Felicidad / María Dubón

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Por María Dubón
http://dubones.blogspot.com.es/

    Investigadores de todo el mundo han intentado durante décadas medir la felicidad, en parte para establecer qué es lo que hace feliz a la gente y en parte para valorar el progreso social.

    Tradicionalmente, los estudios sobre la felicidad adoptan la forma de un cuestionario, y la medida de la felicidad, o bienestar subjetivo, como se denomina con frecuencia, se deriva de las respuestas obtenidas de un tests y que son semejantes a éstas:

– Mis condiciones de vida son excelentes.

– Estoy bastante satisfecho con mi vida.

– He conseguido las cosas importantes que quiero en la vida.

    Una de las cosas que nos revelan estos estudios es que, comprensiblemente, la gente de los países ricos es más feliz que la gente de los países pobres. Es obvio que el dinero importa. Pero también descubren que el dinero no es tan importante como podríamos pensar. Una vez que la renta per cápita de la sociedad cruza el umbral de la pobreza para llegar al de la subsistencia adecuada, los incrementos adicionales en el nivel de renta nacional no tienen casi ningún efecto sobre la felicidad. Por ejemplo, hay tanta gente feliz en Polonia como en Japón, aunque el japonés medio es diez veces más rico que el polaco medio.

   Si el dinero no da la felicidad, ¿qué la da? Parece que el factor más importante para aumentar la felicidad es tener relaciones sociales estrechas. Las personas casadas que tienen buenos amigos y una familia unida son más felices que quienes carecen de todo esto. Las personas que participan en actividades y organizaciones religiosas son más felices que las que no lo hacen. Tener contacto con los demás parece ser más importante para el bienestar subjetivo que ser rico. Pero hay que ser cautos al valorar estos datos, porque no es evidente entre ambas cosas cuál es la causa y cuál el efecto. Seguro que la gente desgraciada tiene menos posibilidades que la gente feliz de tener buenos amigos, una familia entregada y un matrimonio duradero. Es probable que lo primero sea la felicidad y que las relaciones estrechas vengan después, pues la gente feliz atrae a los demás. Por otro lado, los vínculos sociales limitan en muchos aspectos la libertad y la autonomía personal. El matrimonio, por ejemplo, restringe la libertad para elegir parejas sexuales, y la verdadera amistad nos impone un vínculo duradero con el que adquirimos responsabilidades, lo mismo ocurre con la familia o con las instituciones religiosas, que piden a sus miembros que vivan de determinada forma. Aunque parezca contradictorio, lo que valoramos más por su contribución a nuestra felicidad nos coarta la libertad y la libertad de elección es una fuente de satisfacción en todos los individuos. ¿Cómo conciliamos esta incongruencia?

   Parece ser que el hombre actual, que disfruta de una abundancia y una libertad sin precedentes en otros tiempos, es más infeliz que nunca. Las tasas de divorcios aumentan espectacularmente, así como las cifras de suicidios, de delitos violentos, de la población reclusa, de los casos de depresión severa y de estrés… Ganamos más y gastamos más, pero pasamos menos tiempos con los demás. Un número significativo de personas manifiesta sentirse sola ya que no mantiene relaciones estrechas con nadie. Dedicamos más tiempo al trabajo que a la familia; nos falta tiempo para relacionarnos y establecer vínculos amistosos o amorosos con otras personas. Las relaciones sociales y familiares requieren tiempo libre y dedicación, porque las necesidades de los demás no aparecen de manera planificada para que podamos apuntarlas en la agenda, si un amigo o un familiar sufre un grave accidente, debemos estar listos para acudir a su lado. Pero, ¿quién dispone de todo este tiempo libre? ¿Quién se encuentra disponible cuando alguien necesita su ayuda? ¿Quién abandona su trabajo para atender a un amigo en apuros?

    El tiempo es un bien escaso y aunque estemos rodeados de artilugios fabricados expresamente para ahorrárnoslo, nuestra servidumbre del tiempo no hace sino aumentar, así como nuestra infelicidad a causa de esta falta.

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