Kate en “Pinkerton”


Por Esmeralda Royo

    Ese día en el Chicago de 1.856, Allan Pinkerton, fundador de la primera agencia de detectives del mundo, no podía disimular su asombro ante la presencia de Angie Warne, una joven viuda…

…neoyorkina de 23 años, ni fea ni guapa, de rasgos expresivos y porte intelectual, que había entrado en su despacho, decidida y con un punto de arrogancia, respondiendo al anuncio de trabajo para el puesto de detective.

– Señora Warne, sin querer faltarle al respeto, creo que hay trabajos más acordes que éste para una mujer.

– No me falta al respeto, Señor Pinkerton, pero desconozco las labores del campo, no quiero trabajar en una fábrica y el trabajo de secretaria me aburre soberanamente.  

– La entiendo, pero nosotros no empleamos a mujeres detectives. 

– Yo también le entiendo, pero eso es un error.

– Y si no me equivoco, Señora Warne, va a decirme por qué es un error, dijo un divertido Pinkerton.

– En algunos momentos y a los ojos de los hombres, las mujeres podemos ser invisibles, respondió. Además, nadie espera que seamos detectives y eso es muy útil  para sonsacar secretos en multitud de lugares que son innacesibles para los hombres. 

     Hágame una prueba y no cobraré por ello.  Si no queda satisfecho, no me paga y yo buscaré un trabajo más acorde con mi sexo y condición.

     Si, Allan Pinkerton, con la oposición de su familia y la reticencia de toda la plantilla de empleados, que no ocultaban su malestar, contrató  a Angie Warne que, a partir de ese momento y por alguna razón que desconocemos, pasó a llamarse Kate.

    Su primer caso, después de que ocho detectives tuvieran, tras meses de seguimiento, nulos resultados, fue encontrar las pruebas para llevar a juicio a un empleado de la Adams Express Company que había malversado 50.000 dòlares.  Kate se reunió con la esposa del empleado, que en todo momento negó saber donde se encontraba el botín hasta que la detective, que no podía soportar la simpleza y frivolidad de aquéllos a los que sólo les importa el dinero, le prometió que ella personalmente le ayudaría a huir con lo robado si desvelaba el lugar en el que estaba escondido.  La mujer le creyó, el dinero fué encontrado y aquélla no sólo no huyó, sino que acompañó a su marido en el banquillo.

   Especialista en disfraces y acentos, se infiltró en las casas de conocidos secesionistas sureños que, dándose importancia, no dudaban en hablar de conspiraciones en presencia de “la nueva amiga de sus esposas, esa joven de Savannah, Georgia”.  Todos ellos acabaron detenidos.

   El caso por el que Kate Warne pasaría a la historia de Pinkerton, tuvo lugar tras las elecciones que dieron la presidencia a Abraham Lincoln, el republicano odiado por los demócratas esclavistas sureños porque su antiesclavismo ponía en peligro tanto su modo de vida como la forma de enriquecerse.  Si, aunque ahora nos parezca extraño, el Partido Republicano de Richard Nixon y Donald Trump tuvo estos nobles ideales.

     Lincoln  inició una gira de celebraciones por las principales ciudades del país antes de tomar posesión del cargo y surgió la sospecha, tras comprobar una inusual ronda de reuniones de destacados conspiradores del Sur, de que se estaba preparando un atentado contra él.  Como si de la caza del “Chacal” se tratara, se sabía lo que iba a ocurrir pero no cómo, cuándo y dónde.

    Kate, haciéndose pasar por Miss Cherry, adoptó esta vez el acento de Atlanta. A Pinkerton, como emigrante escocés, le parecía igual que el de Georgia,  aunque quedó convencido de la diferencia de matices después de escucharla con atención. Logró que el Señor y la Señora Morris, de la plantación del mismo nombre, la invitaran a merendar, mostrándose tan escandalizada porque los negros puedieran cobrar por recoger el algodón, que Mr. Morris no dudó en explayarse con respecto a los planes que tenían: cuando el Presidente electo llegara a Baltimore se montaría una multitudinaria pelea al paso de la comitiva y, aprovechando la confusión,  recibiría un disparo.

   Los planes del viaje fueron cambiados por Kate contra reloj.  En una reunión con el propio Lincoln informó que se llegaría a Baltimore de madrugada y que reservaría el último vagón del tren de vuelta a Washington, para ella y sus “tres hermanos”, es decir, el presidente y dos hombres de confianza.

    Había un espinoso y último asunto que tratar y no era menor: Cómo lograr que fuera de incógnito un hombre que apenas pesaba ochenta kilos y medía dos metros, sin contar  la longitud del sombrero de copa alta o galera, que parecía una tubería recta y que hacía que el presidente nunca pasara desapercibido. Abraham Lincoln, hombre bondadoso, paciente y con un tono de voz que requería todo empeño y atención del que escuchaba, se mostró inflexible con los planes de Kate, que consistían en cambiar el sombrero, comprar un abrigo tres tallas más grande y forrarlo de ropa para que pareciera más robusto.  Ah, y comprarle un bastón,  para lo que tenía que simular una cojera.

– Señorita, esto me parece humillante.  ¿Por qué tengo yo que disfrazarme de esta manera?

– Porque tanto usted como nosotros queremos que siga vivo, respondió una imperturbable Kate.

– El sombrero no voy a quitármelo, sentenció el presidente enfurruñado, pues ya se había convencido de que Kate le pondría una gorra si lo creía necesario.

     Nadie molestó a la “familia” que viajaba de Baltimore a Washington en el último vagón del tren y Pinkerton, eufórico, diría tras este episodio:  El Presidente está vivo gracias a ella.

   Nada se pudo hacer cuando, cuatro años más tarde, John Wilkes Booth, un actor de segunda fila con ínfulas de “caballero del sur”, asesinó a Lincoln durante el estreno de  una comedia musical. 

  Una neumonía tumbó a Kate en 1868  cuando tenía 35 años. Había ayudado a engrosar el colosal fichero de la Agencia de Detectives Pinkerton que, por su importancia, pasaría a ser  la primera base de datos del F.B.I.

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