OPERAMÍA: L’elisir d’amore o La joie de vivre.

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Por Miguel Ángel Yusta

     En la música de Donizetti (Bergamo 1797-1848) se expresa un extenso abanico de sentimientos y emociones llenos de belleza y complejidad. 

 “L’elisir d’amore” de Donizetti.

N.Machaidze/C.Tilling, C.Albelo/I.Jordi, F.M.Capitanucci/J.Carbó, E.Schrott/P.Bordogna, R.Rosique/M.Sicilia. Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. D.Michieletto, dirección de escena. M.Piolet, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 14 diciembre.

      En la música de Donizetti (Bergamo 1797-1848) se expresa un extenso abanico de sentimientos y emociones llenos de belleza y complejidad. Sus setenta y cinco óperas abarcan desde el más intenso dramatismo hasta la aparente ligereza, que no lo es sino en apariencia, pues  el belcantismo siempre exige unas condiciones especiales al intérprete y el cantante debe superarlas con una técnica impecable.

    L’elisir d’amore es, ante todo, «una ópera cómica romántica» en definición del especialista en Donizetti, William Ashbrook,y ha tenido un triunfal recorrido por todos los teatros de ópera del mundo desde su estreno el 1832. Es famosa, como una de las principales arias de la historia de la ópera, «Una furtiva lacrima» ( que no fue compuesta específicamente para la obra, sino incluída en ella) piedra de toque para el tenor protagonista.

    La producción vista en el Teatro Real este pasado diciembre, obra de Damiano Michieletto, es sorprendente y no complace por igual a todos los públicos. Es arriesgada, muy dinámica y lleva la acción al borde del Mediterráneo (se supone que a la playa de Benidorm) actualizando y recreando la historia y haciendo que los personajes (Adina / Nemorino, Dulcamara / Belfiore) aparezcan con un nuevo vestido escénico sin que por ello quede desvirtuada la calidad musical y los sentimientos finales de los personajes.

    Habrá quien piense en una falta de respeto al espíritu de Donizeti, en una puesta en escena banal y hortera. Otros opinarán que la propuesta es acertada y que los personajes, hoy, se moverían y actuarían de tal manera. Todo es opinable y así ha ocurrido con crítica y público. Personalmente pienso que la propuesta es válida, divertida y que el público disfruta de la acción como si de una comedia musical actual se tratase, pero con la inmensa calidad de la música de Donizetti.

    Los repartos han tenido diverso comportamiento con respecto al personaje respectivo. Yo asistí al del día 14 de diciembre, en teoría un reparto con menos peso que el del estreno. La Adina temperamental, expresiva, sensual y sugestiva en la interpretación de Nino Machaidze fue más fría y contenida en la de Camilla Tilling, cuyas condiciones vocales e interpretativas parecían no adaptarse de manera óptima al personaje. El Nemorino de Celso Albelo, (tenor que me gusta y a quien sigo con cariño y que nos deleitó hace unos meses con una gran Marina en La Zarzuela) ha tenido al parecer de la crítica especializada una trayectoria irregular, si bien el tenor se encuentra en la plenitud de su carrera; «cosas del directo» podríamos decir, pues cada representación puede tener -y tiene- diferencias con las otras. Sí me gustó Ismael Jordi, un lírico ligero con timbre bello y buen caudal, con gusto y expresividad y con un buen recorrido en la zona alta.

    Dulcamara, personaje clave en la obra, tuvo en la voz de Paolo Bordogna un  intérprete correcto, así como el Belcore de José Carbó. Voces consolidadas que cumplen su cometido, aunque Dulcamara es un personaje que puede exprimirse mucho más y nos hizo recordar pasadas versiones con cierta nostalgia (Ambrogio Maestri en el Liceu…). Giannetta es un personaje que, en este caso, vistió deliciosamente con voz y ademanes Mariangela Sicilia.

    Orquesta (Marc Piolet) y coros (Andrés Máspero) un tanto, digamos «acelerados y descolocados», quizás por las mismas necesidades de la producción, especialmente los coros, arrollados por un movimiento escénico que parecía contagiarles del sol y calor mediterráneos.

    El público, y eso es lo importante, disfrutó con la obra y complace sentir esa intemporalidad y universalidad de las obras maestras de la música aunque a veces los directores de escena, en su desmedido afán renovador, puedan desvirtuar el espíritu inicial del autor. En mi opinión, no es este el caso. Me gustó, me divertí y disfruté con la inmortal música de Gaetano Donizetti que transmite, en esta obra, una inmensa alegría de vivir.

      Al margen de esta crónica hay que anotar, para los lectores aficionados de Zaragoza y Huesca, que el próximo mes de abril se va a representar esta ópera en los teatros Principal ( 29 de abril y 1 de mayo) y Olimpia ( 3 de mayo)        en una coproducción de la Asociación Aragonesa de la Ópera y Opus lírica del Kursaal de San Sebastián.  La soprano zaragozana Ruth Iniesta será Gianneta y el barítono zaragozano Carlos Chausson dará vida a Dulcamara. Evento del que ya iremos ampliando noticias en sucesivas ediciones de OPERAMÍA.

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