituirle al servicio activo. Uno se pregunta cómo puede rodarse en esas vetadísimas interioridades, jugando, por demás, a la contra, pero Cinecittà y el palacio Farnese (hoy embajada francesa) vienen en nuestra ayuda. Papa Melville / Piccoli modula en su más que aceptable italiano, tanto como en sus asombrados silencios, una víctima del engranaje excesivo: corto, atontado, senil, encanijado, presa del vértigo y la responsabilidad, aterrorizado. No hay una clave explicatoria; cualquier respuesta, desde una vida no vivida hasta lo abrumador del cargo o la valentía de irse a tiempo, cabe en esta exploración que ni es crítica política ni, menos todavía, comedia existencial. Ahora que habemus beatum, este giro de 180 grados hacia la humanidad doliente del anciano de divinos poderes, con pujos de actor chejoviano pero inmensa desgana de multitudes, será acogido con escepticismo por quienes aún creen en las misiones históricas y los superhombres que las sostienen; recibirá, en cambio, consensos de los que saben de extrañezas, salidas del coro y balcones vacíos.

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