ÓPERA MÍA: Como un torrente. Ciofi y Yoncheva «toman» La Bastilla.

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Por Miguel Ángel Yusta

      Había expectación por contemplar estos dos repartos de la ópera de Donizetti,  pues era evidente que ambas protagonistas podían ofrecernos visiones bien distintas de la heroína del famoso «Dramma tragico».

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Por Miguel Ángel Yusta

París. Ópera de La Bastilla. Lucia di Lammermoor (Donizetti).

Septiembre-octubre 2013.

     He de decir, de entrada, que no es la pretensión de estas líneas hacer una «crítica» al uso (hay numerosos musicólogos que, con mayor o menor acierto, están en ello) sino más bien una crónica amable de espectador aficionado, por lo que no analizaré en profundidad el comportamiento de todo el reparto, si bien habría que señalar el buen hacer de los Nigro, Anastasov Onciou y Huchet, que dan vida a los otros personajes de la obra, la eficaz dirección musical de Maurizio Bernini en ambas sesiones, con una orquesta ajustada y sin excesos. El punto justo del Coro y la curiosa puesta en escena, asfixiante y opresiva, creada en el año 1995, de Andrei Serban, que acosa a los personajes, especialmente a la protagonista.

     Asistí a las sesiones de los días 4 y 6 de octubre. La primera de ellas estruvo protagonizada por Sonya Yoncheva como Lucía y Michel Fabiano como Edgardo, acompañados por un seguro George Petean ( Enrico Ashton).

     Sonya Yoncheva arrasó. Su temperamento musical une  la potencia y belleza del timbre de la Netrebko con una línea vocal y rigor belcantista en progresión; un glamour que atrae el espectador y los colores de una soprano lírica, con agudos redondos y sonoros y su fuerte: una densidad del medio que cautiva. Joven, bella, intérprete apasionada y cantante en progreso imparable (ya me sorprendióen Viena con una bella actuación en «Romeo y Julieta» de Gounod), se ganó al público que llenaba el aforo parisino y fue largamente ovacionada ya desde «Regnava nel silenzio» hasta la impresionante «Il dolce suono» y el dramático final .

    Pero, para mí, la sorpresa fue el Edgardo de Fabiani: un tenor de voz soberbia, igual en toda su longitud, sólida, con un bello legatto y una emisión natural. Sorprendente porque, aunque había escuchado varias grabaciones, su voz, al natural, gana en belleza y expresividad. Además, la pareja protagonista tiene una química especial, que transmite al público. Disfruté y disfrutamos y de eso se trata, también, en la ópera, sin que los excesivos análisis técnicos y detección de «fallos», lleguen a distorsionar, hasta el punto de no disfrutarla en su parte buena, la delicia de la audición…

     Y el día 6 apareció la Lucía exquisita, sensitiva, emocionante de Patricia Ciofi, esa indiscutible maestra que me dejó «pegado a la butaca», disfrutando de su timbre luminoso, de su impecable técnica, de la emoción, de esos agudos desarrollados de la inocencia a la locura en una espiral imperceptible, en una respiración…

     He visto en varias ocasiones a Ciofi, pero en ésta me emocionó especialmente. En cambio, Vittorio Grigolo, el Edgardo de esa noche, me pareció muy por debajo de su partenaire. Su voz es clara y calurosa pero metálica, excesiva en el «Hay tradito» y solapada claramente en el «Sexteto», sin volumen en los sobreagudos. No me gustó por abajo y su exceso de temperamento y sobreactuación, con exageración evidente de su «poderío» físico (cantó en camiseta casi toda la obra) no favoreció a mi entender la cualidad romántica del personaje.

    Gran ambiente en las gradas, como se diría en lenguaje futbolístico, demasiadas, excesivas toses que, precisamente, se destacaron en las escenas más vibrantes ( la de la locura en ambas tardes…) y aplausos prematuros en las alturas antes de que el director baje sus manos y deje resuelta la última nota. Claro que acude un público heterogéneo y a veces, apasionado en exceso, pero es un detalle que molesta sobremanera al aficionado. Y eso que es París…

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