Conferencia: «Las plagas en la Historia (y el Arte)»

Por Manuel Medrano

      Les dejo aquí el texto y las imágenes de la conferencia que pronuncié  el miércoles 15 de diciembre de 2021 en el salón de actos del Museo Pablo Gargallo de Zaragoza, como clausura de la exposición colectiva “Tránsito. La Edad Indefinida”.

    “Las ‘plagas’ son consustanciales a la Humanidad. Virus y bacterias en cantidades incontables están siempre ahí, pero tienen su propia dinámica, incluyendo aspectos de reproducción y supervivencia propios.

    El conocimiento que tenemos de su llegada, desarrollo y desaparición, aumenta conforme nos adentramos en los periodos con historia escrita. Así sabemos también de sus consecuencias.

    Aunque en ocasiones se aventuran sucesos anteriores de carácter epidémico (como la discutible desaparición de los Neandertales por una epidemia), la primera hipótesis que, en mi opinión, tiene cierta credibilidad, hace referencia a la tuberculosis durante el Neolítico. Previamente, debemos tener en cuenta que en el Paleolítico la población de cazadores-recolectores estaba bastante dispersa, con baja densidad y contacto entre poca población. En el Neolítico se crean núcleos de población más grandes por el desarrollo de la agricultura y la ganadería, y la existencia de excedentes genera mayores contactos con otros núcleos humanos para realizar intercambios.

   Después, hace cuatro mil años, los egipcios vincularon las epidemias que periódicamente les azotaban con una maldición enviada por la diosa Sejmet. Pensaban que demonios y agentes de esta divinidad eran los culpables de la propagación de esas enfermedades contagiosas, aunque Sejmet, por otra parte, era también la diosa de la medicina. Hay información escrita desde comienzos del Imperio Nuevo (alrededor de 1.550 a.C.), que indica que se producía una ‘plaga anual’, identificada como una enfermedad infecciosa que seguía un patrón estacional. Hay textos, incluso, que permiten relacionar estas enfermedades infecciosas anuales con los días previos a la crecida del Nilo, a principios de julio, durando los meses de la inundación y su periodo posterior, entre septiembre y noviembre, con una mayor propagación durante todo el verano.

   Hay autores que incluso piensan que la más grave de las epidemias que afectó al antiguo Egipto, la llamada ‘enfermedad asiática o cananita’, vinculada en su origen a las zonas portuarias costeras del mediterráneo oriental, era peste bubónica, a la luz de los síntomas que se detallan en papiros médicos.

   La más antigua que nos proporciona referencias en cierta cantidad es la Plaga de Atenas. La padeció esta ciudad-estado en plena Guerra del Peloponeso contra Esparta y sus aliados, entre 430 y 425 a.C., en tres oleadas, y fue devastadora. Quizá se trataba de fiebre tifoidea, no es seguro. Murió Pericles, líder de Atenas, y quizá un tercio de la población. Atenas perdió la guerra y quedó debilitada para siempre, nunca pudo recuperar su antigua prosperidad.

   El Imperio Romano sufrió dos plagas muy graves. Una en el siglo II d.C., no se sabe si de viruela o sarampión. Diezmó al ejército y aún más a la población, duró 25 años en varias oleadas, y tuvo drásticos efectos sociales y políticos. Muchos romanos se refugiaron en la magia y la superstición, y se produjo un efecto de cambio en la literatura y el arte. Marco Aurelio, que tuvo que lidiar con esta plaga como emperador, escribió en sus Meditaciones (IX, 2): ‘Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en torno nuestro’.

   En el siglo III una nueva plaga azotó al Imperio Romano, pudo ser viruela, gripe o fiebre hemorrágica viral (similar al Ébola). Causó escasez de mano de obra (y por tanto de alimentos) y de efectivos militares, así como disturbios sociales. Marcó el declive del imperio, que se recuperó parcialmente solo durante el gobierno de algunos emperadores. También tuvo otra consecuencia notable: se incrementó la conversión de los romanos al cristianismo.

   El Imperio Bizantino sufrió también, siendo emperador Justiniano, una plaga, y esta vez sabemos que fue específicamente peste bubónica. Concretamente en los años 541 a 549, se desató una mortífera plaga en Europa, Asia y África, con brotes posteriores más locales y esporádicos (algunos muy serios) que duraron hasta el año 767 (en Nápoles), y después el silencio se hace en los anales de historia hasta 1347. La pandemia desapareció hasta siglos después, y hasta ahora no se sabe la causa.

   ¿Qué pasó en Bizancio? Hay quien sostiene, con pruebas sólidas, que el origen estuvo en un cambio climático ocurrido en 535-536, que produjo una bajada de la temperatura en África y en todo el planeta, haciéndola óptima para la propagación de este bacilo que, al parecer, está muy cómodo por debajo de los 27º C.

   Hubo una reducción de la luz solar, bajó la temperatura. Las causas de este cambio están a debate, pero una muy probable fue el oscurecimiento del sol, al que historiadores de la época describen como apagado. Otros hablan de que esa pérdida de iluminación en el planeta y consecuente enfriamiento pudo deberse a una gran erupción volcánica que llenase de grandes cantidades de polvo nuestra atmósfera, si bien es cierto que buscar causas internas está bien pero sin eludir algo que se encuentra siempre ahí: el sol no es un elemento fijo e inalterable, que no sufre variaciones, sino un astro dinámico que también afecta a veces, en casos menores, a nuestras actuales telecomunicaciones. Pero entonces la cosa debió ponerse mucho más seria.

   Al margen de la enorme tragedia humana que se desató, hubo movimientos y consecuencias como el empobrecimiento de la Hacienda imperial, debilitamiento comercial, económico y militar del Imperio Bizantino, inestabilidad social e incluso generó conspiraciones y movimientos políticos porque el propio Justiniano contrajo la infección, pero todo acabó cuando se recuperó de la enfermedad, suponemos que para disgusto de algunos. Por cierto, una consecuencia para tomar buena nota es que, desde el principio, se produjo una mayor austeridad en la corte bizantina, menos gastos superfluos en ceremonias y lujos.

   Creemos saber por dónde vino la peste del siglo VI a Europa y Asia: a través de las relaciones comerciales con África oriental, aunque hay quien defiende un origen asiático. Pero desconocemos porqué se fue tras el 767 para volver en el siglo XIV.

    La peste bubónica reaparece en las Edades Media y Moderna, desde el siglo XIV al XVII nada menos, y con brotes que se producirán durante los dos siglos siguientes y hasta hoy día, algunos graves pero, generalmente, con un apreciable retroceso paulatino de la extensión y repercusión. Asoló Europa, y tuvo un efecto importante en el pensamiento humano, pues parte de la población adoptó la filosofía de disfrutar de la vida mientras durase (comer, beber y divertirse), mientras que otros se refugiaron en la recriminación y el arrepentimiento. Y esto tanto en Occidente como en Oriente, pues afectó terriblemente en ambos espacios, creó problemas de autoridad e influencia de los gobernantes y una cierta contracción en el desarrollo de la civilización. En muchos lugares, por la enorme mortandad, la población pensó que aquello era el fin del mundo. La peste, especialmente en la Edad Media, dejó a su paso una estela de putrefacción material, moral e intelectual, aunque también generó producciones artísticas, tanto las famosas ‘danzas macabras’ (aunque existían ya antes) como abundante expresión plástica al respecto.

    En la ciudad de Zaragoza hubo tres oleadas antes de que desapareciese, que se produjeron en 1507, 1564 (el ‘año de la peste’) y 1652, con brotes en diversas partes del territorio de Aragón hasta que tuvo lugar el último, a mediados del siglo XVII.

     En el siglo XVI hubo epidemias letales que se extendieron entre las poblaciones indígenas al entrar en contacto con los europeos, como sucedió en las Islas Canarias, en La Española (viruela), en Méjico (viruela) y en diversos lugares de Asia, afectando en ocasiones el sarampión, la tos ferina y la gripe.

     Más reciente está el recuerdo de la terrible ‘gripe española’ que causó decenas de millones de muertes en todo el mundo entre 1918 y 1919, durante 18 meses. El presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, en plena Primera Guerra Mundial, dudó en si debía seguir enviando tropas a Europa por esta gripe, y decidió seguir haciéndolo para no mostrar debilidad ante los enemigos, pese a que continuaba el proceso de contagios, e incluso muertes, en los propios barcos americanos durante el trayecto.

    Y, después, la ‘gripe española’ también se desvaneció, como antes lo había hecho la peste bubónica en el siglo VIII.

     Ha habido otras muchas oleadas infecciosas posteriormente, más o menos contagiosas o letales, hasta llegar al actual SARS-CoV-2, o COVID-19. Para saber dónde estamos hay que tener en cuenta que, incluso hoy en día, la epidemiología de la peste se considera compleja y aún en parte desconocida, siendo una enfermedad re-emergente de la que también ahora se producen brotes, y que no siempre ha actuado del mismo modo bajo diferentes situaciones climáticas. Del mismo modo se considera que, pese a los avances actuales, es difícil evitar que se propague una nueva epidemia agresiva en su primer impacto u oleada, debido a la globalización del transporte y a la acumulación humana en grandes núcleos urbanos. Acabamos de ver esta realidad en lo que respecta al COVID-19.

    Finalmente, creo interesante señalar que las grandes epidemias o pandemias siempre han tenido consecuencias políticas y sociales pero, curiosamente, las raíces de estos cambios estaban también siempre presentes ya en el periodo anterior a que se desatasen las enfermedades infecciosas.

   Hoy en día, si queremos vislumbrar cuáles pueden ser esos cambios y transformaciones, tenemos que observar qué caminos estaban trazados ya justo antes, y tener en cuenta que lo que venga tendrá carácter global. Así como considerar que la historia humana no siempre tiene una trayectoria ascendente hacia la consecución de mayores cotas de civilización y libertad.

   Antes de terminar, rogaré que disculpen la brevedad de esta síntesis, en la que no he hablado del SIDA (AIDS), que ha causado la muerte de 36-46 millones de personas. Ni del Ébola, ya que es muy difícil concretar cuántos fallecimientos ha causado.”

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